MIAMI, (Rodolfo A. Windhausen, especial para LA GACETA).- El martes 4 de noviembre de 2008 no sólo pasará a la historia por la elección de un nuevo presidente de los Estados Unidos en medio de una aguda crisis financiera global, sino porque marcó el fin de la larga lucha de los negros – ya soñado por Martin Luther King – por lograr el pleno ejercicio de sus derechos civiles en este país.
La afluencia masiva de votantes -el voto no es obligatorio en los Estados Unidos- y el gigantesco esfuerzo de registro de electores que montaron los dos principales partidos, sumados al inusitado entusiasmo de la juventud, generalmente apática en los ultimos años, fueron otras características de esa jornada histórica. Tras conocerse la victoria de Barack Obama, todos nos sentimos un poco negros. Mejor dicho, mulatos, la mezcla de blancos y negros que tiene en su sangre el senador triunfante.
Fue particularmente emocionante ver en las colas de votación hombres y mujeres de raza negra llorar abiertamente ante las cámaras por haber conquistado el derecho a votar por un candidato. Y por sentir que se abría una nueva etapa para los descendientes de esclavos que, por siglos, sufrieron toda clase de humillaciones, inclusive los tristemente célebres linchamientos que se practicaron hasta bien entrado el siglo pasado, para lograr su reconocimiento como ciudadanos de primera clase.
Etapa vergonzosa
A golpe de votos quedaba atrás la ignominiosa época de los baños, los restaurantes y hasta las fuentes públicas de agua reservadas “for colored only” (sólo para personas de color), época que marcó la peor etapa del racismo estadounidense y se convirtió en vergüenza para la primera democracia del mundo, que llegó a discriminar a los negros hasta en los regimientos que lucharon en la II Guerra Mundial, en Corea y en Vietnam.
El 20 de enero, el mulato Obama ocupará la Casa Blanca. Y Estados Unidos demostrará que sigue siendo el país de las oportunidades .Una democracia aún imperfecta, pero la más admirable del mundo.