Semejanzas y diferencias con los caciques

Semejanzas y diferencias con los caciques

Punto de vista II. Por Gabriela Tío Vallejo - Doctora en Historia - Prof. Asociada de Historia de América Independiente - UNT.

12 Octubre 2008
El "caudillismo" ha sido considerado siempre una característica de la política latinoamericana. Se han esgrimido diferentes razones para su surgimiento: el carácter patrimonial de la conquista española, la figura del monarca como garante de unidad que se perpetúa a pesar de los confesados fervores republicanos, la militarización, la distancia entre el pueblo y las elites, la proyección de la figura de los hacendados, el clientelismo social...
Cuando hablamos de caudillismo, sin embargo, tenemos que distinguir por lo menos dos tipos sociales y dos conceptos. Por un lado la idea de concentración del poder en una persona. El caudillo suele ostentar un cargo político que le permite tener el monopolio de la coacción en un determinado territorio, a través de fuerzas militares o policiales. En general en Latinoamérica este tipo de liderazgo suele ser nacional. En el caso rioplatense se asimila también a los gobernadores en la época de las autonomías provinciales.
Estos caudillos-gobernadores detentaban, en los espacios locales, los poderes que corresponderían a los espacios nacionales inexistentes o demasiado débiles, aunque a veces también esos caudillos pueden estar respaldados por el poder central como es el caso de Heredia. Nuestros gobernadores de los primeros tiempos de la provincia se reservaban importantes atribuciones de los tres poderes, a pesar de la existencia de las instituciones representativas y del teórico apego a la división de poderes. En este tipo de caudillos, el "cargo" no es accesorio sino esencial. Así, Alberdi decía que el caudillo es "el jefe de un gobierno local que no tiene renta y que no reconoce autoridad suprema que le impida tomarla donde y como pueda; es un poder que tiene necesidades y deberes que cumplir y que no tiene freno en la adquisición de los medios que necesita para llenarlos".
Otra acepción y otra realidad social del caudillismo es la que refiere al caudillo como líder o intermediario social. Figura que estaría ciertamente más cerca del "cacique". En el siglo XIX, en toda Latinoamérica, los caudillos locales cumplen la función de nexos entre un "pueblo" que conserva representaciones sociales, vínculos y solidaridades tradicionales y las élites ilustradas, modernas.
Se trata de caciques que representan e interpretan las aspiraciones y necesidades de comunidades alejadas cultural y socialmente de estas elites ilustradas. Desde esta perspectiva estos líderes, lejos de obstaculizar la construcción del estado nacional, fueron el mecanismo por el cual una revolución, protagonizada por las elites, se articuló con otros sectores de la sociedad.
Desde luego puede ocurrir que un cacique llegue a caudillo o que un líder reúna ambas funciones. Este puede ser el caso quizás de un Güemes.
¿Qué tienen en común ambas figuras? Ambas necesitan algún grado de legitimidad frente a sus clientelas. Aún en el caso del caudillo provincial o nacional que cuenta con los medios para la coacción, necesita legitimarse a través de cierto carisma, de un prestigio ganado, por ejemplo, en "la defensa de la patria", y de un discurso que suele presentarlo como "defensor del pueblo". El cacique también necesita de este "capital simbólico", para que una comunidad lo reconozca como su representante e interlocutor. Otro ingrediente es el control de recursos: un caudillo puede confiscar o premiar, también puede devolver en forma de cargos la adhesión de su clientela. Un cacique debe tener la capacidad de gestionar y distribuir los recursos que sus representados necesitan.
Ambos tipos de liderazgo suponen una cierta inmadurez de, al menos, una parte de la sociedad; o una distancia entre la cultura política de las elites gobernantes y la comunidad que necesita de un poder paternalista; o de un intérprete y gestor de sus intereses. Implica la inexistencia de la representación individual, considerada por nosotros desde el siglo XX la esencia del liberalismo, que, por otra parte, tampoco existió en el siglo XIX europeo.

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