15 Junio 2007
Un sobreviviente de la tragedia de los Andes revivió su historia
Luego de que su avión se estrellara, un grupo de adolescentes uruguayos combatió el hambre, la sed y las avalanchas. "Carlitos" Páez, popularizado por la película "Viven" porque rezaba todo el tiempo, charló en exclusiva con LA GACETA. Videos.
CREYENTE. Páez piensa que la religión los ayudó en la decisión de comer la carne de los compañeros muertos. “Sabíamos que el cuerpo se separa del alma”, explicó. GENTILEZA CARLITOSPAEZ.COM
Carlos Páez no puede quejarse del frío. No es que no lo sienta, sino que sabe que, indefectiblemente, su interlocutor de turno le replicará cómo es posible, si él seguro es un experto en lidiar con corrientes heladas. Prisionero de su pasado, el hombre admite haberse acostumbrado a que el mundo le recuerde, hasta en sus actos más cotidianos, que fue -que es- uno de los protagonistas de "la historia más grande del planeta", según él mismo define: la que tejieron, hace 35 años, 16 adolescentes uruguayos que sobrevivieron durante más de dos meses en los Andes chilenos, luego de que el avión en el que viajaban se estrellara a 4.200 metros de altura.
"Carlitos" -muchos lo recordarán de la película Viven por sus rezos imperturbables y su particular rosario- dice que no importa, que volver tantas veces sobre esos 72 días de nieve y espanto ha adquirido, con el tiempo, un efecto terapéutico. "¿Tú conoces mi historia?", pregunta a la periodista, al ser recibido por el Gerente General de LA GACETA, José Pochat, quizá sólo para demostrar que está dispuesto a contarla otra vez. Y empieza.
"El 12 de octubre de 1972 salimos desde Montevideo hacia Santiago de Chile, adonde nuestro equipo de rugby tenía un partido. Al día siguiente, el mal tiempo y algunos errores de navegación complicaron el viaje y provocaron que el avión se cayera en el medio de la montaña. De las 45 personas que viajaban, 29 fallecieron. Tuvimos que vivir más de dos meses bajo condiciones adversas", resume.
Páez da por obvia la desesperación y el temor de las primeras horas, de las primeras muertes, y saltea esa parte del relato. Insiste, sin embargo, en una cualidad que, a su entender, grafica la situación por la que pasaron los 16 sobrevivientes durante esos meses gélidos. "Teníamos entre 18 y 19 años y éramos unos ?cajetillas?: nenes malcriados a los que nos llevaban el desayuno a la cama. La vida se nos dio vuelta en la cordillera", cuenta.
"Carlitos" admite recordar al detalle los sentimientos y los pensamientos que lo invadían entonces, pero enfoca su narración en uno sólo de los 72 días que pasó en la Cordillera: el día 10. "Fue la jornada en la cuál escuchamos por radio que habían abandonado nuestra búsqueda y que vendrían a buscar nuestros cuerpos en febrero, cuando comenzaba el deshielo. Sentí que ya no existíamos para el mundo y me dio bronca. Imaginaba mi foto póstuma en el living de mi casa y a mis familiares llorando en mi misa", manifiesta.
Cuando uno de sus compañeros le comentó que esa era una buena noticia, "Carlitos" -ahora de 53 años- sintió ganas de patearlo. El otro lo tranquilizó: "esto significa que ya no somos sobrevivientes, sino vivientes. Ahora dependemos de nosotros mismos". Más de tres décadas después, Páez repite esa frase despacio y con entonación, como saboreándola. Siente que esa fue la actitud salvadora.
Es justamente el lado positivo del accidente lo que Páez trata de rescatar en las conferencias que da "desde siempre, aunque formalmente desde hace cuatro años". En ellas, el más chico del grupo de los sobrevivientes intenta motivar a sus oyentes, sin más recursos que la fuerza de su historia. "Sucede que es una anécdota triunfalista, en la que ganó la vida. Todos tenemos nuestra cordillera, nuestro dolor: el secreto es mirar hacia atrás aunque caminando para adelante", opina.
El hombre admite que en esas charlas -hoy a las 15.30 dará una en el Hipódromo- la sorpresa es mutua. Los oyentes se admiran de su historia y él se maravilla al comprobar el efecto de la narración. "Lo interesante es que no se detienen en el morbo -para sobrevivir, el grupo debió comer la carne de los compañeros muertos-, sino que son cautivados por el poder del ser humano para adaptarse a las situaciones", explica.
