24 Agosto 2008
La meta de un flogger es ser atractivo y popular
Una de las más recientes tribus urbanas se caracteriza por subir sus fotos a internet, usar flequillo, chupines y prendas de tonos estridentes. Son jóvenes de entre 13 y 20 años. Bailan música electrónica como una suerte de ritual. Cuidan su imagen. Se definen como no violentos.
EL RITUAL DE LOS DOMINGOS. Frente al shopping El Portal, los floggers, con sus coloridos atuendos, se juntan todas las semanas para bailar música electrónica, que escuchan con los celulares. LA GACETA / OSVALDO RIPOLL
Rápido, antes de que el flash de la cámara ilumine el atardecer que cae sobre el shopping El Portal de Yerba Buena, saca un peine del bolsillo y se acomoda el flequillo castaño, que le cubre la frente. Inmediatamente, adopta alguna pose que, aunque parece improvisada, fue bien ensayada frente al espejo de su casa. Vestido con una campera amarillo patito, una remera roja de cuello en V y un pantalón chupín de jean, Juan espera en el estacionamiento a sus amigos, quinceañeros como él. Son casi las 7 de la tarde de un domingo, horario en el que los floggers tucumanos se juntan para su ritual semanal: bailar música electrónica ante las miradas de asombro o de simpatía que despiertan en quienes pasean por el centro comercial.
De a poco, otros chicos con peinados llamativos van sumándose al grupo. Las cámaras de los celulares apuntan a uno o a otro joven; siempre lo hacen en busca del más popular. Es que ser flogger implica justamente eso: un camino para ser reconocido por otros adolescentes, para sentirse admirado, lindo, codiciado, según lo define Daniel, de 19 años, quien ingresó en esta tribu urbana cuando regresó de España, donde vivía. "Si no llegás a ser popular, sos un fracasado", agrega crudamente.
El fenómeno flogger se hizo conocido a fines del año pasado en Buenos Aires, cuando los medios empezaron a publicar las costumbres de estos chicos. Y no tardó en llegar a Tucumán. Esta tendencia es una especie de hija adolescente de internet. Quienes se encuadran dentro de ella son jóvenes de entre 13 y 20 años que se relacionan por medio de flogs, páginas personales que, desde servidores gratuitos como Fotolog.com o Metroflog.com, permiten subir a la web fotos propias y esperar que otros las miren y dejen comentarios ("firmen", en el léxico flogger). Estas páginas son el nexo entre ellos, mientras que el cuidado de la imagen personal es el denominador común. Es que para ser popular hay que ser atractivo y fotogénico, ya que la ruta a la fama depende de cuán bien se vean en las fotos que se suben al flog personal. Por eso, ninguno se avergüenza al sacar el peine y el pequeño espejo que todos llevan en el bolsillo. ¿Y quién es famoso? Aquel cuyo flog es el más visitado.
Uniforme de colores
Es fácil reconocerlos entre la multitud que cada domingo invade el shopping. Su "uniforme" de colores los distingue. Llevan el flequillo sobre la frente (sin que les cubra los ojos), tanto las chicas como los varones usan pantalones chupines, zapatillas coloridas (Nike o John Foos) y remeras con cuello en V. Todas las prendas son de tonos alegres y estridentes. "Los floggers famosos marcan la moda. Si ellos aparecen con algo nuevo, lo empezamos a usar", explica Abel, de 16 años. "Desde que soy flogger tengo el triple de ropa de lo que tenía antes ¿Si me dicen algo en casa? No, nada. Mi papá me corta el pelo y mi mamá me acompaña a comprar la ropa", responde Juan. "Somos una sociedad tranquila; hacemos lo que nos gusta. No molestamos a nadie. Pero sí nos sentimos discriminados. Los otros chicos nos dicen que somos maricones y siempre nos quieren pegar. Nosotros no respondemos; la violencia no va con nosotros. Cuando nos tiran la bronca, preferimos irnos", aclara Daniel.
Una ciudad grande
Los floggers tienen dos hábitats naturales. Uno es frente a la computadora, donde -según admiten- pasan unas seis horas por día como mínimo. El otro son los shoppings, un espacio propicio para mostrarse, cuenta Lucía, de 14 años. En la cara de muchos adultos que pasan junto a ellos se dibuja una expresión que parece revelar una pregunta: ¿no tendrán vergüenza? "La vergüenza ya no existe. Tucumán es una ciudad grande donde uno puede hacer lo que le gusta", sostiene Daniel.
