22 Junio 2008
“La huella de carbono”
El aporte individual al deterioro del ambiente es tan importante como el que generan las industrias. Por Juan Carlos Di Lullo - Redacción LA GACETA.
Hace medio siglo, en la cocina de la casa de cualquier familia tucumana había una bolsa grande de tela estampada, a veces con manijas de madera, que se usaba para transportar las compras que se hacían en el mercado o en el almacén. Ningún comerciante, por aquellas épocas, se sentía obligado a proveer los recipientes para transportar los productos que vendía, más allá de los clásicos envoltorios en papel de estraza. Hoy, cualquier visita al supermercado deja como mínimo en la despensa del comprador una media docena de bolsas de plástico.
El detalle no sólo marca un cambio en las costumbres; en la página de internet de la Secretaría de Ambiente de la Nación, la Dirección de Cambio Climático publicó un documento titulado “La huella del carbono”, en el que -entre otras cosas- aconseja rechazar las bolsas de plástico que no sean imprescindibles; también recomienda reducir el volumen de basura e inclinarse por el uso de sustancias reciclables.
Todo esto está centrado en el empeño de reducir las emisiones de carbono para no contribuir al calentamiento global. La política de dirigir la concientización a un nivel personal responde al convencimiento de que el aporte individual al deterioro de las condiciones ambientales es tan importante como el que generan las industrias.
La huella de carbono es una medida de la cantidad de gases de efecto invernadero que produce cada persona, en función de sus hábitos: sobre esta cantidad inciden factores tales como si tiene auto, los electrodomésticos que utiliza y hasta el tipo de alimentación.
La conservación de los bosques ante el avance de la deforestación para ampliar la frontera de la explotación agrícola, la amenaza de la sobrepesca en los mares, la contaminación por efluentes industriales de las cuencas hídricas y la regulación de las explotaciones mineras a cielo abierto aparecen como temas impostergables en la agenda de los gobiernos de todos los países del mundo.
Sin embargo, y a pesar de todas las advertencias, los estudios y las estadísticas, los principales contaminadores no parecen estar dispuestos a cambiar sus posturas. Los representantes republicanos en el Congreso de EE.UU. impidieron (dos días después de la celebración del Día Mundial del Medio Ambiente) la aprobación de una ley para la protección del clima con el argumento de que la norma contribuiría al aumento del precio del petróleo, produciría una baja en el número de empleos y daría un nuevo golpe a la economía norteamericana.
La naturaleza de las acciones que deben encararse para enfrentar el calentamiento global implica un descenso en la calidad de vida de millones de personas, algo que no es fácil de aceptar. Los especialistas en el tema sostienen que el recorte inevitable vendrá por el lado de la escasez; algunos ejemplos ya se están viendo en el campo de la generación de energía.
En su momento, archivar la “bolsa del mercado” y reemplazarla por los prácticos envases de plástico habrá parecido un símbolo de progreso. A la vuelta de los años, la percepción es otra. Los resultados de las políticas proteccionistas no aparecen de un día para el otro; tampoco los efectos negativos que produce no darle al problema su verdadera magnitud. Pero queda muy poco tiempo (si es que queda) para que el proceso de degradación del medio ambiente se torne irreversible.
El detalle no sólo marca un cambio en las costumbres; en la página de internet de la Secretaría de Ambiente de la Nación, la Dirección de Cambio Climático publicó un documento titulado “La huella del carbono”, en el que -entre otras cosas- aconseja rechazar las bolsas de plástico que no sean imprescindibles; también recomienda reducir el volumen de basura e inclinarse por el uso de sustancias reciclables.
Todo esto está centrado en el empeño de reducir las emisiones de carbono para no contribuir al calentamiento global. La política de dirigir la concientización a un nivel personal responde al convencimiento de que el aporte individual al deterioro de las condiciones ambientales es tan importante como el que generan las industrias.
La huella de carbono es una medida de la cantidad de gases de efecto invernadero que produce cada persona, en función de sus hábitos: sobre esta cantidad inciden factores tales como si tiene auto, los electrodomésticos que utiliza y hasta el tipo de alimentación.
La conservación de los bosques ante el avance de la deforestación para ampliar la frontera de la explotación agrícola, la amenaza de la sobrepesca en los mares, la contaminación por efluentes industriales de las cuencas hídricas y la regulación de las explotaciones mineras a cielo abierto aparecen como temas impostergables en la agenda de los gobiernos de todos los países del mundo.
Sin embargo, y a pesar de todas las advertencias, los estudios y las estadísticas, los principales contaminadores no parecen estar dispuestos a cambiar sus posturas. Los representantes republicanos en el Congreso de EE.UU. impidieron (dos días después de la celebración del Día Mundial del Medio Ambiente) la aprobación de una ley para la protección del clima con el argumento de que la norma contribuiría al aumento del precio del petróleo, produciría una baja en el número de empleos y daría un nuevo golpe a la economía norteamericana.
La naturaleza de las acciones que deben encararse para enfrentar el calentamiento global implica un descenso en la calidad de vida de millones de personas, algo que no es fácil de aceptar. Los especialistas en el tema sostienen que el recorte inevitable vendrá por el lado de la escasez; algunos ejemplos ya se están viendo en el campo de la generación de energía.
En su momento, archivar la “bolsa del mercado” y reemplazarla por los prácticos envases de plástico habrá parecido un símbolo de progreso. A la vuelta de los años, la percepción es otra. Los resultados de las políticas proteccionistas no aparecen de un día para el otro; tampoco los efectos negativos que produce no darle al problema su verdadera magnitud. Pero queda muy poco tiempo (si es que queda) para que el proceso de degradación del medio ambiente se torne irreversible.
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