24 Febrero 2008
Siempre Fidel Castro tuvo el ideal de ser un protagonista del mundo, ser un líder independiente y tener una revolución independiente.
Nunca lo logró, pero jamás dejó de intentarlo.
Liderando el primer movimiento popular romántico del siglo XX se dio cuenta de que para dirigir un país hacia falta algo más que un sentimiento. Se necesitaba infraestructura, recursos, ordenar administrativamente a un pueblo cuya naturaleza era desordenada. Fue así como, cuando hace casi 50 años lanzó al mundo la famosa frase “soy marxista leninista”, encontró un canal ideológico para la capitalización de su revolución.
De aquel bravo luchador del tercer mundo, a este Fidel en imágenes, débil, leyendo en una silla con ropa deportiva sólo quedan la nostalgia y los recuerdos. No hay duda, las revoluciones y los revolucionarios también envejecen y se aburguesan.
Quienes analizamos la política internacional y pasamos años consumiendo páginas y páginas estudiando los misterios y secretos de un hombre llamado Fidel Castro, y todos aquellos que se ilusionaron con que la revolución era un pasaje poético del nuevo hombre y de la mejor vida, hemos llegado a entender que ese gigante barbudo, el comandante en jefe, el líder máximo, es un hombre de suerte y de buena estrella prolongada.
Su revolución puede estar maltrecha, en retroceso, abandonada por sus antiguos aliados, pero él, en la víspera de su ocaso, ha delineado su propia sucesión, su transición y hasta su propia muerte. Ya no serán los atentados de la CIA, los delirios de envenenamiento ni las conspiraciones de Miami, los que acabarán con su revolución. Es el mismo Fidel quien está poniéndole fin a su propio mito y está siendo él mismo el propio verdugo de su historia, pero, al mismo tiempo, el constructor de su legado.
Un visionario
Las claves del fenómeno se podrían analizar en varios contextos, pero ninguna explicación sería suficiente si no tuviéramos en cuenta cuál ha sido su carisma personal, su intuición rápida para medir los tiempos, su talento para utilizar el mensaje público como testimonio del presente y, sobre todo, su visión para actuar en la escena mediática internacional y adelantar lo que viene para su Cuba y el futuro de su revolución. (Especial para LA GACETA)
Nunca lo logró, pero jamás dejó de intentarlo.
Liderando el primer movimiento popular romántico del siglo XX se dio cuenta de que para dirigir un país hacia falta algo más que un sentimiento. Se necesitaba infraestructura, recursos, ordenar administrativamente a un pueblo cuya naturaleza era desordenada. Fue así como, cuando hace casi 50 años lanzó al mundo la famosa frase “soy marxista leninista”, encontró un canal ideológico para la capitalización de su revolución.
De aquel bravo luchador del tercer mundo, a este Fidel en imágenes, débil, leyendo en una silla con ropa deportiva sólo quedan la nostalgia y los recuerdos. No hay duda, las revoluciones y los revolucionarios también envejecen y se aburguesan.
Quienes analizamos la política internacional y pasamos años consumiendo páginas y páginas estudiando los misterios y secretos de un hombre llamado Fidel Castro, y todos aquellos que se ilusionaron con que la revolución era un pasaje poético del nuevo hombre y de la mejor vida, hemos llegado a entender que ese gigante barbudo, el comandante en jefe, el líder máximo, es un hombre de suerte y de buena estrella prolongada.
Su revolución puede estar maltrecha, en retroceso, abandonada por sus antiguos aliados, pero él, en la víspera de su ocaso, ha delineado su propia sucesión, su transición y hasta su propia muerte. Ya no serán los atentados de la CIA, los delirios de envenenamiento ni las conspiraciones de Miami, los que acabarán con su revolución. Es el mismo Fidel quien está poniéndole fin a su propio mito y está siendo él mismo el propio verdugo de su historia, pero, al mismo tiempo, el constructor de su legado.
Un visionario
Las claves del fenómeno se podrían analizar en varios contextos, pero ninguna explicación sería suficiente si no tuviéramos en cuenta cuál ha sido su carisma personal, su intuición rápida para medir los tiempos, su talento para utilizar el mensaje público como testimonio del presente y, sobre todo, su visión para actuar en la escena mediática internacional y adelantar lo que viene para su Cuba y el futuro de su revolución. (Especial para LA GACETA)
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