03 Abril 2007
Apátridas
El 2 de abril de 1982 los argentinos nos despertamos, como siempre, con marchas y comunicados militares. La diferencia en ésta oportunidad estaba en la cortina musical. Hoy, a los de nuestra generación, nos basta escuchar "tras un manto de neblina" para ser inmediatamente transportados a ese infeliz día.
Miles de conciudadanos se dirigían a las plazas para apoyar el delirio de un trasnochado General. "Si quieren venir, que vengan: les presentaremos batalla", decía, para el regocijo de las multitudes que lo aclamaban.
Pocos días después, cuando los ingleses realmente vinieron, su subalterno predilecto -especialista en matar monjas indefensas, en violentar, asesinar y hacer desaparecer a los mejores jóvenes de esa generación- se rendía incondicionalmente sin disparar un tiro. A pesar de lo que dice el Código Militar, el "gallardo" Alfredo Astíz jamás fue condenado por ello.
Cuánta soledad sentí en esos momentos, cuánta impotencia. Hasta me trataban de apátrida porque no compartía esta euforia.
Era evidente que la moribunda dictadura estaba concediendo el último tributo a las fuerzas imperialistas del Atlántico del Norte.
Fue con este pretexto que el gobierno del Reino Unido estableció un área de exclusión en torno a las islas, aumentando así su dominio en varios centenares de miles de kilómetros cuadrados del riquísimo Mar Argentino.
También quedó sin efecto el tratado que impedía a Inglaterra instalar bases misilísticas en estas estratégicas islas.
Permitió inclusive la reelección de la Dama de Hierro (Margaret Thatcher), cuya popularidad estaba en picada gracias a su política neo liberal.
Y por último, inexplicablemente, Fabricaciones Militares dejó de fabricar los aviones Pucará.
Esta guerra jamás declarada duró 72 días y dejó un saldo de más de 65 argentinos muertos.
Pero no son estas las únicas víctimas de la feroz dictadura: tenemos que sumarle los 30.000 desaparecidos y los millones de argentinos que hoy están en la indigencia gracias a la política neo liberal que los generales impusieron a sangre y fuego, acatando las directivas de los capitales "foráneos".
Ellos, que tanto exaltaron el patriotismo, son los verdaderos apátridas.
Eduardo Heluani
Caiazzo, Italia
[email protected]
Un reclamo pacífico, pero enérgico
La decisión de recuperar las islas Malvinas fue un error que, si bien quedará en la historia, trajo dolor y angustia a nuestro ya sufrido pueblo.
Como a muchos jóvenes, ese día me invadió la euforia, pero íntimamente sabía que no podíamos enfrentarnos a una potencia como Inglaterra que, además, contaba con el apoyo de EE.UU.
De todas maneras, creo que no podemos renunciar a la soberanía sobre las islas del Atlántico Sur, las cuáles deberán ser reclamadas en forma pacífica, pero enérgica ante todo organismo internacional.
Rodolfo Sucar
[email protected]
Un sentimiento entrañable
Se cumple un cuarto de siglo de aquel 2 de abril de 1982. Lo recordamos con un sentimiento ambivalente de alegría y de dolor.
Algarabía perdurable porque sentimos que nuestra Patria aspiraba a ser, con decisión. Sí, eso simplemente: ser. Es toda una definición y una actitud. La explosión jubilosa de la nación entera lo probó.
Dolor argentino porque se fue a buscar un objetivo histórico con una inconcebible ristra de errores, desde estratégicos hasta militares. Todavía sufrimos la muerte de más de 800 compatriotas y nos agobia la derrota.
Nada peor que una guerra perdida. Por guerra y por perdida. La guerra es una calamidad, pero no plantarse en los intereses de un pueblo es una catástrofe.
Ganar atrae inimaginables amigos. Perder espanta hasta a los que se creía que eran genuinos ¡Qué soledad envuelve a la caída! Por eso, no es aconsejable pontificar sobre los yerros cometidos el 2 de abril. Es fácil puntualizar conclusiones con los hechos acaecidos. Lo trascendente es proponer rumbos y extraer enseñanzas.
