24 Agosto 2008
Ocupan el lugar que, en el pasado, los diarios íntimos tenían en la vida de los adolescentes. La diferencia está en que los flogs son públicos y, en algunos casos, masivos. De esta manera, aspectos de la intimidad de los chicos quedan expuestos a millones de miradas.
“Casi a diario recibo links de flogs de adolescentes. Leyéndolos aprendí que los han creado para contar anécdotas, escribir pocas líneas, utilizar expresiones de dudosa traducción, dar a conocer enamoramientos súbitos, difundir fotos propias y ajenas o letras de canciones favoritas. A diferencia de los diarios que escribíamos nosotros, cuando éramos adolescentes, los flogs no son espacios para la confesión individual o para las proclamas, sino para una visión masiva, menos cercana al anonimato”, explicó la profesora de Lingüística de la UNT y del Cerpacu, Isabel Requejo, quien realizó varios estudios relacionados con los fenómenos sociales que genera internet.
“Tal vez cause sorpresa o malestar el hecho de que la intimidad corporal o subjetiva ya no quede celosamente guardada bajo llave ni al amparo de miradas ajenas. Ocurre que en estos tiempos, si el flog de un joven no es visitado por muchos chicos equivale para él a no ser nadie. Hace años, en cambio, lo que escribíamos en nuestro diario era casi una confesión interna, introspectiva, rara vez compartida, y era impensable esperar una respuesta”, agregó la especialista.
Requejo aseveró que, en la actualidad, los flogs se han abierto a los ojos de millones de personas de todo el mundo. “Satisfacen necesidades diferentes. Una de ellas es la que supone salir de un anonimato y exponer aspectos de la propia identidad a la mirada no siempre complaciente de otros”, afirmó.
“¿Necesitarán forjarse la ilusión o la certeza de que, al ser mirados o leídos por otros, ellos refuerzan aspectos de su identidad?”, se preguntó Requejo.
“Esta necesidad de dejar constancia de ellos mismos escribiendo y exponiendo fotos evidencia un uso diferente, no sólo de la escritura, sino también de las imágenes, del tiempo libre y de las formas de grupalidad que les otorgan pertenencia”, destacó.
Dos actitudes
La experta hizo hincapié en la necesidad de diferenciar entre un usuario de fotolog y un flogger. El primero -dijo- es un individuo que usa ese espacio para proponer discusiones, difundir imágenes y que, además, tiene otras actividades. Un flogger, en cambio, vive pendiente del sitio, tanto para estar junto con sus pares como para mantenerse conectado al mundo que lo rodea. Hasta pasa largas horas firmando fotologs ajenos con el objetivo de obtener popularidad.
“No creo que por tener un flog, los adolescentes se transformen en floggers. La vida de los jóvenes en Tucumán y en el mundo es bastante más compleja que lo que reflejan estas webs. Muchas veces están a la espera de que suceda algo importante en su vida; algo que los conmueva, que los atraiga, y que les otorgue certidumbre frente a una realidad muchas veces agobiante o sin horizontes políticos claros para gestar esperanzas colectivas”, aseguró.
“Pretender evaluar la vida de los adolescentes desde su apariencia externa, por sus formas de escribir o hablar o por las imágenes que muestran en los flogs minimiza nuestra capacidad de comprensión, porque parcela sus vidas y el presente. La vida real de los adolescentes, sus necesidades, sus tristezas, sus alegrías y sus grandes interrogantes aún no están masivamente reflejados en los flogs”, advirtió.
“Casi a diario recibo links de flogs de adolescentes. Leyéndolos aprendí que los han creado para contar anécdotas, escribir pocas líneas, utilizar expresiones de dudosa traducción, dar a conocer enamoramientos súbitos, difundir fotos propias y ajenas o letras de canciones favoritas. A diferencia de los diarios que escribíamos nosotros, cuando éramos adolescentes, los flogs no son espacios para la confesión individual o para las proclamas, sino para una visión masiva, menos cercana al anonimato”, explicó la profesora de Lingüística de la UNT y del Cerpacu, Isabel Requejo, quien realizó varios estudios relacionados con los fenómenos sociales que genera internet.
“Tal vez cause sorpresa o malestar el hecho de que la intimidad corporal o subjetiva ya no quede celosamente guardada bajo llave ni al amparo de miradas ajenas. Ocurre que en estos tiempos, si el flog de un joven no es visitado por muchos chicos equivale para él a no ser nadie. Hace años, en cambio, lo que escribíamos en nuestro diario era casi una confesión interna, introspectiva, rara vez compartida, y era impensable esperar una respuesta”, agregó la especialista.
Requejo aseveró que, en la actualidad, los flogs se han abierto a los ojos de millones de personas de todo el mundo. “Satisfacen necesidades diferentes. Una de ellas es la que supone salir de un anonimato y exponer aspectos de la propia identidad a la mirada no siempre complaciente de otros”, afirmó.
“¿Necesitarán forjarse la ilusión o la certeza de que, al ser mirados o leídos por otros, ellos refuerzan aspectos de su identidad?”, se preguntó Requejo.
“Esta necesidad de dejar constancia de ellos mismos escribiendo y exponiendo fotos evidencia un uso diferente, no sólo de la escritura, sino también de las imágenes, del tiempo libre y de las formas de grupalidad que les otorgan pertenencia”, destacó.
Dos actitudes
La experta hizo hincapié en la necesidad de diferenciar entre un usuario de fotolog y un flogger. El primero -dijo- es un individuo que usa ese espacio para proponer discusiones, difundir imágenes y que, además, tiene otras actividades. Un flogger, en cambio, vive pendiente del sitio, tanto para estar junto con sus pares como para mantenerse conectado al mundo que lo rodea. Hasta pasa largas horas firmando fotologs ajenos con el objetivo de obtener popularidad.
“No creo que por tener un flog, los adolescentes se transformen en floggers. La vida de los jóvenes en Tucumán y en el mundo es bastante más compleja que lo que reflejan estas webs. Muchas veces están a la espera de que suceda algo importante en su vida; algo que los conmueva, que los atraiga, y que les otorgue certidumbre frente a una realidad muchas veces agobiante o sin horizontes políticos claros para gestar esperanzas colectivas”, aseguró.
“Pretender evaluar la vida de los adolescentes desde su apariencia externa, por sus formas de escribir o hablar o por las imágenes que muestran en los flogs minimiza nuestra capacidad de comprensión, porque parcela sus vidas y el presente. La vida real de los adolescentes, sus necesidades, sus tristezas, sus alegrías y sus grandes interrogantes aún no están masivamente reflejados en los flogs”, advirtió.
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