28 Febrero 2008
Las madres posesivas hacen de la crianza de sus hijos el único objetivo de sus vidas, proyectan en ellos sus sueños frustrados y, en nombre del amor, invaden su privacidad y terminan manipulándolos. Quieren el bien para sus hijos, pero consiguen lo contrario: los vuelven inseguros y dependientes de ellas. ¿Cómo poner límites? Con la intervención del padre, la escuela o los demás miembros de la familia.
Una madre debe dar protección sin quitar autonomía a sus hijos
Demandantes. Perfeccionistas. Severas. Sobreprotectoras. Las madres posesivas pueden presentar todas o alguna de estas características, pero siempre bajo un común denominador: el exceso de dependencia de la aprobación a los hijos y las consecuentes conductas de sometimiento.
“Posesivas pueden ser las madres, los padres, los hijos, los novios y los jefes, entre otros“, aclara la doctora María Lilia Rodríguez. “Son personas que tienden a establecer vínculos mucho más fuertes que otras, a través de patrones de comportamiento en los que prevalecen las expectativas propias por encima de las necesidades del otro”, define.
En opinión de la psiquiatra, pueden diferenciarse tres categorías de personas posesivas: 1- las que establecen una relación de mucha dependencia con la otra persona, a la aprobación y al amor del otro. 2- Las exigentes, que suelen priorizar el perfeccionismo sobre el placer (les importa lo que debe ser), esconden sus emociones y son severas y muy demandantes. 3- Las sobreprotectoras, que coartan la autonomía del chico, impidiendo que este desarrolle su autoconfianza; temen que él no pueda hacer nada solo o se les ocurre que algo malo puede llegar a pasarle y creen que deben solucionarlo todo.
Cada hogar, un mundo
• Ricardo tiene 22 años y se siente “víctima” de una madre posesiva. Alba -su mamá- no lo reconoce y justifica el ejercicio del control y los límites al buen ejercicio de su rol de madre. “Vive pendiente de lo que hago, quiere controlar con quién estoy, adónde voy... No me gusta porque toma determinaciones que yo no comparto. Trata mal a algunos de mis amigos porque considera que son mala influencia para mí”, se queja el joven. Su mamá cree que es una falsa acusación: “reniega ahora, porque le gusta el papel de víctima, como dice él, pero en el fondo sabe que lo ayudo, que soy la que más lo apoya y que le soluciono las cosas. Soy su madre, no su amiga, y seguramente hay actitudes mías que a él no le gustan, pero es así”, argumenta.
• Marisa (25 años) tiene la percepción de que su mamá se aferra a ella y a sus hermanos, como si no quisiera dejarlos escapar. “No estoy segura de que la palabra para definirla sea ‘posesiva’; más bien es manipuladora. No me exige nada profesionalmente, pero sí que haga determinadas cosas. Por ejemplo, cuando yo era chica, me mandaba a que le pregunte a mi papá adónde había dormido. Ahora que se divorciaron quiere que le pida plata”, cuenta. Para ella la relación con su madre es una tortura. “Si no hago lo que me pide, si me opongo, siente que la abandono, que la traiciono y me lo reclama por el lado del afecto”, cuenta con un dejo de bronca y resignación, y asegura que siente una inmensa culpa cuando se opone a satisfacer sus peticiones. “Temo perder su cariño de madre”, confiesa.
Las consecuencias
Según la especialista en psiquiatría infantojuvenil y adultos, entre las reacciones más frecuentes que se presentan en los chicos que conviven con madres posesivas están las “conductas de sometimiento, pesimismo, excesiva autocrítica, intolerancia, depresión, dificultades en el desarrollo de la identidad, falta de confianza, o todo lo contrario, ira o rebeldía”.
Cuando se trata de una madre posesiva, nada parece contentarlas; en tanto algo satisface sus expectativas, inmediatamente surge otra demanda. “Los motivos o causas que impulsan a comportamientos de este tipo suelen estar asociados a carencias propias, a insatisfacciones personales o a miedos exagerados”, explica Rodríguez.
MITOS
Falsas creencias de la sociedad
Falsas creencias de la sociedad
Existen ciertas creencias en la sociedad por las que se rigen muchos padres. Algunas están tan arraigadas que se interpreta la realidad de acuerdo a ellas. Si bien están socialmente avaladas, son irracionales y carecen de lógica:
“Si mi hijo comete errores, soy un mal padre”. El valor del adulto no depende del niño. Todas las personas cometen errores.
“Quiero que mis hijos sean felices y exitosos. Si no es así, es horrible e insoportable para mí”. Una cosa es el deseo y otra que las buenas intenciones se conviertan en una demanda obligatoria. Estas circunstancias no dependen de los padres. En segundo lugar, cómo es que llegan a ser felices los hijos depende de las decisiones que ellos tomen. Aquello que para el padre es sinónimo de éxito, puede que no lo sea para el hijo.
“Mi hijo debe comportarse como yo quiero; debe cumplir todas mis expectativas”. Como si fuera un modo de compensar, muchos padres proyectan expectativas en sus hijos asociadas a lo que no pudieron realizar. Ellos piensan: “quiero que mis hijos tengan todo lo que yo no tuve, y más“.
“Cualquier problema de mi hijo es mi responsabilidad; yo debería haberlo previsto”. Son madres que se sienten culpables, se angustian y se preocupan en exceso cuando algo no ocurre tal como lo esperaba.
Fuente: psicoanalista María Lilia Rodríguez.