Se suele decir que una de las características de nuestra idiosincrasia es el pesimismo. Si se pone en una balanza lo positivo y lo negativo, probablemente para un argentino, terminará prevaleciendo lo último. Pero así como hay muchos que ante la primera adversidad tiran la toalla, hay otros que ante la muerte, el dolor o la tragedia, apelan a lo mejor de sí mismos y al apoyo de sus seres queridos para seguir viviendo con dignidad y ayudar al prójimo.
En nuestra edición del viernes pasado, publicamos tres historias de tucumanos que se sobrepusieron al infortunio, y que son un ejemplo de que no todo está perdido, de que siempre hay alguna salida para cualquier problema que se nos presente.
La madre del joven luleño que murió mientras esperaba el inicio de un acto político en Plaza de Mayo, cuando un farol le cayó en la cabeza, logró superar el dolor. A pesar de la tristeza y el vacío que le produce haber perdido a un hijo, sacó fuerzas y terminó la secundaria para adultos, graduándose con la medalla de oro de su promoción. Ella había tenido que abandonar el colegio en tercer año, para trabajar en una fábrica de caramelos; desde entonces tenía la ilusión de concluir el secundario. El año pasado se inscribió en una escuela media para adultos. Con la tragedia, estuvo a punto de abandonar nuevamente sus estudios, pero su familia la apoyó para que continuara. También trabaja como voluntaria -desde hace seis años ininterrumpidos- en la Fundación de Albergues Infantiles, cocinando para el comedor infantil. También se dedicó a escribir poemas para su hijo, y planea seguir con sus estudios en la universidad. El recuerdo de su hijo ausente siempre la acompañará; sin embargo, en lugar de derrumbarse apostó a la vida.
La tragedia también golpeó la puerta de un matrimonio de Lules, cuando el hijo mayor murió atropellado por un automóvil. A los pocos días, una afección atacó la médula de la hija menor, y al padre le descubrieron una cardiopatía que únicamente podía corregirse con un trasplante. Durante siete años, la familia se debatió entre la angustia y la esperanza: la joven luchaba contra el cáncer y su papá aguardaba la llegada de un órgano, que finalmente se concretó. A ella le extirparon un tumor y aprovechó los días que estuvo en cama para estudiar las materias que debía del colegio secundario. La unión y la esperanza los ayudaron a contrarrestar la desdicha.
En la tercera historia, un matrimonio adulto decidió que su vida estaba incompleta sin hijos. Decidió entonces adoptar uno. Realizaron la tramitación correspondiente y cuando fueron a concretar la adopción les informaron que el niño tenía un hermanito menor. La jueza les consultó si querían hacerse cargo de ambos y ellos aceptaron. El hecho, por cierto, les cambió la vida a ellos y a los chicos.
Hay, por cierto, otros tucumanos que también han apostado a la vida, a concretar sueños postergados o a la tarea social, como una manera de sobrellevar el dolor que ocasiona la pérdida de un ser querido o una limitación de la naturaleza, como puede ser la imposibilidad de tener descendencia. Lejos de anclarse en la desgracia, algunos han creado fundaciones con fines solidarios o para concientizar a los ciudadanos sobre la seguridad vial y los accidentes que se llevan semanalmente, por lo menos, dos vidas de tucumanos. Están aquellos que sin haber vivido una tragedia, trabajan voluntariamente en comedores, en villas miseria, en hogares de ancianos. Estos comprovincianos a los cuales el resto de la sociedad podría imitar, son una minoría. Ellos son un ejemplo de no dejarse doblegar ante la desventura y de que la esperanza se recrea con acciones positivas.