03 Febrero 2008
Semillas, esporas, ácaros, liquen y musgos extraños al continente han sido traídos inconscientemente por científicos y turistas, y podrían perturbar la vida en las frías tierras.
La Antártida es conocida por los pingüinos, las focas y las ballenas, pero los científicos están encontrando un grupo de pequeños organismos que incluyen desde una especie parecida a los insectos hasta musgo. Y temen que el calentamiento global pueda crear condiciones aptas para merodeadores como ratas o ratones en en ese territorio, donde la criatura terrestre más grande es actualmente una especie de mosquito no volador.
Entre las plantas, un tipo de césped europeo, agrostis stolonifera, estaría entre las amenazas si ocurre un deshielo.
“Es una especie que está por todas partes, ya se encuentra en la mayoría de las islas antárticas”, dijo Dana Bergstrom, de la División Antártida Australiana, que dirige un proyecto internacional de investigación llamado “Aliens en Antártida”.
Las especies invasoras han afectado la vida en la Tierra desde hace tiempo, desde conejos llevados a Australia por los colonizadores europeos hasta el mejillón cebra, una especie de molusco ruso que invadió los Grandes Lagos de Estados Unidos. Ahora la Antártida es un blanco. “La Antártida es el último bastión de un medio ambiente impoluto comparado con el resto del mundo”, comentó Bergstrom en una entrevista telefónica.
Las nuevas especies están llegando en parte porque la ropa de los visitantes con frecuencia contiene semillas, esporas o huevos de insectos.
Hasta el momento, los invasores han llegado a las islas antárticas, alrededor del continente, cuya temperatura se ha vuelto más cálida en las décadas recientes. Entre las más dañinas se encontraban los renos en Georgia del Sur y las ratas y gatos en Isla Macquarie, explicó Bergstrom.
En otras partes de la Antártida se encontró pasto creciendo bajo una cabaña de investigación japonesa. También se hallaron plantas cerca de una estación rusa y una amplia variedad de hongos en las proximidades de una base australiana. Incluso en los alrededores de la base científica de Troll, en el borde de las montañas a unos 250 kilómetros del mar, cientos de miles de petreles antárticos prosperan. Cuatro especies de ácaros han sido halladas en años recientes y el liquen se aferra a algunas rocas.
Unas 40.000 personas visitan la Antártida anualmente, en su mayoría turistas. El continente tiene una población permanente de unos 4.000 investigadores.
Una gran amenaza es que el cambio climático, causado -según el Panel del Clima de las Naciones Unidas- por el efecto invernadero, convierta a la Antártida en un lugar más habitable para especies extranjeras dañinas.
Las ratas o ratones a bordo de barcos podrían desembarcar en la península antártica, la región menos fría que se extiende hacia el norte hacia el extremo de América del Sur.
“Existen grandes áreas para colonizar en la península”, dijo Bergstrom. “Hay ratas en Georgia del Sur, por lo que es sólo un pequeño salto”, añadió. Todos los barcos deberían ser obligados a prevenir la fuga de roedores, comentó.
A los científicos les preocupa que nuevas especies lleguen más rápido de que pueda ser documentada la vida en el continente.
Para mantener a los invasores lejos, los operadores turísticos obligan a los visitantes a cepillar sus botas y les prohíben desembarcar comida.
La Antártida es conocida por los pingüinos, las focas y las ballenas, pero los científicos están encontrando un grupo de pequeños organismos que incluyen desde una especie parecida a los insectos hasta musgo. Y temen que el calentamiento global pueda crear condiciones aptas para merodeadores como ratas o ratones en en ese territorio, donde la criatura terrestre más grande es actualmente una especie de mosquito no volador.
Entre las plantas, un tipo de césped europeo, agrostis stolonifera, estaría entre las amenazas si ocurre un deshielo.
“Es una especie que está por todas partes, ya se encuentra en la mayoría de las islas antárticas”, dijo Dana Bergstrom, de la División Antártida Australiana, que dirige un proyecto internacional de investigación llamado “Aliens en Antártida”.
Las especies invasoras han afectado la vida en la Tierra desde hace tiempo, desde conejos llevados a Australia por los colonizadores europeos hasta el mejillón cebra, una especie de molusco ruso que invadió los Grandes Lagos de Estados Unidos. Ahora la Antártida es un blanco. “La Antártida es el último bastión de un medio ambiente impoluto comparado con el resto del mundo”, comentó Bergstrom en una entrevista telefónica.
Las nuevas especies están llegando en parte porque la ropa de los visitantes con frecuencia contiene semillas, esporas o huevos de insectos.
Hasta el momento, los invasores han llegado a las islas antárticas, alrededor del continente, cuya temperatura se ha vuelto más cálida en las décadas recientes. Entre las más dañinas se encontraban los renos en Georgia del Sur y las ratas y gatos en Isla Macquarie, explicó Bergstrom.
En otras partes de la Antártida se encontró pasto creciendo bajo una cabaña de investigación japonesa. También se hallaron plantas cerca de una estación rusa y una amplia variedad de hongos en las proximidades de una base australiana. Incluso en los alrededores de la base científica de Troll, en el borde de las montañas a unos 250 kilómetros del mar, cientos de miles de petreles antárticos prosperan. Cuatro especies de ácaros han sido halladas en años recientes y el liquen se aferra a algunas rocas.
Unas 40.000 personas visitan la Antártida anualmente, en su mayoría turistas. El continente tiene una población permanente de unos 4.000 investigadores.
Una gran amenaza es que el cambio climático, causado -según el Panel del Clima de las Naciones Unidas- por el efecto invernadero, convierta a la Antártida en un lugar más habitable para especies extranjeras dañinas.
Las ratas o ratones a bordo de barcos podrían desembarcar en la península antártica, la región menos fría que se extiende hacia el norte hacia el extremo de América del Sur.
“Existen grandes áreas para colonizar en la península”, dijo Bergstrom. “Hay ratas en Georgia del Sur, por lo que es sólo un pequeño salto”, añadió. Todos los barcos deberían ser obligados a prevenir la fuga de roedores, comentó.
A los científicos les preocupa que nuevas especies lleguen más rápido de que pueda ser documentada la vida en el continente.
Para mantener a los invasores lejos, los operadores turísticos obligan a los visitantes a cepillar sus botas y les prohíben desembarcar comida.
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