Pese a su visión optimista y a su aclaración de que no le molesta hablar siempre de lo mismo, Paéz reconoce que no es fácil ser famoso y cargar con el peso de "El milagro de los Andes". "Me pasó lo que a Maradona: también viví la experiencia de la adicción al alcohol y a las drogas", cuenta. Con una leve sonrisa, añade la fórmula que utilizó para sobrevivir a ese segundo desafío: "me puse firme y me dije que si había sobrevivido a las avalanchas de nieve, al hambre y a la sed de los Andes, nada me impedía superar esto. Y hace 15 años que estoy limpito de vicios". LA GACETA (C)
Entrevista - Parte I
Entrevista - Parte II
Entrevista - Parte III
Entrevista - Parte IV
Entrevista - Parte V
"Carlitos" -muchos lo recordarán de la película Viven por sus rezos imperturbables y su particular rosario- dice que no importa, que volver tantas veces sobre esos 72 días de nieve y espanto ha adquirido, con el tiempo, un efecto terapéutico. "¿Tú conoces mi historia?", pregunta a la periodista, al ser recibido por el Gerente General de LA GACETA, José Pochat, quizá sólo para demostrar que está dispuesto a contarla otra vez. Y empieza.
"El 12 de octubre de 1972 salimos desde Montevideo hacia Santiago de Chile, adonde nuestro equipo de rugby tenía un partido. Al día siguiente, el mal tiempo y algunos errores de navegación complicaron el viaje y provocaron que el avión se cayera en el medio de la montaña. De las 45 personas que viajaban, 29 fallecieron. Tuvimos que vivir más de dos meses bajo condiciones adversas", resume.
Páez da por obvia la desesperación y el temor de las primeras horas, de las primeras muertes, y saltea esa parte del relato. Insiste, sin embargo, en una cualidad que, a su entender, grafica la situación por la que pasaron los 16 sobrevivientes durante esos meses gélidos. "Teníamos entre 18 y 19 años y éramos unos ?cajetillas?: nenes malcriados a los que nos llevaban el desayuno a la cama. La vida se nos dio vuelta en la cordillera", cuenta.
"Carlitos" admite recordar al detalle los sentimientos y los pensamientos que lo invadían entonces, pero enfoca su narración en uno sólo de los 72 días que pasó en la Cordillera: el día 10. "Fue la jornada en la cuál escuchamos por radio que habían abandonado nuestra búsqueda y que vendrían a buscar nuestros cuerpos en febrero, cuando comenzaba el deshielo. Sentí que ya no existíamos para el mundo y me dio bronca. Imaginaba mi foto póstuma en el living de mi casa y a mis familiares llorando en mi misa", manifiesta.
Cuando uno de sus compañeros le comentó que esa era una buena noticia, "Carlitos" -ahora de 53 años- sintió ganas de patearlo. El otro lo tranquilizó: "esto significa que ya no somos sobrevivientes, sino vivientes. Ahora dependemos de nosotros mismos". Más de tres décadas después, Páez repite esa frase despacio y con entonación, como saboreándola. Siente que esa fue la actitud salvadora.
Es justamente el lado positivo del accidente lo que Páez trata de rescatar en las conferencias que da "desde siempre, aunque formalmente desde hace cuatro años". En ellas, el más chico del grupo de los sobrevivientes intenta motivar a sus oyentes, sin más recursos que la fuerza de su historia. "Sucede que es una anécdota triunfalista, en la que ganó la vida. Todos tenemos nuestra cordillera, nuestro dolor: el secreto es mirar hacia atrás aunque caminando para adelante", opina.
El hombre admite que en esas charlas -hoy a las 15.30 dará una en el Hipódromo- la sorpresa es mutua. Los oyentes se admiran de su historia y él se maravilla al comprobar el efecto de la narración. "Lo interesante es que no se detienen en el morbo -para sobrevivir, el grupo debió comer la carne de los compañeros muertos-, sino que son cautivados por el poder del ser humano para adaptarse a las situaciones", explica.
Pese a su visión optimista y a su aclaración de que no le molesta hablar siempre de lo mismo, Paéz reconoce que no es fácil ser famoso y cargar con el peso de "El milagro de los Andes". "Me pasó lo que a Maradona: también viví la experiencia de la adicción al alcohol y a las drogas", cuenta. Con una leve sonrisa, añade la fórmula que utilizó para sobrevivir a ese segundo desafío: "me puse firme y me dije que si había sobrevivido a las avalanchas de nieve, al hambre y a la sed de los Andes, nada me impedía superar esto. Y hace 15 años que estoy limpito de vicios". LA GACETA (C)
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