"Olé, olé, olé, olé, Mario, Mario", gritaban las cerca de 2.000 personas que despidieron los restos de Mario Oscar "Malevo" Ferreyra. Esta y otras canciones despabilaron el sueño de los difuntos del cementerio de Los Pereyra. A las 13.45 de ayer, bajo un calcinante sol, los restos mortales del ex comisario llegaron a su última morada: el pueblo que lo vio nacer. Llegaron escoltados por decenas de motos, de autos, de camionetas, de combis, de camiones y de ómnibus, que con bocinazos permanentes preanunciaron el arribo.
Alrededor de 50 vecinos, muchos de los cuales se criaron con él, lo habían estado esperando desde hacía casi dos horas. A las 11, el cortejo partió de San Andrés, integrado por más de 3.000 personas. Con pañuelos blancos y aplausos saludaban a la caravana, que se movía a paso de hombre y motivó el corte de la ruta Nº 306. No fue la única vez que cortaron el tránsito. En diversas oportunidades, tanto los participantes de la comitiva, como circunstanciales testigos de su recorrido, obligaban la detención del acompañamiento para saludar, al grito de "¡Viva el Malevo!", los restos del ex policía.
En Ranchillos, directamente exigieron que bajaran el féretro en una sala velatoria de esa localidad, para velarlo durante media hora.
Salvo por el cartel indicador de la puerta de entrada, no se podría distinguir el cementerio de Los Pereyra de cualquier otro de los pueblos del interior de Tucumán. Las tumbas se dividen en momunentos de cemento y fosas en la tierra. Algunas de las estructuras están recubiertas de azulejos, pero la mayoría tiene la pintura descascarada y muestran un marcado deterioro, con placas apenas legibles. No obstante, casi todas adornadas con flores artificiales que aportan la cuota de color al lugar, lo que da un contraste llamativo. La fosa en la que fue depositado el ataúd con el cuerpo de Ferreyra fue cavada junto a la cruz mayor del cementerio. "Así le tocó en suerte, porque hacemos las tumbas siguiendo la línea. Yo cavé la fosa y lo pongo en un paz descanse a un ser humano que era amable con la gente grande y con la chica" (sic), dijo Nicolás Concha, el empleado de la Comuna de los Pereyra que cavó la sepultura.
El coche que trasladaba a Ferreyra se detuvo a una cuadra del cementerio. No faltaron manos que llevaran el cajón hasta la fosa. Ex policías, vecinos de la localidad, amigos y familiares aportaron sus fuerzas. Desde la puerta del cementerio y hasta la tumba, el resto de las personas formaron un túnel humano por el que pasó el ataúd, albergado por aplausos y banderas argentinas. La exaltación se mezclaba con el dolor. Sobre todo de la familia; de la viuda, María de los Angeles Núñez, de sus hijos, Alfredo (que vino ayer de Estados Unidos), Franco, Mario Oscar Ferreyra (h) y Dendo Branco; de su madre, María Moreno de Ferreyra.
Los concurrentes arrojaron flores y puñados de tierra en señal de despedida. Y luego cargaron contra el gobernador, José Alperovich. "Decile a Alperovich que no hizo falta la guardia de honor, que nosotros se la hicimos", bramó Ana Corbalán. Juan Domínguez, que se autodefine como "hermano" de Ferreyra, destacó la humildad del ex comisario: "pidió que lo enterraran aquí, en medio del monte, lejos del poder, como había vivido".