01 Julio 2007
El proyecto de concurso internacional para elegir las Siete Maravillas del Mundo Moderno que está en marcha, fue criticado por diferentes motivos y desató, en todos los rincones del planeta, polémicas y hasta discusiones con severo rigor científico.
El primer cuestionamiento pasó por la verdadera intención del autor del proyecto, Bernard Weber. Algunos piensan que el objetivo sólo pasa por lo económico: se paga para votar por teléfono, por ejemplo. Pero el cineasta Weber insiste con que esos beneficios económicos que se obtengan irán destinados a la restauración de distintos monumentos en el mundo.
Otra crítica que hacen los estudiosos del arte es el hecho de que las siete maravillas sean elegidas por votación. Insisten con que el mérito artístico no es un hecho electoral y menos de parte de personas que no tienen, en algunos casos, los más mínimos conocimientos sobre arte.
Por su lado, los especialistas de la zona arqueológica de Chichén Itzá, en Yucatán, fueron más terminantes. Consideran que este tipo de iniciativas sólo fomentan la competitividad y la discriminación.
Desde otros sectores opinan que habría sido más justo calificar según las categorías. En Egipto dicen que las Pirámides de Gizeh (el Consejo Supremo de Antigüedades de aquel país desligó su sitio del concurso) o la emblemática ciudadela incaica del Machu Picchu -en Perú- no tienen que competir con edificios modernos y erigidos con una elevada tecnología, como ocurrió con la majestuosa Opera House de Sydney.
Otro grupo global coincidió en que el proyecto es un absurdo y descalificaron a su autor. A Weber también lo critican por el hecho de que millones de personas en el mundo no podrán votar, ya que no tienen internet, ni teléfono ni dinero para hacerlo.
En tanto, con el fin de proteger su reputación, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) negó todo vínculo entre su programa de protección del Patrimonio de la Humanidad y la campaña mediática para elegir las Nuevas Siete Maravillas del Mundo.
El primer cuestionamiento pasó por la verdadera intención del autor del proyecto, Bernard Weber. Algunos piensan que el objetivo sólo pasa por lo económico: se paga para votar por teléfono, por ejemplo. Pero el cineasta Weber insiste con que esos beneficios económicos que se obtengan irán destinados a la restauración de distintos monumentos en el mundo.
Otra crítica que hacen los estudiosos del arte es el hecho de que las siete maravillas sean elegidas por votación. Insisten con que el mérito artístico no es un hecho electoral y menos de parte de personas que no tienen, en algunos casos, los más mínimos conocimientos sobre arte.
Por su lado, los especialistas de la zona arqueológica de Chichén Itzá, en Yucatán, fueron más terminantes. Consideran que este tipo de iniciativas sólo fomentan la competitividad y la discriminación.
Desde otros sectores opinan que habría sido más justo calificar según las categorías. En Egipto dicen que las Pirámides de Gizeh (el Consejo Supremo de Antigüedades de aquel país desligó su sitio del concurso) o la emblemática ciudadela incaica del Machu Picchu -en Perú- no tienen que competir con edificios modernos y erigidos con una elevada tecnología, como ocurrió con la majestuosa Opera House de Sydney.
Otro grupo global coincidió en que el proyecto es un absurdo y descalificaron a su autor. A Weber también lo critican por el hecho de que millones de personas en el mundo no podrán votar, ya que no tienen internet, ni teléfono ni dinero para hacerlo.
En tanto, con el fin de proteger su reputación, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) negó todo vínculo entre su programa de protección del Patrimonio de la Humanidad y la campaña mediática para elegir las Nuevas Siete Maravillas del Mundo.
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