"María, me despido", dijo; y luego gatilló

"María, me despido", dijo; y luego gatilló

El ex comisario Mario Oscar Ferreyra se suicidó en su casa de San Andrés minutos antes de que Gendarmería Nacional ingresara en su domicilio. Sobre él pesaba una orden de detención de la Justicia Federal en una causa por presuntas violaciones a los derechos humanos durante el último gobierno militar. Ver video.

DESCONSUELO. La esposa, los hijos y los familiares de Ferreyra vivieron escenas de congojo en la sala de espera del hospital Centro de Salud. LA GACETA /JORGE OLMOS SGROSSO DESCONSUELO. La esposa, los hijos y los familiares de Ferreyra vivieron escenas de congojo en la sala de espera del hospital Centro de Salud. LA GACETA /JORGE OLMOS SGROSSO
22 Noviembre 2008

Selva Benitez recuerda aquella mañana de 1994 a la puerta del penal de Villa Urquiza y llora. El hombre, al que sólo conocía por lo que decían los diarios y por lo que mostraba la televisión, había dado el sí para convertirse en el padrino de su pequeña hija. Mara Elda Emilse tenía apenas dos meses y medio de vida. Selva hubiese preferido que el bautismo se hiciera en Burruyacu, de donde es oriunda, pero no tuvo reparos en celebrar la ceremonia en la capilla de la cárcel: lo importante era que su ídolo, Mario Oscar Ferreyra, estuviera presente. En aquellos años, "El Malevo" cumplía una condena a perpetua por el asesinato de tres personas.
"Yo lo veía bien; él nos daba ánimos a nosotros", son las primeras palabras que se atrevió a soltar Selva en medio de una crisis de llantos. Su ídolo, ese hombre que con el correr de los años se convertiría en su compadre, se había suicidado un par de horas antes. Arropada en los brazos de su esposo, Selva intentaba encontrarle explicación a lo sucedido. "Yo no podía llorar delante de él", se desahogó a las puertas del Centro de Salud, ya sin la necesidad de esconderse de su compadre para llorar.
Los testimonios de familiares y amigos coinciden en un punto: a todos, el "Malevo" les había dicho que no estaba dispuesto a regresar a la cárcel. "Decía que al penal no iba a volver, prefería que lo maten", reconoció Selva. Sin embargo, ninguno imaginaba que podía llegar a descerrajarse un disparo con una pistola calibre 45. "Estaba bien; dijo ?me voy arriba? cuando se anunció que iba a entrar la Gendarmería. El arriba y nosotros abajo... y nos pega el grito: ?¡María, me despido!?... y se da el disparo. No lo podía creer, todo bañado en sangre, como una lluvia de sangre... no puedo creer este dolor", recordó.
La tensión en la casa de San Andrés había comenzado poco después del mediodía, cuando una veintena de efectivos de Gendarmería Nacional fueron a cumplir con la orden de detención librada por la Justicia Federal contra Ferreyra, en el marco de una causa por presuntas violaciones a los derechos humanos durante el último gobierno militar. Al no tener una orden de allanamiento, los agentes se apostaron detrás de la tranquera de acceso a la vivienda. El dueño de casa sabía que vendrían por él. Por eso se atrincheró en un mangrullo, a unos nueve metros de altura. Con su tradicional sombrero y su camisa negra, "El Malevo" se sentó en una silla y se cubrió del bravo sol de la siesta con un toldo colorado.
Tuvo tiempo de hablar con un abogado, de brindar una entrevista al canal de noticias Crónica TV y de ratificar a los gritos que no se entregaría. Alrededor de las 16, los gendarmes comenzaron a avanzar hacia la vivienda. Los familiares los recibieron con pedradas e insultos. Como un espectador de lujo de lo que sucedía abajo, Ferreyra lanzó un beso a su mujer, María de los Angeles Núñez, sacó el arma de su botamanga y se quitó la vida con un tiro en la sien a la vista de todos, sus captores, sus familiares y las cámaras de televisión. Para bajarlo de la torre, aún con vida, sus hijos debieron recurrir a una piola. Ataron el cuerpo, lo pasaron por entre los barrotes de la baranda y lo bajaron hasta un colchón que habían dispuesto en el piso para amortiguar la caída. Lo trasladaron al Centro de Salud, pero llegó sin vida.
Si la desesperación había dominado la siesta en San Andrés, en el hospital todo fue confusión. Un improvisado cordón policial evitó el acceso de la prensa a la guardia del nosocomio. A través de los ventanales, los llantos y gritos de los familiares de Ferreyra estremecieron a los transeúntes. Decenas de curiosos que ocasionalmente pasaron por allí se vieron obligados a preguntar el porqué de tanto revuelo. El "no me diga", en una mezcla de asombro y de incredulidad, fue la respuesta que más se repitió frente a la inquisitoria.
Gendarmería y los familiares formularon sus alegatos casi al mismo tiempo, pero en distintos escenarios. La fuerza de seguridad informó que apenas ingresó en la vivienda escuchó el disparo y que ningún familiar advirtió que "El Malevo" estaba armado.
Del otro lado, la respuesta fue otra. "Ellos obligaron a mi marido a que haga esto. Jamás me voy a olvidar de esto; mis hijos vieron todo. Podés creer que ese es el hermoso regalo de cumpleaños: la muerte de su padre", dijo la esposa del ex comisario, María, en alusión a que "Marito" cumplió 11 años el jueves. "Saben lo triste que se sintió, se fue a dormir solito", irrumpió Franco, otro de los hijos de Ferreyra. "Ellos pecharon a mi casa. Mintieron, dijeron que iban a conversar con mi viejo. Lo presionaron. Yo lo bajé a mi papá con una soga. Corrían los gendarmes. Miren cómo estoy", bramó el joven, aún con el pantalón y la remera cubiertos de sangre.
A pesar de que los familiares directos abandonaron el hospital, Selva permaneció un rato más en la vereda. Sólo atinó a agregar unas cuantas palabras más. "El Malevo" ya estaba planeando la fiesta de 15 años de su ahijada Mara, en 2009. "Me prometió que iba a ser una semana de festejos", recordó la mujer. Pero Ferreyra no estaba dispuesto a celebrar el cumpleaños en prisión, como hace 14 años.

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