
Scorza, el jinete insomne
Por Abel Posse para LA GACETA - París. Scorza seguramente tuvo vergüenza de su éxito ante los fusilados de su aldea novelesca. Vivió con culpa la fama que tanto había buscado. Tenía su lugar más allá del grupo del "boom" y antes del alivio facilista de la posmodernidad. Pero el Jockey Club de la literatura peruana no lo aceptó.

Conocí a Manuel Scorza en París, cuando estaba en el torbellino creativo de su saga andina. Me acuerdo de que fui a la calle Saint Martin. Recuerdo una ventana luminosa en una mañana de primavera. Era un taller literario, más que un domicilio. Y era el momento de fervor, cuando el escritor encuentra su veta, sus palabras. Manuel se había interesado por mi novela Los Bogavantes, presentada desde Moscú, donde yo realizaba mi tarea de diplomático, para el Premio Planeta de 1968. La novela fue censurada y prohibida su publicación. Una prohibición por la censura podría también bien ser el negativo de un premio.
Generosamente, Manuel pasó mi libro, finalmente publicado en Buenos Aires, al gran Claude Couffon, el crítico y profesor entrañablemente comprometido con esa "novela latinoamericana" que protagonizó la mayor revolución estilística internacional en la anquilosada novelística de la Europa de la posguerra.
Manuel tenía un pelo ensortijado, lentes a lo Schubert, una mirada inquisidora. Con graciosa facilidad pasaba del sarcasmo al análisis racional. Por entonces era un revolucionario condenado que había pagado con prisión y exilio su rebeldía.
La muerte famosa de Guevara había encendido el revolucionarismo continental. Eran tiempos en que Vargas Llosa había puesto en aprietos a la agente Carmen Balcells pidiendo que el dinero de su flamante premio Rómulo Gallegos fuese donado a un grupo guerrillero.
Manuel había militado en el comunismo y tenía la convicción de que sólo el socialismo podría hacer nacer ese continente latinoamericano, siempre futurible, siempre nonato. Su pensamiento incluía una enriquecedora veta aprista en relación con la particularidad indigenista del mundo andino y se consolidaba con la racionalidad del brillante José Carlos Mariátegui, el mayor pensador del socialismo iberoamericano.
Las ideologías y los sectarismos políticos han causado la mayor hecatombe de artistas y creadores. Manuel Scorza, tal vez por su natural don poético, salvó su palabra de toda prosa partidaria. En la concepción misma de su saga surgen un predominio estético de la palabra, una metaforización de los conceptos y una independencia de artista cabal para concebir un "imaginario" propio y autónomo. En vez de creer que lo político "aseguraría" la narración desde la gastada razón y la ideología, Scorza hizo prevalecer su poética, su universo de amor, sobre lo conceptual.
Redoble por Rancas inicia magistralmente el ciclo de las rebeliones de la alta sierra y del hombre peruano contra la cultura invadente. La cultura de dominación. Es una resistencia de cinco siglos de decadencia y de esperanza profunda. Así como el gigante José Ma. Arguedas plasmó el dolor abisal y la quiebra del pueblo indígena y mestizo en una expresión austera y trágica (Los ríos profundos), Manuel Scorza transforma esa realidad abrumadoramente sombría en fiesta y cabalgata épica. El idioma se eleva desde sombras y nieblas. El sentimiento y la palabra metafórica y poética del universo quechua se alzan en un riquísimo español, inigualado en la novelística peruana.
Allí los muertos comentan y se ríen de sus derrotas como de los triunfos efímeros de sus verdugos. Hay un más allá inexorable de la vida que envuelve y sublima la mera historia. Sus héroes parecen burlarse del sacrificio, porque no dudan de un destino vital y justo al final de su tiempo. Un triunfo de armonía como resultante de un largo ciclo de desolación. Scorza sabe rescatar este ritmo secreto de nuestra América y del pueblo andino.
Y allí, en el departamento-taller de la calle Saint Martín, cerca del Chatelet, Manuel me dio por primera vez la mano y me presentó a Cecilia Hare, su mujer. Bella, lúcida, paciente organizadora de los desórdenes, las arbitrariedades y los entusiasmos de aquel Manuel que sentía con insolencia y entrega que había encontrado su voz. Voz que es estilo, impulso que puede encender la materia inerte del relato.
Creo que Cecilia me ofreció té. Creo que había una mesa de caballetes con hojas y hojas de capítulos y manuscritos. Allí nació la saga: Redoble por Rancas, Garabombo, El invisible, El jinete insomne, Cantar de Agapito Robles, La tumba del relámpago y La danza inmóvil.Altura y caída. Esperanza y muerte.
El Jockey Club de la literatura peruana no aceptó a Scorza, sobre todo después del éxito mundial de su obra. Ubicaron a Manuel en la vereda de enfrente del Club Nacional de la Literatura Peruana, como él decía ironizando.
En esa injusticia había un acierto. El lugar de Manuel, por la jerarquía de sus mejores logros, como en Redoble... y en Garabombo, estaba junto a Rulfo, Faulkner, Guimaraes Rosa, García Márquez, José Ma. Arguedas, Martín Adan.
Tenía su lugar más allá del grupo del "boom" y antes del alivio facilista de la posmodernidad.
Desde aquella mañana parisiense en la cantera de su obra fuimos amigos en respetuosa diferencia. Fuimos a congresos de escritores, donde Manuel denunció a casi todos de un complot capitalista supuestamente comandado por el exiliado cubano Montaner.
Volvió locos a sus agentes literarios, y Cecilia, su perpetua ordenadora, se hizo cargo de lidiar en su favor.
Scorza tuvo seguramente vergüenza de su éxito ante los fusilados y humillados de su aldea novelesca. Vivió con culpa la fama que tanto había buscado.
