Las Antiguas 7 Maravillas

Las Antiguas 7 Maravillas

La mayor parte de los monumentos elogiados tuvieron una vida corta y fueron víctimas de vándalos, gamberros e invasores. Sólo una se conserva.

EL COLOSO DE RODAS EL COLOSO DE RODAS
01 Julio 2007
Los historiadores griegos y romanos determinaron originariamente cuáles eran los siete monumentos más representativos de la antigüedad, en una lista de maravillas que pasó a la historia.
Herodoto fue el primero en mencionar esta idea, cuando corría el siglo V AC (antes de Cristo) y en el incendio de la Biblioteca de Alejandría ardió un volumen que Calímaco de Cyrene dedicó al tema, en el siglo III AC.
Sin embargo, nunca llegó a haber más de cinco esas maravillas en forma simultánea. Sucede que la enumeración definitiva data de la Edad Media, cuando se recopilaron los recuerdos sobre aquellos monumentos, ya casi todos perdidos.
Curiosamente, la mayor parte de estos monumentos tuvieron una vida relativamente corta y fueron presa fácil y reiterada de vándalos, gamberros e invasores. Así quedó demostrada la infinita capacidad del ser humano para crear hermosos lugares y también su gran capacidad para la destrucción irracional de monumentos y obras irrepetibles. Quedan aún sobre la Tierra muchas maravillas, de la antigüedad y de la modernidad. La pirámide de Keops, la más antigua de todas, es la única de las legendarias Siete Maravillas del Mundo que se conserva en la actualidad, y con su magnificencia se corrobora la importancia que un monumento debía tener para pertenecer a aquella exclusiva lista de siete.

El templo de Zeus
Olimpia no era una ciudad sino un conjunto de templos y monumentos erigidos por los Juegos Olímpicos (entre el 668 AC y el 393 DC). El de Zeus era el más hermoso templo de ese complejo. En su interior estaba la gran estatua de 12 metros de altura. Fidias demoró un año en esculpirla. El cuerpo fue tallado en marfil y las ropas y joyas eran de oro. A sus pies se coronaba a los vencedores de los juegos, que eran considerados auténticos héroes. Fanáticos cristianos incendiaron el templo durante el reinado de Teodosio II, y los terremotos del siglo VI DC lo abatieron e hicieron desaparecer la estatua.

El Coloso de Rodas
Desde el año 292 AC y durante 12 años se construyó una gran estatua a la entrada del puerto de Rodas. Hecha con placas de bronce (300 toneladas) sobre un armazón de hierro, la estatua representaba al dios griego del sol, Helios. Tenía 32 metros de altura, pesaba 70 toneladas y su parte superior era hueca. No se sabe con certeza si los pies se asentaron a cada lado de la entrada del puerto. A 56 años de terminado, un terremoto derribó al coloso, que siguió atrayendo gente que quería comprobar sus dimensiones. Y 900 años después, fue recuperado por los musulmanes como botín de guerra.

El templo de Artemisa
Artemisa era la diosa griega de la fertilidad. Era adorada en un templo situado en Efeso, cerca de la actual aldea turca de Aia Soluk. El intento de invasión de los cimerios en el siglo VII AC causó el incendio del templo. Creso, rey de Lidia e inventor de las monedas, decidió recuperarlo y pidió ayuda a los ciudadanos. El resultado fue magnífico. Pero en el 356 AC, un mendigo loco ávido de notoriedad, llamado Eróstrato, incendió el edificio que fue consumido por las llamas. Veinte años después, con los mismos planos, Alejandro Magno lo hizo reconstruir. La tarea concluyó en 323 AC, pero nunca recuperó su antiguo esplendor.

Los jardines colgantes de Babilonia
Nabucodonosor II, rey de Caldea, le demostró cuánto la amaba a su esposa Amytis, hija del rey de los medos, con un regalo que le recordó las montañas de su tierra, tan diferentes de las llanuras de Babilonia. Corría el año 600 AC, cuando sobre una superficie de 19.600 m2 hizo construir una serie de terrazas de piedra sostenidas por amplios arcos hasta alcanzar una altura de 90 metros. Los viajeros podían contemplar esas bellezas a lo lejos. La constante humedad de la zona hacían que el jardín estuviera permanentemente en flor. Arboles, plantas y flores de todo el mundo constituían un oasis de color.

