05 Abril 2007
La oscura ruta de Malvinas
Si bien el tema ocupó grandes espacios en la opinión nacional, nadie habla de la relación con los malvinenses, que tienen la última palabra para discutir la soberanía. Por Angel Anaya - Columnista.
BUENOS AIRES.- Nunca después de la guerra Malvinas ocupó un espacio en la opinión nacional como el que está ocupando actualmente y en desmedro de cualquier otro tema. Ahora ha venido a sumarse la situación provocada por el despliegue de una bandera argentina en el cementerio insular de nuestros caídos, circunstancia que provoca un análisis forzoso de algo que no se tiene en cuenta cuando se discute sobre la soberanía. Se trata de la relación con los malvinenses, que parece haber dejado de interesar, sin advertir que el argumento de Londres reitera una y otra vez que no negociará, salvo si aquellos lo piden.
Las conmemoraciones del cuarto de siglo han extremado, inclusive, esa clave, y han enfriado aún más el diálogo obligado con la comunidad insular, como evidencia el episodio de la bandera que ahora amenaza con impedir el viaje de familiares de los muertos. Se puede afirmar que está faltando alguna voz política que ordene y señale el camino a seguir, y que explique que los malvinenses no son nuestros enemigos, sino los eventuales convecinos de un posible acuerdo sobre soberanía. Hablar con ellos, darse la mano e inclusive compartir proyectos o situaciones no es tan disparatado como olvidarlos o ignorarlos. Hay, por lo demás, muchos casos de relación humana entre los avatares de la guerra que demuestran cuán erróneo sería seguir el camino inverso.
El ausentismo
Cuál es esa voz política que debería ordenar un debate tan contradictorio y perturbador del fin perseguido, es un interrogante ineludible con respuesta bastante clara: el presidente de la Nación, de cuyo peso en la gestión pública pocas dudas caben. No ya su ausencia del acto central conmemorativo, envuelta en contradicciones y ambigüedades, sino su silencio y desaparición por tiempo incierto, prolonga ese debate desordenado sobre el camino hacia Malvinas que necesariamente debe pasar por la buena vecindad. Tanto es así que no hay un solo caso de descolonización después de la Segunda Guerra Mundial en el que las Naciones Unidas no hayan puesto como condición la voluntad de los pobladores.
Tal vez Kirchner ha pensado que su ausencia a la hora de imponer un orden constructivo en el debate desordenado e inclusive confrontativo, no lo obligará a comprometerse. Pero, si fuera así, sería un error, pues todo indica que el tema de Malvinas se ha incorporado al año electoral con un rango elevado.
Se ha señalado que en más de una ocasión excepcional se mantuvo ausente, pero en ninguna de ella, al menos que se recuerde, estuvo tan demandado como en la actual. Esto se advierte en las respuestas elusivas y contradictorias con que sus voceros más conspicuos tratan de satisfacer la inquietud generalizada sobre si los malvinenses son partes o no del problema. (De nuestra Sucursal)
Las conmemoraciones del cuarto de siglo han extremado, inclusive, esa clave, y han enfriado aún más el diálogo obligado con la comunidad insular, como evidencia el episodio de la bandera que ahora amenaza con impedir el viaje de familiares de los muertos. Se puede afirmar que está faltando alguna voz política que ordene y señale el camino a seguir, y que explique que los malvinenses no son nuestros enemigos, sino los eventuales convecinos de un posible acuerdo sobre soberanía. Hablar con ellos, darse la mano e inclusive compartir proyectos o situaciones no es tan disparatado como olvidarlos o ignorarlos. Hay, por lo demás, muchos casos de relación humana entre los avatares de la guerra que demuestran cuán erróneo sería seguir el camino inverso.
El ausentismo
Cuál es esa voz política que debería ordenar un debate tan contradictorio y perturbador del fin perseguido, es un interrogante ineludible con respuesta bastante clara: el presidente de la Nación, de cuyo peso en la gestión pública pocas dudas caben. No ya su ausencia del acto central conmemorativo, envuelta en contradicciones y ambigüedades, sino su silencio y desaparición por tiempo incierto, prolonga ese debate desordenado sobre el camino hacia Malvinas que necesariamente debe pasar por la buena vecindad. Tanto es así que no hay un solo caso de descolonización después de la Segunda Guerra Mundial en el que las Naciones Unidas no hayan puesto como condición la voluntad de los pobladores.
Tal vez Kirchner ha pensado que su ausencia a la hora de imponer un orden constructivo en el debate desordenado e inclusive confrontativo, no lo obligará a comprometerse. Pero, si fuera así, sería un error, pues todo indica que el tema de Malvinas se ha incorporado al año electoral con un rango elevado.
Se ha señalado que en más de una ocasión excepcional se mantuvo ausente, pero en ninguna de ella, al menos que se recuerde, estuvo tan demandado como en la actual. Esto se advierte en las respuestas elusivas y contradictorias con que sus voceros más conspicuos tratan de satisfacer la inquietud generalizada sobre si los malvinenses son partes o no del problema. (De nuestra Sucursal)
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