29 Abril 2008
La danza ha sido parte del cine desde los comienzos del séptimo arte; el fotógrafo James Muybridge, a fines del siglo XIX, capturó en fotogramas sucesivos los desplazamientos de una bailarina para demostrar las posiblidades de lo que llamó cronofotografía, un rudimentario antepasado del filme contemporáneo.
Ya instalado el fenómeno del cine, se pueden catalogar los filmes en dos grandes grupos: aquellos en los que la danza es el centro de la estructura narrativa y aquellos otros en los que se hace referencia al mundo del baile a través de las experiencias de los personajes. En una forzosamente incompleta reseña, no puede dejar de citarse entre los que pertenecen al primer grupo a "Cantando bajo la lluvia", "El mago de Oz", "Un americano en París", "Sombrero de copa", "Amor sin barreras", "Brigadoon", "La novicia rebelde", "Mi bella dama", "Mary Poppins" o "Siete novias para siete hermanos" como exponentes de la época dorada de Hollywood. A estas deben agregarse las geniales contribuciones de Bob Fosse ("Cabaret", "El show debe continuar") o la poética "El baile", de Ettore Scola y, ya en el tercer milenio, "Moulin Rouge" (Baz Luhrman) o la extraordinaria "Chicago", de Rob Marshall. Entre los filmes que pertenecen al segundo grupo deben figurar "Carnet de baile", de Julien Duvivier, "Las zapatillas rojas", de Michael Powell, "Candilejas", de Charles Chaplin, "Momento de decisión", de Herbert Ross o "Billy Elliot", de Stephen Daldry. Curiosamente, las incursiones por la gran pantalla de astros del baile clásico como Alexander Godunov, Mikhail Barishnikov o Rudolf Nureyev no tuvieron la repercusión esperada. Sí merece un párrafo aparte el aporte del español Carlos Saura, que utilizó el baile flamenco para relatar muchos de los grandes dramas que jalonan su filmografía, como "Bodas de sangre", "El amor brujo" o "Carmen".
Arte, Imagen, movimiento, música e iluminación. Eso es la danza. Eso es el cine.
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