16 Septiembre 2007
Roberto Di Stefano, uno de los investigadores más importantes de la historia de la Iglesia en la Argentina, disertará el martes en Tucumán. Docente de la UBA y vicedirector de la revista “Criterio”, investigador del Conicet sobre el proceso de secularización durante los siglos XVIII y XIX, Di Stefano disertará a las 20, en la Unsta, sobre “Las relaciones entre la Iglesia y el Estado en la historia argentina: amores y discordias”. En una entrevista con LA GACETA, el investigador anticipó algunas claves de esa historia de ambivalencias.
- ¿Qué huellas políticas dejó la Iglesia en la conformación de la Argentina?
- En 1810, la población era enteramente católica y el rey funcionaba como cabeza de la Iglesia. La revolución pretendió heredar ese rol, lo que desató graves conflictos con el papado en el siglo XIX. Además, quienes pensaron la Constitución sabían que para poblar el país y modernizarlo tenían que eliminar la identificación entre fieles y ciudadanos y conceder la libertad de culto. Pero el hecho fue que la abrumadora mayoría de los inmigrantes fueron católicos: cuando a principios del siglo pasado la clase dirigente temió por la identidad nacional de un país que tenía un altísimo porcentaje de extranjeros y por la acción de fuerzas revolucionarias, principalmente anarquistas, vio en el catolicismo un elemento de cohesión nacional. Por eso, en Argentina prende con tanta fuerza el nacionalismo católico. Se empieza a pensar al país como un país católico, cuando antes se lo había pensado como cosmopolita, y la Iglesia pasa a constituir un factor de poder de primer orden, más allá de sus funciones espirituales.
- ¿Cuál es la diferencia entre la Iglesia argentina y, por ejemplo, la brasileña frente a los gobiernos dictatoriales?
- Lo que acabo de decir explica que la Iglesia argentina sea una Iglesia más vinculada al Estado que otras del continente, como la brasileña. Si la Nación se concibe como católica, los conflictos del país y los del catolicismo se confunden. Muchos católicos, sacerdotes y obispos vieron en la oleada revolucionaria de los 60 y 70 una amenaza no sólo para el país, sino para la identidad católica y para la Iglesia. En Brasil o en Chile, donde no existía esa ligazón tan fuerte entre Estado e Iglesia, los obispos reaccionaron de otro modo, no se sintieron amenazados.
- ¿Cuál es su visión sobre la relación histórica entre el peronismo y la Iglesia en la Argentina?
- El peronismo comienza su historia reivindicando banderas de la Iglesia, como la doctrina social, y eso divide a los católicos entre quienes veían en Perón al realizador de sus anhelos y quienes, en cambio, lo veían como un oportunista demagogo que les había robado las banderas. En buena medida eran visiones de distintas clases sociales. Esa identificación entre peronismo y catolicismo tenía que generar problemas, porque ¿quién dictaría los contenidos? En clima de creciente tensión, el peronismo dejó de hablar del contenido católico de su doctrina para hablar de un más genérico “cristianismo”, y los sectores anticlericales del movimiento ganaron mayores espacios. El desenlace es conocido: en 1955, la Iglesia estaba en la oposición y se quemaron los templos en Buenos Aires.
- ¿A qué atribuye la tensión entre la Iglesia y el kirchnerismo?
- En parte se trata del arrastre de ese conflicto histórico entre peronismo e Iglesia. En parte es un problema de estilo político: a algunos obispos les molesta el modo confrontativo de Kirchner. Por otro lado, la política de derechos humanos afecta a sectores del clero (Von Vernich es el caso más escandaloso), aunque hay que decir que la Iglesia es la única institución que pidió públicamente perdón, cuando la dictadura gozó del apoyo de partidos, sindicatos, empresarios, medios de comunicación y un largo etcétera. Además está el problema central de la política de salud reproductiva, que la Iglesia no está dispuesta a negociar. Por último: una oposición paralizada y fragmentada busca sacerdotes y dirigentes laicos como referentes, para trasladar al terreno ético los combates que es incapaz de librar en el plano de la política. Saben que en ese terreno el Gobierno tiene demasiados flancos débiles y buscan capitalizar la fuerte imagen positiva de la Iglesia.
