12 Octubre 2008
El nuevo caudillismo y la crisis de los liderazgos
Una historiadora, un politólogo y una socióloga analizan los cambios acontecidos en la vinculación entre los líderes políticos y sus seguidores. De concepto peyorativo en 1810, el término "caudillo" se asignó, en los 70 y los 80, para designar a los que eran referentes de la militancia.
En los orígenes de la Argentina, el término caudillo era empleado como un concepto peyorativo. Dice el historiador argentino Tulio Halperín Donghi, en el "estudio preliminar" del libro "Historias de caudillos argentinos", que los hombres de la Revolución de Mayo empleaban esta palabra para definir el área de significado que, durante el antiguo régimen, había cubierto la acepción de tirano.
"Estaba reservado al gobernante despótico; aludía a quien detentaba un poder no apoyado en títulos legítimos y, durante la década de 1810, iba a ser usado sobre todo por quienes ocupaban la cumbre del nuevo Estado para designar -y también para estigmatizar- a quienes estaban sustrayendo el control efectivo de áreas cada vez mayores del territorio", especifica.
Desde un punto de vista social, incontables ensayos han vinculado el fenómeno del caudillismo con una suerte de "feudalismo americano", por la relación de patronazgo que había entre el líder y sus seguidores.Halperín Donghi sostiene que es durante los convulsos años 60 (ocurrieron los golpes militares de 1962 y de 1966) cuando los caudillos vuelven a ingresar plenamente en la memoria colectiva. En los 70 y los 80, el vocablo "caudillo" se usó en el terreno de la política para designar a los dirigentes (incluso, a los de etapas anteriores) que contaban con un número importante de seguidores, que eran fieles a sus figuras y los consideraban personas de consulta obligada. Eran referentes de militancia o de intelectualidad, o reunían ambas cualidades, y estaban vinculados estrechamente con los partidos políticos. En el orden nacional, las figuras de los ex presidentes Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón son paradigmáticas. En el orden provincial, figuras como las de los ex gobernadores peronistas Fernando Riera y Amado Juri (PJ), del ex intendente radical Isauro Martínez, o del democristiano Arturo Ponsatti (fue diputado provincial y presidente de la Corte Suprema de Justicia) son íconos de ese nuevo concepto de caudillismo político.
Los caudillos actuales, en cambio, distan mucho de los perfiles de aquellos hombres. De hecho, la adhesión a las figuras de la política contemporánea parece estar dada no por una identificación entre el conductor y sus seguidores, sino por la capacidad del líder en dar respuestas a las demandas económicas de sus prosélitos.
La socióloga Josefina Doz Costa repara en que los cambios en el caudillismo son un reflejo de las transformaciones socio-históricas del país y la provincia. "El individualismo de la ética neoliberal produce un vaciamiento de los contenidos de la política y genera -en una lógica complementaria- las condiciones para su mercantilización", asevera. (ver "El neoliberalismo...")
La historiadora Gabriela Tío Vallejo, en tanto, sostiene que en la persistencia del caudillismo, más allá de sus bemoles, "subsiste un tipo de liderazgo que supone una cierta inmadurez de, al menos, una parte de la sociedad; o una distancia entre la cultura política de las elites gobernantes y la comunidad que necesita de un poder paternalista; o de un intérprete y gestor de sus intereses". (ver "Semejanzas...")
El politólogo Juan Pablo Lichtmajer, a su turno, advierte que la reconfiguración del caudillismo halla su raíz en la crisis de los movimientos políticos de masas. "Cuando los partidos se volvieron maquinarias electorales, el clientelismo reemplazó al caudillismo y el líder, más que un militante, se volvió un proveedor, el jefe de una red de favores", define. (ver "Crónica...")
Por ende, revela, el nuevo caudillismo es aparentemente fuerte pero estructuralmente débil: el seguidor, devenido cliente, abandona a su referente cuando, en la escasez, ya no consigue contención.La relación puramente material y precaria, y la consecuente anulación de lazos ideológicos e incondicionales, parecen la esencia de los liderazgos políticos actuales.
Caudillos eran los de antes.
"Estaba reservado al gobernante despótico; aludía a quien detentaba un poder no apoyado en títulos legítimos y, durante la década de 1810, iba a ser usado sobre todo por quienes ocupaban la cumbre del nuevo Estado para designar -y también para estigmatizar- a quienes estaban sustrayendo el control efectivo de áreas cada vez mayores del territorio", especifica.
Desde un punto de vista social, incontables ensayos han vinculado el fenómeno del caudillismo con una suerte de "feudalismo americano", por la relación de patronazgo que había entre el líder y sus seguidores.Halperín Donghi sostiene que es durante los convulsos años 60 (ocurrieron los golpes militares de 1962 y de 1966) cuando los caudillos vuelven a ingresar plenamente en la memoria colectiva. En los 70 y los 80, el vocablo "caudillo" se usó en el terreno de la política para designar a los dirigentes (incluso, a los de etapas anteriores) que contaban con un número importante de seguidores, que eran fieles a sus figuras y los consideraban personas de consulta obligada. Eran referentes de militancia o de intelectualidad, o reunían ambas cualidades, y estaban vinculados estrechamente con los partidos políticos. En el orden nacional, las figuras de los ex presidentes Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón son paradigmáticas. En el orden provincial, figuras como las de los ex gobernadores peronistas Fernando Riera y Amado Juri (PJ), del ex intendente radical Isauro Martínez, o del democristiano Arturo Ponsatti (fue diputado provincial y presidente de la Corte Suprema de Justicia) son íconos de ese nuevo concepto de caudillismo político.
Los caudillos actuales, en cambio, distan mucho de los perfiles de aquellos hombres. De hecho, la adhesión a las figuras de la política contemporánea parece estar dada no por una identificación entre el conductor y sus seguidores, sino por la capacidad del líder en dar respuestas a las demandas económicas de sus prosélitos.
La socióloga Josefina Doz Costa repara en que los cambios en el caudillismo son un reflejo de las transformaciones socio-históricas del país y la provincia. "El individualismo de la ética neoliberal produce un vaciamiento de los contenidos de la política y genera -en una lógica complementaria- las condiciones para su mercantilización", asevera. (ver "El neoliberalismo...")
La historiadora Gabriela Tío Vallejo, en tanto, sostiene que en la persistencia del caudillismo, más allá de sus bemoles, "subsiste un tipo de liderazgo que supone una cierta inmadurez de, al menos, una parte de la sociedad; o una distancia entre la cultura política de las elites gobernantes y la comunidad que necesita de un poder paternalista; o de un intérprete y gestor de sus intereses". (ver "Semejanzas...")
El politólogo Juan Pablo Lichtmajer, a su turno, advierte que la reconfiguración del caudillismo halla su raíz en la crisis de los movimientos políticos de masas. "Cuando los partidos se volvieron maquinarias electorales, el clientelismo reemplazó al caudillismo y el líder, más que un militante, se volvió un proveedor, el jefe de una red de favores", define. (ver "Crónica...")
Por ende, revela, el nuevo caudillismo es aparentemente fuerte pero estructuralmente débil: el seguidor, devenido cliente, abandona a su referente cuando, en la escasez, ya no consigue contención.La relación puramente material y precaria, y la consecuente anulación de lazos ideológicos e incondicionales, parecen la esencia de los liderazgos políticos actuales.
Caudillos eran los de antes.