De pronto, Lucía le da un celular a Eric, de 14 años. El se lo pone en el oído y empieza a sacudirse histéricamente. El resto no escucha la música electrónica grabada en el teléfono. Pero Eric se mueve rápido, repitiendo los pasos que aprendió de tanto mirar los videos que suben a YouTube.com los floggers famosos de Buenos Aires. Otros se suman al baile. Saltan, sus piernas se desplazan de un lado a otro. La gente mira. Algunos conductores bajan la velocidad para apreciar mejor las piruetas de los adolescentes. Lo que no saben es que están frente al ritual flogger de cada fin de semana en Tucumán.
De a poco, otros chicos con peinados llamativos van sumándose al grupo. Las cámaras de los celulares apuntan a uno o a otro joven; siempre lo hacen en busca del más popular. Es que ser flogger implica justamente eso: un camino para ser reconocido por otros adolescentes, para sentirse admirado, lindo, codiciado, según lo define Daniel, de 19 años, quien ingresó en esta tribu urbana cuando regresó de España, donde vivía. "Si no llegás a ser popular, sos un fracasado", agrega crudamente.
El fenómeno flogger se hizo conocido a fines del año pasado en Buenos Aires, cuando los medios empezaron a publicar las costumbres de estos chicos. Y no tardó en llegar a Tucumán. Esta tendencia es una especie de hija adolescente de internet. Quienes se encuadran dentro de ella son jóvenes de entre 13 y 20 años que se relacionan por medio de flogs, páginas personales que, desde servidores gratuitos como Fotolog.com o Metroflog.com, permiten subir a la web fotos propias y esperar que otros las miren y dejen comentarios ("firmen", en el léxico flogger). Estas páginas son el nexo entre ellos, mientras que el cuidado de la imagen personal es el denominador común. Es que para ser popular hay que ser atractivo y fotogénico, ya que la ruta a la fama depende de cuán bien se vean en las fotos que se suben al flog personal. Por eso, ninguno se avergüenza al sacar el peine y el pequeño espejo que todos llevan en el bolsillo. ¿Y quién es famoso? Aquel cuyo flog es el más visitado.
Uniforme de colores
Es fácil reconocerlos entre la multitud que cada domingo invade el shopping. Su "uniforme" de colores los distingue. Llevan el flequillo sobre la frente (sin que les cubra los ojos), tanto las chicas como los varones usan pantalones chupines, zapatillas coloridas (Nike o John Foos) y remeras con cuello en V. Todas las prendas son de tonos alegres y estridentes. "Los floggers famosos marcan la moda. Si ellos aparecen con algo nuevo, lo empezamos a usar", explica Abel, de 16 años. "Desde que soy flogger tengo el triple de ropa de lo que tenía antes ¿Si me dicen algo en casa? No, nada. Mi papá me corta el pelo y mi mamá me acompaña a comprar la ropa", responde Juan. "Somos una sociedad tranquila; hacemos lo que nos gusta. No molestamos a nadie. Pero sí nos sentimos discriminados. Los otros chicos nos dicen que somos maricones y siempre nos quieren pegar. Nosotros no respondemos; la violencia no va con nosotros. Cuando nos tiran la bronca, preferimos irnos", aclara Daniel.
Una ciudad grande
Los floggers tienen dos hábitats naturales. Uno es frente a la computadora, donde -según admiten- pasan unas seis horas por día como mínimo. El otro son los shoppings, un espacio propicio para mostrarse, cuenta Lucía, de 14 años. En la cara de muchos adultos que pasan junto a ellos se dibuja una expresión que parece revelar una pregunta: ¿no tendrán vergüenza? "La vergüenza ya no existe. Tucumán es una ciudad grande donde uno puede hacer lo que le gusta", sostiene Daniel.
De pronto, Lucía le da un celular a Eric, de 14 años. El se lo pone en el oído y empieza a sacudirse histéricamente. El resto no escucha la música electrónica grabada en el teléfono. Pero Eric se mueve rápido, repitiendo los pasos que aprendió de tanto mirar los videos que suben a YouTube.com los floggers famosos de Buenos Aires. Otros se suman al baile. Saltan, sus piernas se desplazan de un lado a otro. La gente mira. Algunos conductores bajan la velocidad para apreciar mejor las piruetas de los adolescentes. Lo que no saben es que están frente al ritual flogger de cada fin de semana en Tucumán.
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