- ¿Qué huellas políticas dejó la Iglesia en la conformación de la Argentina?
- En 1810, la población era enteramente católica y el rey funcionaba como cabeza de la Iglesia. La revolución pretendió heredar ese rol, lo que desató graves conflictos con el papado en el siglo XIX. Además, quienes pensaron la Constitución sabían que para poblar el país y modernizarlo tenían que eliminar la identificación entre fieles y ciudadanos y conceder la libertad de culto. Pero el hecho fue que la abrumadora mayoría de los inmigrantes fueron católicos: cuando a principios del siglo pasado la clase dirigente temió por la identidad nacional de un país que tenía un altísimo porcentaje de extranjeros y por la acción de fuerzas revolucionarias, principalmente anarquistas, vio en el catolicismo un elemento de cohesión nacional. Por eso, en Argentina prende con tanta fuerza el nacionalismo católico. Se empieza a pensar al país como un país católico, cuando antes se lo había pensado como cosmopolita, y la Iglesia pasa a constituir un factor de poder de primer orden, más allá de sus funciones espirituales.
- ¿Cuál es la diferencia entre la Iglesia argentina y, por ejemplo, la brasileña frente a los gobiernos dictatoriales?
- Lo que acabo de decir explica que la Iglesia argentina sea una Iglesia más vinculada al Estado que otras del continente, como la brasileña. Si la Nación se concibe como católica, los conflictos del país y los del catolicismo se confunden. Muchos católicos, sacerdotes y obispos vieron en la oleada revolucionaria de los 60 y 70 una amenaza no sólo para el país, sino para la identidad católica y para la Iglesia. En Brasil o en Chile, donde no existía esa ligazón tan fuerte entre Estado e Iglesia, los obispos reaccionaron de otro modo, no se sintieron amenazados.
- ¿Cuál es su visión sobre la relación histórica entre el peronismo y la Iglesia en la Argentina?
- El peronismo comienza su historia reivindicando banderas de la Iglesia, como la doctrina social, y eso divide a los católicos entre quienes veían en Perón al realizador de sus anhelos y quienes, en cambio, lo veían como un oportunista demagogo que les había robado las banderas. En buena medida eran visiones de distintas clases sociales. Esa identificación entre peronismo y catolicismo tenía que generar problemas, porque ¿quién dictaría los contenidos? En clima de creciente tensión, el peronismo dejó de hablar del contenido católico de su doctrina para hablar de un más genérico “cristianismo”, y los sectores anticlericales del movimiento ganaron mayores espacios. El desenlace es conocido: en 1955, la Iglesia estaba en la oposición y se quemaron los templos en Buenos Aires.
- ¿A qué atribuye la tensión entre la Iglesia y el kirchnerismo?
- En parte se trata del arrastre de ese conflicto histórico entre peronismo e Iglesia. En parte es un problema de estilo político: a algunos obispos les molesta el modo confrontativo de Kirchner. Por otro lado, la política de derechos humanos afecta a sectores del clero (Von Vernich es el caso más escandaloso), aunque hay que decir que la Iglesia es la única institución que pidió públicamente perdón, cuando la dictadura gozó del apoyo de partidos, sindicatos, empresarios, medios de comunicación y un largo etcétera. Además está el problema central de la política de salud reproductiva, que la Iglesia no está dispuesta a negociar. Por último: una oposición paralizada y fragmentada busca sacerdotes y dirigentes laicos como referentes, para trasladar al terreno ético los combates que es incapaz de librar en el plano de la política. Saben que en ese terreno el Gobierno tiene demasiados flancos débiles y buscan capitalizar la fuerte imagen positiva de la Iglesia.
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