La masa de piedra que corta en dos las playas diableras regala vistas inolvidables; hacia el sur, se extienden las arenas de La Viuda, espesas y salpicadas de millones de fragmentos de conchillas; hacia el norte, la pequeña playa de Los Pescadores, con un puñado de pintorescos barquitos descansando sobre las arenas, recuerda el origen del poblado y le pone una nota de color al paisaje. Una pequeña saliente pedregosa abre paso, más al norte, a la Playa del Rivero, extensa y de arenas finas; es la preferida por los turistas que pasan los días de sus vacaciones en las cabañas de la parte norte de la población, que muestra una urbanización cuidada y espacios generosos entre las viviendas. No ocurre lo mismo en el centro del poblado, donde las cabañas y los negocios se amontonan apretadamente sin el menor concierto.
Desconectados
El ambiente en la villa recuerda al turista que lleva encima los años suficientes a aquel Villa Gesell de los años 70. Muchísimos jóvenes, pelos largos, barbas al viento, ritmo lento y cansino, y casi se espera escuchar por ahí el mítico "love and peace". Hay mucha tranquilidad y la sensación de inseguridad brilla por su ausencia.
La desconexión con el resto del mundo puede ser total. En los bares es muy raro encontrar televisores encendidos, y sólo los titulares de los diarios uruguayos recuerdan desde los quioscos que el resto del mundo sigue su vida cotidiana. Hay cibercentros, por supuesto, desde los cuales un tucumano puede enterarse a través de LA GACETA on line las novedades que se han registrado en el propio terruño, ya que la presencia de comprovincianos es nula. (Especial)