01 Abril 2007
Ryunosuke Akutagawa es autor de "Rashomon" (1915), novela que el célebre Akira Kurosawa llevó al cine en un clásico del mismo nombre.
Akutagawa se quitó la vida en 1927. "Una vez que me decidí por el suicidio (no lo considero un pecado como los occidentales), busqué la manera menos dolorosa de llevarlo a cabo. Por ende descarté ahorcarme, pegarme un tiro, saltar al vacío y otras modalidades de suicidio por razones estéticas y prácticas", (p. 196).
Los tres relatos que componen el volumen dejan en el lector esa impresión dual de delicadeza y brutalidad que parecen convivir en la cultura japonesa: algo así como una florida rama de cerezo tronchada por el sable de un samurai.
El primero de ellos (El biombo del infierno) es el más logrado. El horror de lo fantasmal y de lo humano trajinan juntos en una trama ceñida y tensa.
Encontré, especialmente en el segundo relato (Los engranajes), esa deriva, en acontecimientos y en pensamientos tortuosos, de los personajes de Arlt. El mismo protagonista de Los engranajes, en medio de un ambular sin rumbos ni propósitos, entre descripciones obsesivas del entorno y de su propio ánimo, sostiene: "Recordé a Raskólnikov y sentí el deseo de arrepentirme de todo" (p. 120). Pero el trote de la historia no alcanza en Akutagawa esa enormidad humana de Dostoievski o de Arlt.
El tercero de los relatos es una reunión miscelánea de 51 escritos breves; persiste en ellos esa dispersión de registros del ánimo torturado del autor.
Cito la certera impresión de Borges sobre el autor japonés (incluida en el volumen que comento): "cierta tristeza reprimida, cierta preferencia por lo visual, cierta ligereza de pincelada, me parecen, a través de lo inevitablemente imperfecto de toda traducción, esencialmente japonesas. La extravagancia y el horror están en sus páginas, pero no en su estilo, que siempre es límpido" (p. 208). (c) LA GACETA.
Akutagawa se quitó la vida en 1927. "Una vez que me decidí por el suicidio (no lo considero un pecado como los occidentales), busqué la manera menos dolorosa de llevarlo a cabo. Por ende descarté ahorcarme, pegarme un tiro, saltar al vacío y otras modalidades de suicidio por razones estéticas y prácticas", (p. 196).
Los tres relatos que componen el volumen dejan en el lector esa impresión dual de delicadeza y brutalidad que parecen convivir en la cultura japonesa: algo así como una florida rama de cerezo tronchada por el sable de un samurai.
El primero de ellos (El biombo del infierno) es el más logrado. El horror de lo fantasmal y de lo humano trajinan juntos en una trama ceñida y tensa.
Encontré, especialmente en el segundo relato (Los engranajes), esa deriva, en acontecimientos y en pensamientos tortuosos, de los personajes de Arlt. El mismo protagonista de Los engranajes, en medio de un ambular sin rumbos ni propósitos, entre descripciones obsesivas del entorno y de su propio ánimo, sostiene: "Recordé a Raskólnikov y sentí el deseo de arrepentirme de todo" (p. 120). Pero el trote de la historia no alcanza en Akutagawa esa enormidad humana de Dostoievski o de Arlt.
El tercero de los relatos es una reunión miscelánea de 51 escritos breves; persiste en ellos esa dispersión de registros del ánimo torturado del autor.
Cito la certera impresión de Borges sobre el autor japonés (incluida en el volumen que comento): "cierta tristeza reprimida, cierta preferencia por lo visual, cierta ligereza de pincelada, me parecen, a través de lo inevitablemente imperfecto de toda traducción, esencialmente japonesas. La extravagancia y el horror están en sus páginas, pero no en su estilo, que siempre es límpido" (p. 208). (c) LA GACETA.