04 Enero 2007
Mientras la tecnología domina el mundo moderno, los tucumanos siguen sujetos a los caprichos de la naturaleza para contar, en sus casas, con agua potable. Los habitantes de esta provincia pueden tener un servicio tan esencial y básico como este sólo si llueve y si los ríos bajan caudalosos. Como en los tiempos de las primeras civilizaciones de la humanidad, que surgieron y se desarrollaron a las orillas de cursos de agua. Tanto el Estado como la sociedad han actuado como niños que crecieron en la abundancia -esa que la misma naturaleza le regaló a la provincia- y, por ende, al ser mayores, no saben cómo enfrentar situaciones de carencias. Así, Tucumán vive en medio de terribles paradojas: si no llueve, se arruinan cosechas y escasea el agua potable; pero si llueve un poco de más, los cultivos y las casas se inundan, y las personas pierden viviendas y bienes. Y, nuevamente, se interrumpe el suministro de agua potable. La Sociedad Aguas de Tucumán (SAT) dice haber recuperado en un 95% la cobranza bruta. Este es un indicador claro de que la población ha dado el primer paso en la toma de conciencia de que el agua es un bien valioso. Y si bien tiene que crecer en el ahorro, ya no cabe el pretexto de la falta de dinero para justificar la desinversión. La empresa que administra el servicio tiene un plan para los próximos tres años, pero, como los mismos directivos lo admiten, sólo se trata de obras de baja y mediana envergadura. Al Gobierno le cabe la responsabilidad de encarar las obras de fondo y con la tecnología adecuada para dejar de depender de los fenómenos naturales. Así podrá embalsarse el agua que hoy arrasa campos y casas; y se la podrá administrar para que, en épocas de sequía no falten el riego ni se “sequen” las canillas.