28 Febrero 2008
La invasión de los padres en la intimidad de sus hijos puede darse a través del control de todas las actividades de ellos, por ejemplo, o tomándolos como confidentes. También cuando los designan como causa de su felicidad o su desdicha. “Este hijo sólo me da dolores de cabeza”, o “este chico sólo me da satisfacciones”: dos caras de una misma moneda corriente.
En la literatura infantil también se pueden encontrar ejemplos de madres competitivas. La Cenicienta es uno: “allí se da cuenta de lo que sucede cuando la niña se vuelve adolescente. La madrastra –la contraparte de la madre idealizada– se pone envidiosa de la vida que empieza a tener su hija adolescente, del futuro que tiene por delante y de las posibilidades eróticas y de procreación que se les empiezan a presentar”, ejemplificó Perla Pilewski, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
El límite saludable
Más cercana en el tiempo, “La casa de Bernarda Alba”, obra trágica de Federico García Lorca, muestra una madre que pretende digitar la vida de sus hijas, tirana, autoritaria e inconforme con el papel adjudicado a la mujer en la sociedad española de comienzos del siglo XX. Esta viuda, madre de cinco hijas, es un personaje contradictorio, mujer y hombre al mismo tiempo: “tengo cinco cadenas para vosotras y esta casa levantada por mi padre para que ni las hierbas se enteren de mi desolación”, dirá Bernarda a sus hijas.
¿Hasta dónde es “sano” que los chicos compartan sus vivencias con la madre? ¿Cómo pueden poner límites a su propia intimidad? Para la psicoanalista, ninguna de las dos tareas es sencilla: “si bien al principio de la vida la relación madre-hijo es de una profunda intimidad –de hecho se inicia la vida dentro de la madre–, es de esperar que con los años ese niño pueda ir separándose y viviendo sus propias experiencias. En cuanto a los límites, no es fácil para un chico ir contra los deseos profundos de los padres, ya que depende de ellos. De acuerdo a la capacidad de independizarse que tenga cada chico y de las posibilidades que le pueden ofrecer el papá, la escuela o el núcleo familiar se podrá frenar el avance de los deseos de la madre.”
En la literatura infantil también se pueden encontrar ejemplos de madres competitivas. La Cenicienta es uno: “allí se da cuenta de lo que sucede cuando la niña se vuelve adolescente. La madrastra –la contraparte de la madre idealizada– se pone envidiosa de la vida que empieza a tener su hija adolescente, del futuro que tiene por delante y de las posibilidades eróticas y de procreación que se les empiezan a presentar”, ejemplificó Perla Pilewski, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
El límite saludable
Más cercana en el tiempo, “La casa de Bernarda Alba”, obra trágica de Federico García Lorca, muestra una madre que pretende digitar la vida de sus hijas, tirana, autoritaria e inconforme con el papel adjudicado a la mujer en la sociedad española de comienzos del siglo XX. Esta viuda, madre de cinco hijas, es un personaje contradictorio, mujer y hombre al mismo tiempo: “tengo cinco cadenas para vosotras y esta casa levantada por mi padre para que ni las hierbas se enteren de mi desolación”, dirá Bernarda a sus hijas.
¿Hasta dónde es “sano” que los chicos compartan sus vivencias con la madre? ¿Cómo pueden poner límites a su propia intimidad? Para la psicoanalista, ninguna de las dos tareas es sencilla: “si bien al principio de la vida la relación madre-hijo es de una profunda intimidad –de hecho se inicia la vida dentro de la madre–, es de esperar que con los años ese niño pueda ir separándose y viviendo sus propias experiencias. En cuanto a los límites, no es fácil para un chico ir contra los deseos profundos de los padres, ya que depende de ellos. De acuerdo a la capacidad de independizarse que tenga cada chico y de las posibilidades que le pueden ofrecer el papá, la escuela o el núcleo familiar se podrá frenar el avance de los deseos de la madre.”