El buen escritor es quien utiliza palabras llenas, significativas. El resto no cuenta. El género es, en este caso, algo indiferente. La interioridad se expresa mediante la conformación: lima y cincel, la lección de siempre. Y se requiere también, con el ejemplo que ofrece El resplandor de la hoguera, una memoria forzosa e inconscientemente selectiva. Aquí se trata de recuerdos abarcativos de una existencia entera, rica en incidentes, encuentros, sensaciones, sensibilidades, pensamientos... En fin, eso que llamamos vida.
Y está bien esta -llamémosla- recapitulación. Lo dice mucho mejor el consagrado Héctor Tizón en el prólogo Narrar la propia vida. Allí se lee: “... La memoria es un mecanismo que nos permite tanto olvidar como recordar; la memoria es arbitraria, redescubre, inventa, organiza”.
El capítulo inicial se refiere, con esa emoción contenida que es su marca de fábrica, al tejado de su casa de Yala, a sus lecturas iniciales de niño solitario, como también a las experiencias hechas literatura que ha encontrado en libros del coronel T.E. Lawrence, Gerald Brenan o Chatwin. Luego figura un cuento intencionado, De locos y molinos, con un Quijote sanchificado y un Sancho quijotizado, de agraciado continente.
Y siguen estampas sintéticas que muestran el dominio que Tizón ejerce sobre su prosa (Velatorio de un angelito, Ironías, 30 de agosto, Heráclito -y Edipo- en Yala). El capítulo se cierra con una honda meditación breve bajo el título de Agosto.
En el siguiente capítulo, Tizón ingresa, muy joven aún, en los retratos, siempre escuetos, de Córdova Iturburo, Rodolfo Ghioldi y una muchacha que no ha podido olvidar, Clara Lew. Pero el plato fuerte de esta parte lo constituye su semblanza del hoy injustamente arrumbado Benito Lynch, a quien visita en La Plata. Y termina con los sucesos conmocionantes de 1955, los incendios, las muertes, sin duda dramáticos, pero ahora atemperados por el correr de los tiempos.
En 1958, Tizón está en México, donde traba relación con nuestro Ezequiel Martínez Estrada, “temperamental, atrabiliario”, y con Arnaldo Orfila Reynal, a quien la cultura hispanoamericana tanto debe.
El capítulo se cierra con otra semblanza colorida de Alfonso Reyes, Augusto Monterroso y David Siqueiros. Al breve capítulo italiano siguen las sabrosas confesiones de La tarea de escribir, la columna vertebral y quizás el pretexto para la redacción de este libro. Y así sucesivamente. Hábitos, tics, simpatías, fobias, todo está allí. Y nunca en la forma tensa o de modestia fingida que ostentan tantas otras autobiografías, sino de un modo que aparente ser sencillo. Y narrado con fluidez. Hay semblanzas, lugares (España, sobre todo) y consejos nunca banales. No tiene las pretensiones de una novela de las suyas por supuesto, pero a través de sus pocas páginas se revela una intimidad rica y abundante en sobrentendidos.
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Rodolfo Modern - Escritor, ex profesor de la Universidad de Buenos Aires, miembro titular de la Academia Argentina de Letras, miembro correspondiente de la Real Academia Española.