Mundos reales construidos a fuerza de crueldad

Mundos reales construidos a fuerza de crueldad

Con un libro verdaderamente excepcional que reúne sus relatos, Castillo vuelve a demostrar que es el mayor cuentista argentino vivo. Por Alvaro José Aurane.

EL ESCRITOR Y SUS FANTASMAS. Castillo no sólo reconoce la influencia que grandes escritores tienen sobre su prosa, sino que homenajea y dedica cuentos a esos autores.  EL ESCRITOR Y SUS FANTASMAS. Castillo no sólo reconoce la influencia que grandes escritores tienen sobre su prosa, sino que homenajea y dedica cuentos a esos autores.
20 Julio 2008
Los Cuentos completos, de Abelardo Castillo, representan un paradigma de 464 páginas. Un universo de cuestiones que encierra, dentro de los límites de su tapa y de su contratapa, un universo de respuestas. Así, por ejemplo, el subtítulo de esta compilación es Los mundos reales, lo que el propio autor explica en un par de posfacios, en los que revela que escribió, siempre, convencido de que todos sus cuentos debían pertenecer a un solo libro, ese libro, este libro, que él pergeñó antes de cumplir 18 años.
Sin embargo, es el título de su segundo obra, Cuentos crueles (1966), es el que más acabadamente hilvana el rosario de creaciones del narrador que nació en San Pedro, Buenos Aires, en 1935. Porque la crueldad atraviesa su escritura.
Crueles son los hombres, como los que protagonizan La madre de Ernesto, cuando quieren disfrutar de su indignidad. O como el señor Sprach, cuando habló a sus compañeros para anunciarles que debían morir todos. O como el amigo de Hernán, en El marica. O como el señor Milman, que no era Milman, con su hijo, que sí era su hijo, en Macabeo. O como Anselmo Arana con el nicoleño al que le quito la hombría y la mujer a fuerza de golpizas.
Cruel es la vida con Laura, en Capítulo para Laucha. Y con los hermanos Iglesias, corajudos y peronistas, en Los muertos de Piedras Negras. Y con Marcial Palma, un compadrito linchado a mano limpia por un cajetilla. Y con el hombre que quiere arreglar Una estufa para Matías Goldoni. Y con los soldados que están En el cruce. Y con el que vive al lado de ese enorme edificio blanco, lleno de gente que no ve, y que todo el tiempo golpea las paredes
Crueles son las mujeres, como Virginia, que un día ya no volvió, y como María Fernanda, que usa el recuerdo de la otra como verdades que son sablazos, en Los ritos. Como Erika de los pájaros, con ella misma y con su hombre, de pies ensangrentados. Como la mujer del Patrón, con él, con don Antenor, que la buscó para tener ese hijo que tan perramente quiso. Como Asumpta con su hermano, aquella vez, cuando él volvió, en La que espera.
Crueles son los niños, como el dueño del juguete con su muñeco con cara de idiota, en Conejo. Y como la pequeña Carolina, en la cartita que le escribe al Niñito Dios, después de haber escrito la de su hermanito, Matías, porque él se lo pidió.
Incluso, cruel es Castillo consigo mismo, en El cruce del Aqueronte, que es el segundo capítulo de su segunda novela, El que tiene sed, cuando relata descarnadamente lo que el alcoholismo llegó a hacer con él.
Ahora que repaso este comentario, advierto que Castillo tiene razón en haber bautizado este libro como lo hizo: acaso, es toda esa crueldad hecha ficción, esta crueldad tan ineludiblemente humana, la que hace que sus cuentos sean Los mundos reales.
De hecho, ha sido la crueldad la que llevó a que me encontrara con estos Cuentos completos en las manos. Lo último que había leído de Castillo (dirigió la mítica Ornitorrinco, primera revista literaria de la resistencia cultural durante la última dictadura), era El Evangelio según Van Huten. Aunque muy bien escrita, me había parecido (y lo escribiré por pura crueldad) más un punto de vista que una novela. Después leí una entrevista en la que él destacaba, casi anecdóticamente, un cuento que había escrito durante la Navidad en que estaba de colimba, lejos de su casa, con el regimiento casi vacío, y con el mandato sarcástico de un superior, que lejos de condolerse con la solitaria velada que le esperaba al conscripto, le ordenó, tan cruel como inspiradamente, que fuera a la ciudad, tomara al primer borracho que encontrara, lo invitara a cenar y, tras hacerle pasar la noche más feliz de su vida, lo asesinara.
Me acordé de eso en una librería de la costa, en marzo, cuando vi el volumen entre las "Novedades", en la vidriera. Encontré el cuento terrible. Y hallé, también, que hasta las mismas ideas de Castillo son crueles. Como la que desliza en Las panteras y el templo, cuando advierte que la crueldad no radica en que un marido levante un hacha sobre la cama en la que duerme plácidamente su esposa, dispuesto a matarla, sino en el hecho de que ese hombre se arrepienta. Y que ella, en adelante, duerma cada noche, tranquila y hasta sintiéndose segura, con el tipo que estuvo a un movimiento de ultimarla.
Los mundos reales, hay que decirlo, es un libro excepcional. Es una reconciliación con la literatura argentina, una reivindicación para todos esos árboles que -como bien dice Miguel Velárdez- son talados para hacer el papel en el que, a menudo, se imprime cada porquería... Porque estos Cuentos completos son el anatema de ese lugar común que pretende que toda selección implica un intrínseco desnivel, porque reúnen grandes obras junto con creaciones de mediana calidad. Puede tomarse el índice y entrar al libro por donde se quiera porque la solidez de la obra permite, incluso, esa comodidad: la de que el lector elija por dónde comenzar y por donde terminar con este libro. Abelardo se cansa de demostrar que es, sin dudas, el mayor cuentista argentino vivo.
"Castillo escribe cuentos, es decir, sistemas cerrados, y no meros relatos en los que habitualmente no se pasa del recorte arbitrario de una situación", describió Julio Cortázar, y no de favor. Hay otro lugar común en la literatura, según el cual -porque sí nomás- el cuento es el género literario más difícil de encarar. Algo sí es cierto: debe ser arduo escribir como Castillo escribe. Y lograr, a partir de materiales tan terribles como la maldad, la traición, la miseria, la vergüenza y el deshonor, la acabada construcción de mundos tan reales. Como dijo Gogol, "lugar siniestro este mundo, caballeros".
Los cuentos también están traspasados por la influencia del citado Cortázar (el autor admite con ironía que puede haberle plagiado algo, pero sólo a modo de homenaje) y de Jorge Luis Borges, cuyas creaciones son calificadas de "deslumbrantes". También se notan (y se hacen notar en dedicatorias y citas) el legado de Thomas Mann y de Roberto Arlt, de Franz Kafka y de Edgar Allan Poe. De hecho, la tapa de la edición de Alfaguara tiene, como detalle de ilustración, un escarabajo de oro. Nadie que ignore su significado -y lo que particularmente representó en la vida de Castillo- puede eludir este libro.
"El horror de mis cuentos no viene de Alemania, escribió Poe, viene de mi alma. Más o menos, pienso lo mismo de la literatura", confiesa el autor. Y no miente.
© LA GACETA

Alvaro José Aurane

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