28 Septiembre 2008
El actor Alfredo Alcón abre su corazón ante las agudas preguntas de la crítica teatral Olga Cosentino. Sus recuerdos, por orden de aparición, recorren su origen humilde, su niñez y su adolescencia, los comienzos, sus maestros, las películas que lo consagran, su vida en pareja, sus miedos, su posición política, sus profundas reflexiones sobre el teatro y la vida, hasta su última actuación en Rey Lear. "Fiel a su pelea contra el narcisismo que suele atribuirse a los profesionales de la escena, el actor se prodiga en evocaciones de sus tiempos de galán y en anécdotas reveladoras de sus inseguridades y torpezas".
En diálogo ágil y cotidiano, que atrapa al lector, despliega facetas que descubren al hombre comprometido. Figuró en las listas negras de Isabel Perón y en las del Proceso. Sufrió amenazas, atentados y exilios. Lo prohibieron por "propalar ideas judeomarxistas", hecho que no se explica sino por haber representado obras de Arthur Miller. "Cuando explotaban las bombas y se hacía saber que los que figuraban en las listas tenían que irse en 48 horas, la mayoría no se fue, se quedaron y la pelearon como pudieron". A los que dicen: "vos te quedaste trabajando en el San Martín, eras cómplice", Alcón responde: "sí, porque allí pude hacer Hamlet y decir cada noche ?Hay algo podrido en Dinamarca?".
Asediado por admiradores, firmando autógrafos, vio salir del canal de televisión a Margarita Xirgu. "Nadie reparó en ella, nadie se le acercó a quien había hecho muchísimo más por la cultura, el arte y la actuación que yo. Fue revelador. Tomé con más sobriedad el tema del éxito, entendí que la fama es un equívoco".
Afirma: "el teatro es un lenguaje artístico vivo, a pesar de ser tan antiguo. Se sigue hablando de él como si fuera un recién nacido. Es puro presente, de ahí las pasiones que despierta. Unos le exigen que hable de determinadas cosas; otros, que se aplique a experimentar con nuevos lenguajes. Unos rechazan estilos de actuación o conflictos por perimidos. Son modas. El texto deja de importar. Importa el movimiento o la imagen. Es que el teatro está siempre en permanente cambio". "Prefiero los actores que actúan, para natural tengo a mi vecina o al diariero". "Cuando subo a escena en un estreno, estoy igual que cualquier actor joven o debutante, la experiencia de ayer no sirve". "El que encuentra rápido es porque busca poco". "La compasión es compartir la pasión. De eso nos alimentamos a un tiempo los espectadores y los intérpretes: del alma de ese personaje que nos ofrece un espejo donde mirarnos". "En teatro se depende noche a noche del otro. Y, cuando termina la temporada, queda para siempre la memoria de esa intensidad".
Sobre la intimidad: "¿Qué le dice a la gente una supuesta confesión? ¿Cuánto más sabe la gente de esa persona porque haya aceptado que lo etiqueten como homosexual, boquense, divorciado, o lo que sea?" "No podés publicitar a un artista como si fuera un bien utilitario. El arte es algo que no sirve para nada, lo que no significa que no sea necesario. Un hombre puede morirse sin haber conocido a Bach. Pero no porque no lo necesite, sino porque no le dieron la posibilidad de conocerlo". Su biógrafa afirma: "Alfredo Alcón no hace de sí mismo en escena ni actúa en la calle. No es una estrella, es un actor", eso es lo que vuelve apasionante sumergirse en esta historia de vida, oculta tras la máscara del artista. © LA GACETA
En diálogo ágil y cotidiano, que atrapa al lector, despliega facetas que descubren al hombre comprometido. Figuró en las listas negras de Isabel Perón y en las del Proceso. Sufrió amenazas, atentados y exilios. Lo prohibieron por "propalar ideas judeomarxistas", hecho que no se explica sino por haber representado obras de Arthur Miller. "Cuando explotaban las bombas y se hacía saber que los que figuraban en las listas tenían que irse en 48 horas, la mayoría no se fue, se quedaron y la pelearon como pudieron". A los que dicen: "vos te quedaste trabajando en el San Martín, eras cómplice", Alcón responde: "sí, porque allí pude hacer Hamlet y decir cada noche ?Hay algo podrido en Dinamarca?".
Asediado por admiradores, firmando autógrafos, vio salir del canal de televisión a Margarita Xirgu. "Nadie reparó en ella, nadie se le acercó a quien había hecho muchísimo más por la cultura, el arte y la actuación que yo. Fue revelador. Tomé con más sobriedad el tema del éxito, entendí que la fama es un equívoco".
Afirma: "el teatro es un lenguaje artístico vivo, a pesar de ser tan antiguo. Se sigue hablando de él como si fuera un recién nacido. Es puro presente, de ahí las pasiones que despierta. Unos le exigen que hable de determinadas cosas; otros, que se aplique a experimentar con nuevos lenguajes. Unos rechazan estilos de actuación o conflictos por perimidos. Son modas. El texto deja de importar. Importa el movimiento o la imagen. Es que el teatro está siempre en permanente cambio". "Prefiero los actores que actúan, para natural tengo a mi vecina o al diariero". "Cuando subo a escena en un estreno, estoy igual que cualquier actor joven o debutante, la experiencia de ayer no sirve". "El que encuentra rápido es porque busca poco". "La compasión es compartir la pasión. De eso nos alimentamos a un tiempo los espectadores y los intérpretes: del alma de ese personaje que nos ofrece un espejo donde mirarnos". "En teatro se depende noche a noche del otro. Y, cuando termina la temporada, queda para siempre la memoria de esa intensidad".
Sobre la intimidad: "¿Qué le dice a la gente una supuesta confesión? ¿Cuánto más sabe la gente de esa persona porque haya aceptado que lo etiqueten como homosexual, boquense, divorciado, o lo que sea?" "No podés publicitar a un artista como si fuera un bien utilitario. El arte es algo que no sirve para nada, lo que no significa que no sea necesario. Un hombre puede morirse sin haber conocido a Bach. Pero no porque no lo necesite, sino porque no le dieron la posibilidad de conocerlo". Su biógrafa afirma: "Alfredo Alcón no hace de sí mismo en escena ni actúa en la calle. No es una estrella, es un actor", eso es lo que vuelve apasionante sumergirse en esta historia de vida, oculta tras la máscara del artista. © LA GACETA