"La felicidad individual, ¡ya!"

"La felicidad individual, ¡ya!"

Punto de vista. Por Marta Gerez Ambertín - Doctora en Psicología.

12 Octubre 2008

En el anhelo de reconocimiento o fama -que existe en toda cultura-, la variación está dada, en lo general, por lo que en cada uno "distingue", y en lo particular por lo que cada sujeto está dispuesto a hacer para lograrlo. Desde el inicio de la propiedad privada la acumulación de bienes ha sido el medio más común de obtenerlo y, por añadidura, la riqueza otorga "poder".

Otra medio es un cierto "saber" que el grupo atribuye a alguien y que lo hace merecedor de distinción. O el reconocimiento a través de la belleza, toda cultura tiene patrones de belleza y distingue a los individuos que los encarnan.

Publicidad

Pero que alguien carezca de riqueza, belleza o saber no implica que acepte de buena gana integrar el "montón", que no procure ser reconocido. ¿Qué está dispuesto a hacer para obtener ese murmullo que hace sentir que no se es del "montón"? Y si hoy millones envidian al que narra momentos escabrosos -cuanto más sexo, mejor- o muestra su estupidez, desvergüenza o bajeza para permanecer un día más en el encierro que el reality show le designa, es porque la cultura de la época lo acepta y hasta incentiva.

Conseguir el "estuviste en la televisión", aunque el precio sea el ridículo o la humillación más espantosa, es alcanzar, aunque sea brevemente, la felicidad. ¿Por qué? Porque se aceptó que "la felicidad es consumir y el paraíso es el shopping" y "estar en la tele" puede ser la entrada a ese paraíso.

Publicidad

No siempre fue así, en los 60 y 70 se veía en la participación y el compromiso con las luchas sociales la manera de obtener un lugar en el mundo. Pero... la victoria fue del capitalismo depredador cuya condición de existencia es la aceptación de que el bien de pocos es el mal de muchos. Y esa victoria ha sido tan amplia que hace creer al sujeto que despotrica en los foros de internet, sube fotos tontas, narra sus desdichas en los blogs o tortura su cuerpo con "marcas", que él no es del "montón", que es único o pertenece a una elite única. La simple multiplicación de estos grupos desmiente tal fantasía.

La soledad tampoco era un problema en los 60/70 porque había cientos de canales de participación en los que los sujetos estaban cara a cara con sus conciudadanos -y no encerrados en su pieza acompañados de la PC- y porque estaba difundido y celebrado un valor trascendental: la solidaridad, lo exactamente opuesto a la base del capitalismo salvaje que incita al individualismo feroz e impone obtener "la felicidad y el éxito individual, ¡ya!, y a cualquier precio". Esa "solidaridad" no era para con la "tribu", era para con la parte sufriente del género humano. Además, no es "solidaridad" lo que se establece entre las "comunidades virtuales", se trata de superposición de individualidades que sólo comparten -en la "sociedad del espectáculo"- soledades, broncas o gustos varios.

Paradojalmente el mundo se ha achicado. No es cierto que habitemos una "aldea global" pues muy poca gente hace lazo social. Cuando la computadora o el celular se apagan o cuando se sale del paraíso-shopping, se retorna al pequeño mundito casi vacío.

Si en los 60-70 la vida se "justificaba" porque se pretendía dejar este mundo un poco mejor de lo que se lo encontraba, hoy la vida no se justifica sino por el consumo que, cuanto más ostentoso mejor pues es lo que otorga "distinción". ¿Qué otra cosa que esta fantasía absurda explica que Paris Hilton sea más conocida que los Nobel de Medicina?

Pero asistimos al derrumbe del Dios Mercado. Lentamente y a fuerza de Bolsas que caen, empleos que se pierden, admirados yuppies devenidos vulgares tránsfugas, quizás advirtamos que nuestra suerte está indisolublemente unida a la de los demás, que somos ciudadanos y no robóticos consumidores y que sin solidaridad no es posible la buena vida, pues la indiferencia hacia los otros revierte contra uno: si los demás no me importan tampoco importo a los demás.

Son terribles momentos de cambio, mientras los lobos de Wall Street comienzan a curar sus heridas, millones pierden casas y empleos. Es el momento de sacudirnos el individualismo brutal, de derrotar la soledad, estableciendo lazos personales -no virtuales-, de utilizar internet para convocar a la participación y a la solidaridad en las calles y en los hechos, de esforzarse no por conseguir la fama de Paris Hilton sino la de Ghandi o Luther King, la única que no es puro cuento.

Comentarios