10 Marzo 2007
La gira del odiado Bush por nuestros vecinos socialistas, su exclusión de Argentina y el histrionismo de Hugo Chávez en la concentración de Ferro con la aquiescencia -por lo menos- de Kirchner, generan un ruido monumental que oculta las cuestiones de fondo que hacen a la realidad de la historia. Quizá haya sido Lula da Silva quien, poco antes de reunirse con el viajero de Washington, haya apuntado al centro de las cuestiones de la relación norte-sur como quien da en el ombligo: hay que poner fin, dijo el brasileño, a la política de subsidios agrícolas, raíz de todas las diferencias.
Días atrás, el ministro de Agricultura francés trató de forma poco cortés esas esperanzas de liberación, siendo el suyo el país proteccionista más exigente mediante los subsidios; a cambio pidió la apertura latinoamericana a las importaciones industriales, algo bobo e imposible. Los subsidios agrícolas que el mundo desarrollado aplica para impedir la invasión del agro más barato de los países en desarrollo, tienen origen en la necesidad de impedir la emigración rural a las zonas urbanas, manteniendo los salarios del campo.
En San Pablo, Bush pudo observar, desde su moderna torre hotelera, una cercana villa miseria, como tantas otras que rodean al gigante urbano. Lo mismo podría haberle ocurrido en Buenos Aires y lo acontece en Bogotá o México en esta ocasión.
Sin políticas agrarias
Desde la crisis de 1928 y tras el New Deal, los Estados Unidos trataron de fijar las poblaciones no urbanas hasta llegar al sector agrario. Las villas, que agobian a Brasil y a México, especialmente, y comienzan a hacerlo en la Argentina, tienen fundamentalmente origen en la carencia de políticas de población.
Por otra parte, la modernización agraria de nuestro país y Brasil son de las más llamativas del mundo, al revés de lo que ocurre en los Estados Unidos y en Francia, razón por la cual en nuestro caso se requiere menor mano de obra rural que en los países más ricos. Nunca, salvo muy raras excepciones, se menciona ese fondo de la cuestión que reiteradamente se debate pero sin que prospere, a pesar de la remanida ronda de Doha -de la Organización Mundial de Comercio-, siempre con promesas para el futuro. Lo que falla ante esa realidad es la carencia de políticas agrarias, especialmente en nuestro país, donde, por el contrario, se fuerza a los agricultores a una política cuyo fin no es la suerte del campo y sus consecuencias económicas, sino sumarla a los problemas de corto plazo que el Estado tiene para enfrentar coyunturas.
En la actualidad, las presiones del Gobierno central sobre los agricultores, en consecuencia, están derivando en nuevas migraciones de los obreros y trabajadores hacia el conurbano metropolitano, Rosario y Córdoba, que ya aprecian los observadores más profundos. (De nuestra Sucursal)
Días atrás, el ministro de Agricultura francés trató de forma poco cortés esas esperanzas de liberación, siendo el suyo el país proteccionista más exigente mediante los subsidios; a cambio pidió la apertura latinoamericana a las importaciones industriales, algo bobo e imposible. Los subsidios agrícolas que el mundo desarrollado aplica para impedir la invasión del agro más barato de los países en desarrollo, tienen origen en la necesidad de impedir la emigración rural a las zonas urbanas, manteniendo los salarios del campo.
En San Pablo, Bush pudo observar, desde su moderna torre hotelera, una cercana villa miseria, como tantas otras que rodean al gigante urbano. Lo mismo podría haberle ocurrido en Buenos Aires y lo acontece en Bogotá o México en esta ocasión.
Sin políticas agrarias
Desde la crisis de 1928 y tras el New Deal, los Estados Unidos trataron de fijar las poblaciones no urbanas hasta llegar al sector agrario. Las villas, que agobian a Brasil y a México, especialmente, y comienzan a hacerlo en la Argentina, tienen fundamentalmente origen en la carencia de políticas de población.
Por otra parte, la modernización agraria de nuestro país y Brasil son de las más llamativas del mundo, al revés de lo que ocurre en los Estados Unidos y en Francia, razón por la cual en nuestro caso se requiere menor mano de obra rural que en los países más ricos. Nunca, salvo muy raras excepciones, se menciona ese fondo de la cuestión que reiteradamente se debate pero sin que prospere, a pesar de la remanida ronda de Doha -de la Organización Mundial de Comercio-, siempre con promesas para el futuro. Lo que falla ante esa realidad es la carencia de políticas agrarias, especialmente en nuestro país, donde, por el contrario, se fuerza a los agricultores a una política cuyo fin no es la suerte del campo y sus consecuencias económicas, sino sumarla a los problemas de corto plazo que el Estado tiene para enfrentar coyunturas.
En la actualidad, las presiones del Gobierno central sobre los agricultores, en consecuencia, están derivando en nuevas migraciones de los obreros y trabajadores hacia el conurbano metropolitano, Rosario y Córdoba, que ya aprecian los observadores más profundos. (De nuestra Sucursal)
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