Lo que no puede hacer la Argentina es despilfarrar su única gran causa colectiva. Es innegable que Malvinas va más allá de la reivindicación de un archipiélago brumoso. Es un sentimiento entrañable. Nace con nosotros y no morirá hasta consumar el objetivo reintegrador.
Por eso es importante disponer de una lúcida política exterior. Necesitamos hacer cada vez mejores amigos y negocios y a esos socios sumarlos a la causa recuperatoria. Paralelamente, hay que erigir una sociedad argentina más equilibrada, menos conflictiva, más institucionalizada y respetuosa de la ley.
En La Argentina solemos incurrir en las posturas extremas: o alardeamos que somos los mejores o nos apichonamos en la creencia de que somos de lo peor. Los intereses de nuestro país no se hallan ni en una ni en la otra posición. Sentimentales realistas, diríamos. Una ecuación difícil, pero que combina dos cosas ciertas. Nada puede hacerse sin una cuota de pasión. Tampoco sin partir de la realidad.
En las islas subsiste un ominoso colonialismo, uno de los últimos que quedan en el mundo. Denunciar ese estado de sometimiento es un modo de ubicarnos mejor en la disputa. Podríamos ratificar que reconoceremos el estilo de vida de la población local de las Malvinas y hasta que habrá un lapso de dos o tres décadas para una transición gradual y ordenada de la soberanía.
El asunto no es sencillo. En el Atlántico Sur existe el reservorio de hidrocarburos que le dará energía al mundo en la segunda mitad del siglo XXI. Además, Malvinas y las otras islas se hallan en el epicentro de los hielos antárticos tan preciados en la medida que avanzan la escasez de agua dulce y la tecnología para aprovecharla sin desmedro del ambiente.
A 25 años del 2 de abril: ¡Salud, Malvinas Argentinas! Con dolor por la guerra y las vidas perdidas, siguen vivas en el sentimiento nacional. Fueron y serán argentinas.
Alberto Asseff
Presidente de la Unión para la Integración y el Resurgimiento (UNIR)
[email protected]
El 2 de abril de 1982 los argentinos nos despertamos, como siempre, con marchas y comunicados militares. La diferencia en ésta oportunidad estaba en la cortina musical. Hoy, a los de nuestra generación, nos basta escuchar "tras un manto de neblina" para ser inmediatamente transportados a ese infeliz día.
Miles de conciudadanos se dirigían a las plazas para apoyar el delirio de un trasnochado General. "Si quieren venir, que vengan: les presentaremos batalla", decía, para el regocijo de las multitudes que lo aclamaban.
Pocos días después, cuando los ingleses realmente vinieron, su subalterno predilecto -especialista en matar monjas indefensas, en violentar, asesinar y hacer desaparecer a los mejores jóvenes de esa generación- se rendía incondicionalmente sin disparar un tiro. A pesar de lo que dice el Código Militar, el "gallardo" Alfredo Astíz jamás fue condenado por ello.
Cuánta soledad sentí en esos momentos, cuánta impotencia. Hasta me trataban de apátrida porque no compartía esta euforia.
Era evidente que la moribunda dictadura estaba concediendo el último tributo a las fuerzas imperialistas del Atlántico del Norte.
Fue con este pretexto que el gobierno del Reino Unido estableció un área de exclusión en torno a las islas, aumentando así su dominio en varios centenares de miles de kilómetros cuadrados del riquísimo Mar Argentino.
También quedó sin efecto el tratado que impedía a Inglaterra instalar bases misilísticas en estas estratégicas islas.
Permitió inclusive la reelección de la Dama de Hierro (Margaret Thatcher), cuya popularidad estaba en picada gracias a su política neo liberal.
Y por último, inexplicablemente, Fabricaciones Militares dejó de fabricar los aviones Pucará.
Esta guerra jamás declarada duró 72 días y dejó un saldo de más de 65 argentinos muertos.
Pero no son estas las únicas víctimas de la feroz dictadura: tenemos que sumarle los 30.000 desaparecidos y los millones de argentinos que hoy están en la indigencia gracias a la política neo liberal que los generales impusieron a sangre y fuego, acatando las directivas de los capitales "foráneos".
