06 Agosto 2008
Para justificar la obediencia castrense, Aldo Rico, antiguo camarada de Antonio Bussi, solía ironizar: la duda es la jactancia de los intelectuales. Pero desde hace un tiempo, la duda -la intriga más bien- se ha transformado en una oportuna aliada del ex gobernador.
Primero se entabló la sospecha de que era víctima de una incapacidad sobreviniente. Sus mismos hijos, con tal de no verlo sentado como acusado, diagnosticaron que había devenido inimputable. Por eso, embarraron a los vocales del Tribunal Oral por haber decidido prudentemente que un forense de la Corte Suprema de la Nación informara si Bussi comprende las consecuencias de sus actos. Ayer, cuando interrumpió la lectura de la acusación para pedir aclaraciones sobre el tipo de torturas al que se había referido la esposa del desaparecido Guillermo Vargas Aignasse, puso en evidencia su aguda capacidad de atención y enervó los argumentos de su propia defesa.
Otro dato llamativo. José María David, médico de la Corte, había concluido el lunes que Bussi no necesitaba de oxigenoterapia permanente, pero ayer este ingresó a la sala de audiencias con una bigotera conectada a un tubo de oxígeno.
Amén de esto, al menos visiblemente, Bussi resistió sin mayores problemas hasta el cuarto intermedio. Entonces, cambió imprevistamente el cuadro. En ese momento, antes que la defensora oficial, los primeros que entraron a verlo al espacio que le habilitaron fueron sus hijos. Fue cuando adujo fuertes dolores de pecho, que impidieron que concluyera el acto esencial de la lectura de la acusación, sin el que no puede seguir el juicio. Muy lejos de 1976, todo su poder parece radicar hoy en la capacidad de exteriorizar sus afecciones cardíacas. Y en la de generar dudas.
Primero se entabló la sospecha de que era víctima de una incapacidad sobreviniente. Sus mismos hijos, con tal de no verlo sentado como acusado, diagnosticaron que había devenido inimputable. Por eso, embarraron a los vocales del Tribunal Oral por haber decidido prudentemente que un forense de la Corte Suprema de la Nación informara si Bussi comprende las consecuencias de sus actos. Ayer, cuando interrumpió la lectura de la acusación para pedir aclaraciones sobre el tipo de torturas al que se había referido la esposa del desaparecido Guillermo Vargas Aignasse, puso en evidencia su aguda capacidad de atención y enervó los argumentos de su propia defesa.
Otro dato llamativo. José María David, médico de la Corte, había concluido el lunes que Bussi no necesitaba de oxigenoterapia permanente, pero ayer este ingresó a la sala de audiencias con una bigotera conectada a un tubo de oxígeno.
Amén de esto, al menos visiblemente, Bussi resistió sin mayores problemas hasta el cuarto intermedio. Entonces, cambió imprevistamente el cuadro. En ese momento, antes que la defensora oficial, los primeros que entraron a verlo al espacio que le habilitaron fueron sus hijos. Fue cuando adujo fuertes dolores de pecho, que impidieron que concluyera el acto esencial de la lectura de la acusación, sin el que no puede seguir el juicio. Muy lejos de 1976, todo su poder parece radicar hoy en la capacidad de exteriorizar sus afecciones cardíacas. Y en la de generar dudas.