Samanta Schweblin llegó en 2008 a los 30 años. Egresada de la carrera de Imagen y Sonido de la UBA, obtuvo en 2001 los primeros premios del Fondo Nacional de las Artes y del Concurso Nacional Haroldo Conti con su primer libro, El núcleo del disturbio, editado por Planeta al año siguiente. Entre 2005 y 2007 participó en varias antologías en Argentina, España y Francia. A principio de este año le llegó el premio Casa de las Américas por el libro, también de relatos, La furia de las pestes, aún inédito.
Los cuentos de El núcleo del disturbio abordan el absurdo; son simbólicos y, a la vez, oníricos: Dios habla por teléfono con Sartre y con Boris Vian, y una mujer muerta seccionada en una valija se convierte en una obra de arte. Vicente Battista opinó que, a pesar de que no exista el libro perfecto, este "se acerca bastante a esa utopía". Hay en sus personajes una idea de quiebre, de necesidad de cambio; perciben un destino, pero o no saben cuál es, o lo saben y no se animan a enfrentarlo. Uno puede oír el murmullo de cuando se preguntan a ellos mismos si creer en lo que hacen o lo que esperan, si es cierto que están tan perdidos y vacíos como parecen.
- Por lo general mis personajes no toman decisiones ni llevan adelante las historias -cuenta Samanta desde México-. Más bien sucede lo contrario: es la historia la que lleva al personaje agarrado de las narices. Supongo que sobreviven en un mundo sin libre albedrío, más o menos como el nuestro.
- Será por eso que en muchos de estos relatos se hace muy presente la idea del viaje: la valija, los paradores, la estación de tren, el campo, la ruta. Una idea de desplazamiento perpetuo.
-Sí, me gusta la ruta como idea. Cuando uno va por la ruta y se detiene en un lugar no sabe nada de nada de ese sitio, todo puede suceder; y a la vez, cuando uno retoma la ruta lo que queda atrás desaparece. En el nuevo libro hay más ruta, y más campo también.
Ese nuevo libro al que se refiere Schweblin, originalmente titulado La furia de las pestes, se llamará Pájaros en la boca y será editado por Planeta en mayo del año que viene.
- En realidad estaba programado para mayo de este año -rectifica Samanta-, pero como el libro ganó el concurso (Casa de las Américas) y las bases indican que Cuba tiene la prioridad de edición, tuvimos que posponer la edición en Argentina para el año que viene.
Schweblin estuvo en la isla incluso unos meses antes de que le concedieran el premio, en el Centro Onelio, algo así como "la escuela oficial de escritores" del país, convocada al Primer Encuentro de Jóvenes Narradores Latinoamericanos, junto a otros 26 escritores del continente y 100 cubanos de todas las provincias.
- Quiero contar un detalle -no tan menor- que nos impactó mucho a todos los latinoamericanos. En un panel de discusión del festival sobre literatura y mercado, un cubano señaló "la facilidad que tienen para editar su material inmediatamente después de ser escrito". Por supuesto, no criticaba "la facilidad de edición", sino la edición sin filtro, incluso del propio escritor, que a veces esto generaba. Me acuerdo de nuestras caras -me refiero al resto de los latinoamericanos-: no podíamos creerlo.
- Hablando de mercado: ¿cómo enfrentás tu proyección cuentística frente a un mercado que adora y se enrola detrás de la novela?
- Me desilusionan un poco los editores que consideran a los cuentistas "promesas de escritores", les tienen fe, confían en que, tarde o temprano, escribirán una novela. Creo que incluso hay algo de eso en algunos lectores. Pero por lo demás, en el plano personal siento que mi interés está arraigado en la potencia y en la precisión del cuento. Me es un género tan atractivo que más de los dos tercios de mi biblioteca son cuentos. No poder vivir de la literatura tiene una gran ventaja: uno escribe lo que quiere y el mercado hace su camino.
- Cuando vos lo ganaste, el Concurso Haroldo Conti gozaba de prestigio y repercusión, incluso ya en el ámbito nacional, dado que las primeras convocatorias fueron provinciales. ¿Cómo ves ahora el tema de los concursos literarios?
- Hay concursos que todavía gozan de prestigio; son justamente los concursos en los que los jurados se manejan con más transparencia, como los del Fondo Nacional de las Artes, o el Casa de las Américas (que ahora muchos confunden con "Casa de América", pero no tienen absolutamente nada que ver). Es verdad que en cualquier concurso, por más transparentes y profesionales que sean los jurados, la suerte tiene también su peso, pero a la larga son promotores de las nuevas voces. Yo, particularmente, hace ocho años, siendo inédita y cuentista, y teniendo 23 años me acerqué a una gran editorial y logré que me editaran, y creo que en ese sentido lo que me abrió las puertas -al menos a la lectura del material por parte de ellos, que ya es gran cosa en estos días-, fueron justamente los premios.
Vale aclarar que Samanta Schweblin se encuentra por estos días en México para cumplir con una beca de residencias para artistas financiada por el Estado mexicano, en Oaxaca (una zona de montañas apartada de la ciudad, en la región sur del país, lindante con el océano Pacífico), donde estará desde mediados de setiembre hasta mediados de diciembre viviendo con otros cuatro escritores y cinco cineastas.
-Estoy contentísima. La idea es avanzar con el tercer libro, pasear un poquito si los tiempos y el dinero alcanzan, y leer mucho. Nunca antes había participado en una beca de este tipo, y la idea de esta estancia paradisíaca me suena tan inverosímil que estoy ya hace varios días esperando que algún ruso me diga que todo es un engaño y el plan es "trata de blancas", como en la películas, o que alguien llame diciendo que todo es un error de tipiado, y mi beca está suspendida. Pero, al margen del humor, nada de eso sucede por ahora. © LA GACETA Hernán Carbonel - Escritor y periodista. Su último libro es "El caso Arroyo dulce".