Ellos, que tanto exaltaron el patriotismo, son los verdaderos apátridas.
Eduardo Heluani
Caiazzo, Italia
[email protected]
Un reclamo pacífico, pero enérgico
La decisión de recuperar las islas Malvinas fue un error que, si bien quedará en la historia, trajo dolor y angustia a nuestro ya sufrido pueblo.
Como a muchos jóvenes, ese día me invadió la euforia, pero íntimamente sabía que no podíamos enfrentarnos a una potencia como Inglaterra que, además, contaba con el apoyo de EE.UU.
De todas maneras, creo que no podemos renunciar a la soberanía sobre las islas del Atlántico Sur, las cuáles deberán ser reclamadas en forma pacífica, pero enérgica ante todo organismo internacional.
Rodolfo Sucar
[email protected]
Un sentimiento entrañable
Se cumple un cuarto de siglo de aquel 2 de abril de 1982. Lo recordamos con un sentimiento ambivalente de alegría y de dolor.
Algarabía perdurable porque sentimos que nuestra Patria aspiraba a ser, con decisión. Sí, eso simplemente: ser. Es toda una definición y una actitud. La explosión jubilosa de la nación entera lo probó.
Dolor argentino porque se fue a buscar un objetivo histórico con una inconcebible ristra de errores, desde estratégicos hasta militares. Todavía sufrimos la muerte de más de 800 compatriotas y nos agobia la derrota.
Nada peor que una guerra perdida. Por guerra y por perdida. La guerra es una calamidad, pero no plantarse en los intereses de un pueblo es una catástrofe.
Ganar atrae inimaginables amigos. Perder espanta hasta a los que se creía que eran genuinos ¡Qué soledad envuelve a la caída! Por eso, no es aconsejable pontificar sobre los yerros cometidos el 2 de abril. Es fácil puntualizar conclusiones con los hechos acaecidos. Lo trascendente es proponer rumbos y extraer enseñanzas.
Lo que no puede hacer la Argentina es despilfarrar su única gran causa colectiva. Es innegable que Malvinas va más allá de la reivindicación de un archipiélago brumoso. Es un sentimiento entrañable. Nace con nosotros y no morirá hasta consumar el objetivo reintegrador.
Por eso es importante disponer de una lúcida política exterior. Necesitamos hacer cada vez mejores amigos y negocios y a esos socios sumarlos a la causa recuperatoria. Paralelamente, hay que erigir una sociedad argentina más equilibrada, menos conflictiva, más institucionalizada y respetuosa de la ley.
En La Argentina solemos incurrir en las posturas extremas: o alardeamos que somos los mejores o nos apichonamos en la creencia de que somos de lo peor. Los intereses de nuestro país no se hallan ni en una ni en la otra posición. Sentimentales realistas, diríamos. Una ecuación difícil, pero que combina dos cosas ciertas. Nada puede hacerse sin una cuota de pasión. Tampoco sin partir de la realidad.
En las islas subsiste un ominoso colonialismo, uno de los últimos que quedan en el mundo. Denunciar ese estado de sometimiento es un modo de ubicarnos mejor en la disputa. Podríamos ratificar que reconoceremos el estilo de vida de la población local de las Malvinas y hasta que habrá un lapso de dos o tres décadas para una transición gradual y ordenada de la soberanía.
El asunto no es sencillo. En el Atlántico Sur existe el reservorio de hidrocarburos que le dará energía al mundo en la segunda mitad del siglo XXI. Además, Malvinas y las otras islas se hallan en el epicentro de los hielos antárticos tan preciados en la medida que avanzan la escasez de agua dulce y la tecnología para aprovecharla sin desmedro del ambiente.
A 25 años del 2 de abril: ¡Salud, Malvinas Argentinas! Con dolor por la guerra y las vidas perdidas, siguen vivas en el sentimiento nacional. Fueron y serán argentinas.
Alberto Asseff
Presidente de la Unión para la Integración y el Resurgimiento (UNIR)
[email protected]
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