Pasamos días felices en Venecia, donde yo vivía. Vimos crecer a la preciosa Cecilita, su hija. Hablamos horas en las hamacas del hotel Excelsior en el Lido.
Lo acompañé en sus caminatas iracundamente anticapitalistas por la rue Larrey y la plaza de la Contrescarpe.
Estuvimos invitados a un congreso de escritores en Caracas. Una noche antes de la partida cenamos con amigos en mi casa tratando de disuadirlo. Yo le anuncié que no viajaría. Fue un diálogo divertido hablando de la literatura peruana:
-¡Que tal literatura la del Perú! -exclamó Manuel. Los poetas actuales que son tan buenos. Arguedas, Alegría, Ribeyro; Bryce Echenique con su Un mundo para Julius; Vargas Llosa con La ciudad y los perros... Ves que soy discreto: no me pongo en la lista. Es mejor: ellos siempre me "ningunearon", me "esnobearon". Yo siempre insistiendo en cosas de mal gusto: los pobres, los piojos, la revolución. Los fantasmas que tú dices? Soy un mal enterrador de fantasmas. Nunca me dejaron entrar en el club Nacional de la literatura peruana. En España llegaron a crearme mala fama. Mi última novela la criticaron mucho. Me hicieron una imagen de vanidoso, de ridículo?
-Vos tampoco te ayudaste mucho -le dije-. Es malo cuando a uno lo toman por el lado de las anécdotas exageradas o chistosas. Vargas Llosa dice de ti que haces "literatura huachafa", que eres "huachafo" o cursi en casi todas tus páginas?
-¿Sabes lo que escribió Arguedas de él en esa especie de juicio final que es El zorro de arriba y el zorro de abajo? Algo así como que Vargas Llosa nunca había aplastado piojos contra una piedra. Parecida cosa dice de Cortázar? Son niños bien de la literatura sudamericana.
-Difícil fundamentar una estética con un límite tan parasitario; me huele a cierto resentimiento que hay en algunas partes de ese libro sobre Borges, sobre Proust? Y Manuel:
-¡Que tal monstruos! ¡Proust reventaba más que piojos, ratas! Parece que al final de su vida se excitaba así, atravesando ratas con una aguja de colchonero que encargaba a un fornido carnicero de Les Halles. Gozaba viéndolas agonizar en su charco de sangre, de sangre rosa, de rata. Los piojos de Arguedas son lo de menos. Son casi tan puros como símbolos. No. Uno siempre anda reventando piojos o ratas. El escritor siempre es un enfermo (un enfrentado), y en primer lugar suele ser un enfermo sexual. En Vargas Llosa no hay ratas, es verdad. ¿Será escritor?
-Todo le va bien. Va derecho al premio Nobel. Es alguien realmente envidiable. Es la imagen diurna del escritor, lo opuesto sería Arlt o Vallejo. Gide decía que los escritores tienen que elegir entre la gravedad y el brillo. Arguedas eligió el lado más terrible; Vargas Llosa, el más soleado.
-A Arguedas tampoco lo aceptaron en el club Nacional de las Letras. Nuestra sociedad literaria es como cualquier otra: hay escritores bien y los que no lo son tanto. Algunos somos francamente "huachafos" -dice Manuel.
-Pasolini hablaba del "palazzo": la gente realizada, los creadores, los que alcanzan en medio de este infierno a vivir sus propias vidas, a hacer lo que les gusta. No se trata de problemas económicos. Un hombre como Octavio Paz debería ser el gran chambelán del "palazzo", ¿no?
Teníamos de postre quesos variados de Francia con vino de Burdeos. Manuel se ajustó sus anteojos de Schubert andino para contemplar el paisaje de la mesa. Su frente ancha y sus pelos para arriba, medio revueltos, siempre me hicieron pensar en Trotzky en eterno exilio. Un Trotzky criollo quebrado por dudas ancestrales.
-Tiene razón Elisabeth Burgos. O Venecia (¡tu "palazzo" de Venecia!). El champán Krug y hablar con Teresa Anchorena, la argentina más interesante que he conocido en París?
(En esa misma mesa, un año antes de ese diálogo -Manuel ya ni se acordaba de lo que yo ya nunca podré olvidar- estábamos con dos personas más, y una amiga francesa se puso a examinar un juego de tarot veneciano. Una carta se deslizó e impúdicamente cayó en el plato. Medio sonrojada se apuró a devolverla a sus veintidós hermanas: era el arcano de la muerte, Le Pendu.)
-Si me regalan la prolongación de pasaje de Bogotá a Lima me largo nomás. No me resulta tan pesado el viaje en avión, porque yo puedo dormir profundamente: dos whiskies, tapones en las orejas y un antifaz negro. Pero necesito saber que faltan varias horas de vuelo sin escalas. No me dormiré antes de Madrid -e imitando la tonada porteña agregó: -Uno es modesto, che. ¡Uno necesita el océano para dormirse!Vivía a unas diez cuadras de mi casa, en la rue Larrea, y a pesar de la lluvia, como siempre, prefirió volverse a pie.
-Esta no es lluvia, es garúa. La garúa es liviana, anda por el aire, como humedad de alta montaña. ¿Cómo quieres que desaproveche la garúa metiéndome en un taxi? Aunque caiga en la Isla St. Louis, es un invento peruano... Garúa?
Dos días después, por la mañana, recibí un llamado de Carmen Balcells desde Barcelona. Su voz angustiada:
-Abel, ¿eres tú? ¿Tú mismo? ¿No viajaste? ¡Por Dios, por Dios!: anoche cayó cerca de Madrid, aterrizando, el vuelo de Avianca. Murieron Manuel Scorza, Ibargüengoitiz y el matrimonio Rama. Pensé que?© LA GACETA







