El piquete le cerró el camino a su sueño

El piquete le cerró el camino a su sueño

Tenía que ir a Buenos Aires a una audiencia.

UN SUEÑO TRUNCO. Maximiliano toca el violín. LA GACETA / HECTOR PERALTA UN SUEÑO TRUNCO. Maximiliano toca el violín. LA GACETA / HECTOR PERALTA
27 Marzo 2008
A los tres años Maximiliano Zelaya Cardozo le dijo a su papá que quería tocar música. Walter Zelaya llevó a su hijo a que eligiera entre varios instrumentos. En medio de la selva musical, Maxi se sintió atraído por un pequeño violín. Se metió, entonces, en el mundo de Paganini y de Beethoven, su ídolo.
Hace un año quería ingresar a la prestigiosa escuela de Nueva York. En octubre del año pasado, fue invitado a presentarse en una audición en el Instituto Goethe, en Buenos Aires, con la esperanza de ganar una beca para seguir su carrera en Alemania, la tierra que vio nacer y brillar al "sordo genial".
El campo entre el Instituto y la audición debía ser sembrado con paciencia, y con esfuerzo.
Ayer, a las 9, Ingrid Grüdgen y otros profesores alemanes esperaban oír su violín. La familia preparó sándwichs de jamón y queso para el largo viaje. La promesa contaría con un público especial: su mamá y Guillermo y Gabriel, mellizos de 7 años. Walter, el padre, tuvo que quedarse en Tucumán.
A las 22.15, la plataforma 20 de Flecha Bus se transformó en una burbuja de abrazos y deseos. A las 22.35, los Zelaya Cardozo subieron al ómnibus. Una película de acción ayudó a Maximiliano a descargar la ansiedad acumulada.
A las 5.40, el micro se detuvo. Estela pensó que se trataba de un puesto de peaje; pero la demora y la multitud apostada en la ruta 34, antes de Ceres (Santa Fe), marcaron el inicio del calvario, a siete horas de la meta. Un piquete de sojeros bloqueó el camino entre el violinista y la profesora Grüdgen.
Estela se levantó del asiento 30 para preguntarle al chofer qué pasaba. La mirada en los costados fue la respuesta del conductor. La radio del ómnibus transmitió la orden: "hay que volver a Tucumán".A las 7,40 llegan versiones de que los manifestantes habían despejado la ruta y que permitirían el paso de autos particulares y micros. Sin dudarlo, el conductor giró el rodado y empezó desandar el desolador camino de regreso. Estela sacó su celular y llamó a su marido para informarle la situación. A las 8, Walter llamó al instituto para avisar que su hijo llegaría con demoras. "Le extendemos el plazo hasta las 14", le dijeron.
Pero, el asfalto se cerró. Productores y camioneros se disputaban el control del lugar. Estela ya no se levantó; sólo atinó a ver a sus costados. El micro emprendía el retorno definitivo hacia esta ciudad. Maxi no necesitó explicaciones; le bastaron las lágrimas de su mamá.A las 10, nuevamente se detuvieron, en Fernández (Santiago): otro bloqueo. El bocado amargo del sándwich se contrapuso, irónicamente, a un asado de los sojeros. A las 15, ya en la terminal tucumana, Maxi bajó del colectivo y, sin mirar a nadie, abrazó a su papá que lo esperaba sólo con lágrimas de desazón. "Trabajé duro durante seis meses, y ahora se desbarata todo así, como si nada. Esto es injusto; no sólo por mí, sino por todos los que estábamos en el micro; no nos merecemos esto", dijo Maximiliano, por teléfono, a LA GACETA.A las 14, en el Instituto Goethe, la profesora Grüdgen esperó, en vano, la llegada del violinista.

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