17 Julio 2007
BUENOS AIRES.- Para Néstor y Cristina Kirchner, la soga se había estirado ya al máximo, pero la calidad de las sospechas del fiscal Guillermo Marijuán y la contundencia de fundamentos tan inesperados para solicitar la indagatoria terminaron de cortarla y le extendieron a Felisa Miceli un rápido certificado de defunción.
La ministra siempre les resultó un cuadro ideológico insuperable para defender la política económica diseñada por el Presidente. Sin embargo, el instinto los hizo tomar conciencia de que Miceli había saltado todas las vallas y que, en plena campaña electoral, esa debilidad latente amenazaba con arrastrarlos.
Imposible de justificar si se quería mantener la ética como bandera, la actuación de la ministra fue evaluada como algo más que una torpeza. Los nuevos y graves elementos que surgieron tras la investigación terminaron por quitarle la red. Cuanto antes sucediera, se evaluó, menos daño le haría a la campaña. Tras la lapidaria solicitud de Marijuán, Miceli quedó al borde de ser acusada de la sustracción y ocultamiento de un acta de la Policía Federal, para lo cual, a juicio del fiscal, su “disvalioso proceder” la hace incumplir con los deberes de funcionario público.
Por otro lado, la segunda figura a la que apeló el funcionario judicial fue la de encubrimiento de un dinero que llegó a la ministra por fuera de una operación legal.
Sin las zozobras de otros tiempos, cuando había un recambio en un área tan sensible, ni la gente ni los mercados parecieron inmutarse por este final de juego. Si bien la ministra sigue endilgándoles su desplazamiento a las internas de Palacio, hay que rescatar que terminó su gestión fiel a sí misma.
Al fin y al cabo, tantos errores y contradicciones terminaron mostrando la cara de la inseguridad de Miceli, casi como un calco del papel que ella aceptó cumplir, de modo obediente, al frente de un ministerio que, para muchos, le quedaba grande. (DyN)
La ministra siempre les resultó un cuadro ideológico insuperable para defender la política económica diseñada por el Presidente. Sin embargo, el instinto los hizo tomar conciencia de que Miceli había saltado todas las vallas y que, en plena campaña electoral, esa debilidad latente amenazaba con arrastrarlos.
Imposible de justificar si se quería mantener la ética como bandera, la actuación de la ministra fue evaluada como algo más que una torpeza. Los nuevos y graves elementos que surgieron tras la investigación terminaron por quitarle la red. Cuanto antes sucediera, se evaluó, menos daño le haría a la campaña. Tras la lapidaria solicitud de Marijuán, Miceli quedó al borde de ser acusada de la sustracción y ocultamiento de un acta de la Policía Federal, para lo cual, a juicio del fiscal, su “disvalioso proceder” la hace incumplir con los deberes de funcionario público.
Por otro lado, la segunda figura a la que apeló el funcionario judicial fue la de encubrimiento de un dinero que llegó a la ministra por fuera de una operación legal.
Sin las zozobras de otros tiempos, cuando había un recambio en un área tan sensible, ni la gente ni los mercados parecieron inmutarse por este final de juego. Si bien la ministra sigue endilgándoles su desplazamiento a las internas de Palacio, hay que rescatar que terminó su gestión fiel a sí misma.
Al fin y al cabo, tantos errores y contradicciones terminaron mostrando la cara de la inseguridad de Miceli, casi como un calco del papel que ella aceptó cumplir, de modo obediente, al frente de un ministerio que, para muchos, le quedaba grande. (DyN)
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