El “Malevo“ Ferreyra eligió una muerte mediática. En la década del 90 potenció su fama de policía duro por medio de la radio, de la televisión y de los medios gráficos. Transgredió la ley y fue castigado por la Justicia penal, pero su imagen de hombre comprometido en la lucha contra el delito no se desdibujó en algunos sectores sociales. No pudo incursionar en política por su situación procesal, pero simpatizó abiertamente con Fuerza Republicana, y su esposa fue candidata a concejala. En 1998, Antonio Bussi, a la sazón gobernador constitucional, admitió que lo recibía en su partido con los brazos abiertos. Poco se conocía, sin embargo, de su papel durante los episodios sangrientos que vivió Tucumán en los años 70. El velo que cubría esa parte de la trayectoria del ex jefe policial desapareció con la activación de los juicios por violaciones a los derechos humanos. Desde ese momento ingresó en la lista de los sospechosos a desfilar por los tribunales federales. La megacausa del Arsenal lo iba a devolver a la cárcel. Prefirió la muerte y buscó dañar la credibilidad de los procesos judiciales. Otra vez vulneró las reglas de juego.