La tumba de Mausolo
En Halicarnaso, capital de Caria, murió el rey Mausolo tras un reinado feliz que llevó a su pueblo a la prosperidad. En el año 353 AC, Artemisa, su esposa, decidió construir una tumba que lo inmortalizara. Pero al cabo de dos años la reina murió y su pueblo quiso hacerla compartir con su marido aquella suntuosa tumba, repleta de tesoros. Sobre 1.300 m2, la tumba se erigía hasta 50 metros. Un muro partía de cinco escalones para terminar en un podio. En esta base había 117 columnas jónicas erigidas en dos líneas, a cada lado. Alejandro Magno, luego de conquistar la ciudad, destruyó el Mausoleo.

El faro de Alejandría
El rey Ptolomeo Filadelfo mandó en 279 AC a construir una torre en la isla de Faros, frente a Alejandría, para guiar a los navegantes hacia la entrada del puerto más importante de esa época. De cimientos se usaron grandes bloques de vidrio y otros de mármol se unieron con plomo fundido para erigir el resto del edificio (octogonal, de 134 metros de altura). En la parte más alta se colocó un espejo metálico para reflejar la luz del sol y por la noche proyectar la del fuego (hasta 50 km). Un terremoto lo derribó en el siglo XIV, y 800 años después, el califa Al Walid destruyó los restos del faro creyendo que había un tesoro.

La pirámide de Keops
En 2640 AC, Keops, faraón de la cuarta dinastía, ordenó construir una tumba alta y majestuosa, para que no pasara la luz del sol. Unos 100.000 esclavos negros, hebreos y barbariscos trabajaron en la obra. Se utilizaron 2,3 millones de bloques calcáreos de 2,5 toneladas cada uno, colocados uno sobre otro hasta alcanzar sus 147 metros de altura.
En los 20 años que duró la obra, Egipto sufrió privaciones y miserias y muchos esclavos murieron por la fatiga y el mal trato.
A otros los sacrificaron para que no pudieran revelar a los ladrones la entrada a la pirámide. La erosión del viento, a lo largo de los últimos 4.600 años, redujo su altura en casi 10 metros.

El siete era un número perfecto para los griegos

A través de los siglos mucha gente se preguntó -hoy también lo hacen- por qué sólo Siete Maravillas del Mundo y no otro número. No existe una respuesta contundente para este cuestionamiento, así como tampoco las hay para el interrogante sobre cuáles fueron los parámetros -artísticos, naturales o arquitectónicos- para determinarlos.
El argumento más recurrente relacionado con el tema de la cifra es el que esgrimieron distintos historiadores a lo largo de los años: refieren que el siete era para los griegos -y también para ciertas partes de su imperio- simplemente un número perfecto.
Otros buceadores en la historia y también teólogos hacen mención a que siete son las veces que había que perdonar, según los hebreos y la interpretación del Antiguo Testamento. Otro gran grupo cita que son siete los pecados capitales, entre sus ejemplos más coincidentes.
Siempre se cuestionó el número. Muchos críticos hicieron valuaciones sobre otras construcciones humanas que, según la consideración y admiración personales, también podían considerarse como "maravillas" y no figuran en ese grupo de elite.
De manera que, para citarlas y darle jerarquía a esas reliquias excluidas del selecto grupo, se las nombraba como "Octava Maravilla". Con este término, por ejemplo, se ponderaba la majestuosidad de la Torre de Babel, o a la Acrópolis de Atenas (que ahora figura entre las 20 candidatas).
Con el paso del tiempo y hasta nuestros días aparecieron cientos de monumentos y obras entre las denominadas "Octavas Maravillas". El número creció indefectiblemente con la globalización, cuando la gente comenzó a informarse y a ver, a través de internet, obras de artes arquitectónicas modernas como edificios o torres tan altos como complejos. Esto sin mencionar lugares bendecidos por la naturaleza, como las cataratas del Niágara o del Iguazú.
Quizá con esta elección de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo se cometa otra vez el pecado de omisión y que, por unos cuantos siglos más, no se pueda dar una explicación al por qué no son 8, 12 o tal vez 20 esas maravillas.