30 Marzo 2008
La violencia vivida durante muchos años es aterradora. “Forma un círculo infernal de donde es muy difícil salir”, coinciden en señalar los testimonios de las llamadas sobrevivientes.
Marcela, es una de ellas. El nombre es ficticio para resguardar su seguridad y su identidad. Tiene 44 años, y dos hijos varones, de 21 y 17 años. Confiesa que le llevó varios años tomar la decisión de romper con ese círculo violento al cual la había introducido su ex marido con quien estuvo casada durante 16 años. “No quería resignarme a cortar con un proyecto de vida junto al padre de mis hijos; lo justificaba y estaba pendiente de lo que él quería para no disgustarlo”, contó en una entrevista con LA GACETA. Confesó que hace cinco años se separó de su marido quien la sometió a una perversa situación de violencia psicológica primero, hasta acabar con su autoestima.
“La violencia de los primeros años fue encubierta -desvalorización constante por lo que yo hacía y pensaba, comparación permanente con otras mujeres, comentarios peyorativos acerca de mi físico y de mi imagen-, y a medida que pasaba el tiempo esta situación se iba agudizando, porque esa velada violencia se iba haciendo más evidente; empecé a justificarlo de mil maneras para no ver la realidad”, relató.
“El venía de un hogar violento; después de 15 años de casados apareció la infidelidad, y también casi simultáneamente la violencia física, la emocional y la económica. Aparecieron los primeros golpes y la quita del dinero, como una forma de decirme: ‘aquí mando yo y hago y ‘te’ hago lo quiera’. Fue tremendo, pero más terrible fue para mis hijos, que fueron testigos de todo esto. Ingresé a un grupo de autoayuda, pero para salvar mi matrimonio. Todavía no me daba cuenta de que era yo la que debía salvarme. Sola no podía, tenía la autoestima por el piso. Me pasé años tratando de comprenderlo y pensando permanentemente en él y en sus necesidades. Hay personas que eligen vivir en la violencia y otras que quieren salir de ella, sobre todo si hay hijos”, contó.
“Inicié acciones legales y al mismo tiempo comencé a pensar en mí. Mis hijos empezaron a ver una mamá segura, tranquila y comunicativa. La exclusión de mi ex pareja por orden del juez se hizo mientras mis hijos estaban en clases para evitar que sufrieran esa situación. Nuestras vidas cambiaron: aprendimos a dialogar aun en las diferencias y mientras seguía con la terapia particular. Es difícil salir pero no imposible, siempre con ayuda profesional. Actualmente integro el grupo Atenea en la Municipalidad, y mi experiencia ayuda a otras mujeres a atravesar ese infierno. Hay muchos lugares adonde acudir. Antes, todo se quedaba en alguna comisaría sin esperanzas de resolución. Después de todos estos años aprendí que el amor no tiene forma de violencia nunca, y que la vida es maravillosa”, dijo.
Marcela, es una de ellas. El nombre es ficticio para resguardar su seguridad y su identidad. Tiene 44 años, y dos hijos varones, de 21 y 17 años. Confiesa que le llevó varios años tomar la decisión de romper con ese círculo violento al cual la había introducido su ex marido con quien estuvo casada durante 16 años. “No quería resignarme a cortar con un proyecto de vida junto al padre de mis hijos; lo justificaba y estaba pendiente de lo que él quería para no disgustarlo”, contó en una entrevista con LA GACETA. Confesó que hace cinco años se separó de su marido quien la sometió a una perversa situación de violencia psicológica primero, hasta acabar con su autoestima.
“La violencia de los primeros años fue encubierta -desvalorización constante por lo que yo hacía y pensaba, comparación permanente con otras mujeres, comentarios peyorativos acerca de mi físico y de mi imagen-, y a medida que pasaba el tiempo esta situación se iba agudizando, porque esa velada violencia se iba haciendo más evidente; empecé a justificarlo de mil maneras para no ver la realidad”, relató.
“El venía de un hogar violento; después de 15 años de casados apareció la infidelidad, y también casi simultáneamente la violencia física, la emocional y la económica. Aparecieron los primeros golpes y la quita del dinero, como una forma de decirme: ‘aquí mando yo y hago y ‘te’ hago lo quiera’. Fue tremendo, pero más terrible fue para mis hijos, que fueron testigos de todo esto. Ingresé a un grupo de autoayuda, pero para salvar mi matrimonio. Todavía no me daba cuenta de que era yo la que debía salvarme. Sola no podía, tenía la autoestima por el piso. Me pasé años tratando de comprenderlo y pensando permanentemente en él y en sus necesidades. Hay personas que eligen vivir en la violencia y otras que quieren salir de ella, sobre todo si hay hijos”, contó.
“Inicié acciones legales y al mismo tiempo comencé a pensar en mí. Mis hijos empezaron a ver una mamá segura, tranquila y comunicativa. La exclusión de mi ex pareja por orden del juez se hizo mientras mis hijos estaban en clases para evitar que sufrieran esa situación. Nuestras vidas cambiaron: aprendimos a dialogar aun en las diferencias y mientras seguía con la terapia particular. Es difícil salir pero no imposible, siempre con ayuda profesional. Actualmente integro el grupo Atenea en la Municipalidad, y mi experiencia ayuda a otras mujeres a atravesar ese infierno. Hay muchos lugares adonde acudir. Antes, todo se quedaba en alguna comisaría sin esperanzas de resolución. Después de todos estos años aprendí que el amor no tiene forma de violencia nunca, y que la vida es maravillosa”, dijo.
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