El realismo mágico tucumano

El realismo mágico tucumano

Por Miguel Velárdez - Para LA GACETA - Tucumán.

26 Octubre 2008

Como fotogramas que se suceden en una película, el II Congreso Argentino de Cultura dejó, por un lado, imágenes que se asimilan a ciertos fragmentos de la ficción, y por otro lado, evidencias de una descarnada realidad, en la que se concluye que el poder le da la espalda a la cultura.
La noche anterior al cierre del ciclo, frente a la Catedral, Jairo cantó acompañado por el guitarrista Juan Falú. Estaban el escenario, las luces, los músicos y los artistas, pero faltó el público. No había más de 300 personas en esa esquina, a pesar de los quilates del espectáculo. Mezclado entre los escasos espectadores, un puñado de personas aguardaba para arrojar arroz a los recién casados que salían de la iglesia de la esquina. Pero Jairo fue un profesional. Siguió cantando, y parecía estar “guapeando en la senda, por esos cerros”, cuando entonaba “el arriero va... el arriero va...”.
Cuando llegó a la mitad de la canción un grupo festejaba. No eran aplausos para los artistas, sino para la primera pareja de novios que, entre saludos de familiares, se enredaba con aquellos que querían escuchar “las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”... Una camioneta blanca que llevaba un enorme cisne en el techo esperaba por los novios, mientras Jairo seguía “prendido a la magia de los caminos” en su homenaje a Don Atahualpa Yupanqui. Parecía una escena garciamarqueana. Cada vez llegaban más novios vestidos con sus mejores trajes, familiares con impecables peinados, autos adornados con cintas blancas y fotógrafos que disparaban sus flashes contratados con antelación, mientras el vendedor de algodones de azúcar se abría paso entre la gente. Todo formaba un clima de realismo mágico.
Tras el segundo día de disertaciones, en el museo Timoteo Navarro el dibujante Miguel REP terminaba su obra en un mural. En la puerta, una perra vagabunda decidió tomarse un descanso y se echó en medio de los escalones de la entrada, sus anchas. Recordaba a la Malpapeada, de Mario Vargas Llosa; imperturbable, veía ingresar visitantes al museo. En el teatro San Martín, el pianista Miguel Angel Estrella les puso música a las voces de un coro especial: por unas horas los presos del penal de Villa Urquiza dejaron las celdas y se dieron el lujo de cantar en un auditorio repleto. Pero en los palcos, en los pasillos y en la antesala aguardaban fornidos muchachos de aspecto policial. Vestían de civil, pero movían los ojos en todas direcciones. Miraban a los coristas como si entre ellos estuviera Clint Eastwood saltando hacia los techos de Alcatraz. Tal vez pensaban que podrían fugarse.
No saben que los presos del coro respiran bocanadas de libertad cuando dejan oír su voz.
Minutos antes de una exposición de ideas sobre el patrimonio cultural y la identidad nacional, en la sala se escuchaba música caribeña. Quizá no consideran patrimonio la zamba, el tango, el chamamé, la chacarera, la vidala y, por eso, eligieron canciones como La Negra Tomasa, del cubano Guillermo Rodríguez Fiffe, para relajar la espera entre una disertación y otra. Una bella canción, por cierto. Pero si estuviésemos en Colombia nos harían oír en todas partes el vallenato, que ya fue declarado patrimonio intangible en Barranquilla.
Todo lo anterior podría quedar relegado al anecdotario. Sin embargo, hay otros hechos que no pueden ignorarse, porque muestran con irrefutable certeza la importancia que tuvo para algunos este encuentro cultural. No estuvo en la apertura ni en el cierre. El gobernador José Alperovich no apareció durante los cuatro días. Tampoco llegó la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner. Aunque las actitudes de ambos desconcertaron a muchos, no deberían sorprender. Ocurrió antes . ¿Por qué no habría de repetirse?
En abril de 2006 sucedió lo mismo en la Feria del Libro. En su discurso de apertura, el escritor Tomás Eloy Martínez habló de la ausencia presidencial. “Lamento que una agenda colmada de compromisos -supongo, dijo- no le haya permitido al Presidente (Néstor Kirchner) estar ahora con nosotros, porque, si bien han llegado hasta aquí algunos miembros de su gabinete, hay muy pocos actos cada año en los que la presencia del jefe del Estado es insustituible. El de hoy es uno de esos actos, porque así lo enseñan la tradición y el destino de los argentinos”, aseveró el autor tucumano. Evidentemente, el matrimonio Kirchner no escuchó esos consejos. Alperovich tampoco. Que no lo hayan escuchado es comprensible, porque no estuvieron. Lo grave es que ni siquiera lo leyeron, a pesar de que se publicó en todos los diarios. “Cuando el poder no lee, el poder no piensa”, había advertido Tomás Eloy Martínez. Esta vez, ¿qué habrán pensado la Presidenta y el gobernador?
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Miguel Velárdez - Periodista de LA GACETA, becario de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI)

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