27 Agosto 2006
Cuando Adriana Groisman recibió el encargo de la National Geographic de registrar con su cámara los avatares de la producción del documental sobre el hundimiento del crucero General Belgrano en 1982, nunca imaginó que su trabajo sería exhibido en un museo. "Lo que hice durante esos años no fue precisamente un trabajo periodístico o documental. Me pareció que el tema podía ser explotado desde el aspecto sentimental y así quedó", relata Groisman a LA GACETA.
La fotógrafa y corresponsal del diario Clarín en Nueva York, pasó por Tucumán para presentar su muestra "Tango, nunca antes de la medianoche", que se exhibe en el Museo de Bellas Artes Timoteo Navarro, en el marco de la II Bienal de Fotografía Documental.
"Vine a Tucumán a traer registros de una investigación que duró más de 15 años y que me llevó por los desconocidos arrabales de la misteriosa Buenos Aires. Pero, en estos momentos, mi obsesión pasa por otras cuestiones", señala.
Y esas cuestiones tienen que ver precisamente con la muestra sobre el hundimiento del crucero. "Se trata más bien de una instalación ya que, además de ver las fotos, el espectador tiene la posibilidad de escuchar el ruido del mar. También hay una pequeña balsa de salvamento en la que se escucha el testimonio grabado de varios sobrevivientes", declara.
Para realizar este trabajo, la fotógrafa debió viajar junto con el equipo de National Geographic al lugar exacto del hundimiento del crucero. "Fue una experiencia realmente sobrecogedora. Por eso las fotos registran precisamente eso: olas enormes y frías, el mar inmenso y oscuro, la soledad del sur, el aire gris y enigmático...", cuenta.Las fotos, realizadas en blanco y negro, también fueron acompañadas por testimonios de los sobrevivientes y de sus familias. "Trabajé mucho desde el punto de vista emotivo. Fue muy fuerte hablar con los padres de aquellos chicos que viajaban en el crucero y que no volvieron de aquel mar bravío", agrega.
Es que, según Groisman, para eso sirve la fotografía: para dar testimonio de algo. "En mis trabajos no busco sólo mostrar un momento, sino también relatar un hecho. Las fotos también cuentan historias. En las tomas que hice de ese mar inhóspito, por ejemplo, subyace el rostro de aquellos soldados desaparecidos entre esas olas heladas. Y, a través del testimonio de sus familiares, pude reconstruir -en algunos casos- sus últimas horas", comentó.
Algo similar le pasó con la serie sobre el tango que trajo a Tucumán. "El tango es un duelo eterno entre la desesperanza y el ansia de estar vivo. Y, en las milongas de Buenos Aires, se vive esta dualidad. Por eso, durante más de 15 años estuve recorriendo distintos locales en los que la gente se reunía a bailar. Pero, la verdadera milonga no está en el centro de la ciudad, sino en los barrios. Y muchas veces es difícil entrar porque funcionan como guetos. Por eso, al principio iba sin cámara. Una vez que me ganaba la confianza de ellos, llevaba la máquina y los retrataba en su ambiente", dice.
La intención de Groisman fue retratar la verdadera cara del tango. No la que se muestra a los turistas o la que se exporta a Europa, sino la que entusiasma a la gente común. "Como sucedía en el siglo pasado, los compadritos de hoy no son galanes impecables con el pelo engominado y un cigarrillo en la boca. El apasionado por el tango suele tener a veces una gran barriga, le faltan dientes y viste de una manera poco glamorosa. Pero, en la pista, se comportan como verdaderos ases. Y eso es lo que quise retratar en mis trabajos", dice.
La fotógrafa y corresponsal del diario Clarín en Nueva York, pasó por Tucumán para presentar su muestra "Tango, nunca antes de la medianoche", que se exhibe en el Museo de Bellas Artes Timoteo Navarro, en el marco de la II Bienal de Fotografía Documental.
"Vine a Tucumán a traer registros de una investigación que duró más de 15 años y que me llevó por los desconocidos arrabales de la misteriosa Buenos Aires. Pero, en estos momentos, mi obsesión pasa por otras cuestiones", señala.
Y esas cuestiones tienen que ver precisamente con la muestra sobre el hundimiento del crucero. "Se trata más bien de una instalación ya que, además de ver las fotos, el espectador tiene la posibilidad de escuchar el ruido del mar. También hay una pequeña balsa de salvamento en la que se escucha el testimonio grabado de varios sobrevivientes", declara.
Para realizar este trabajo, la fotógrafa debió viajar junto con el equipo de National Geographic al lugar exacto del hundimiento del crucero. "Fue una experiencia realmente sobrecogedora. Por eso las fotos registran precisamente eso: olas enormes y frías, el mar inmenso y oscuro, la soledad del sur, el aire gris y enigmático...", cuenta.Las fotos, realizadas en blanco y negro, también fueron acompañadas por testimonios de los sobrevivientes y de sus familias. "Trabajé mucho desde el punto de vista emotivo. Fue muy fuerte hablar con los padres de aquellos chicos que viajaban en el crucero y que no volvieron de aquel mar bravío", agrega.
Es que, según Groisman, para eso sirve la fotografía: para dar testimonio de algo. "En mis trabajos no busco sólo mostrar un momento, sino también relatar un hecho. Las fotos también cuentan historias. En las tomas que hice de ese mar inhóspito, por ejemplo, subyace el rostro de aquellos soldados desaparecidos entre esas olas heladas. Y, a través del testimonio de sus familiares, pude reconstruir -en algunos casos- sus últimas horas", comentó.
Algo similar le pasó con la serie sobre el tango que trajo a Tucumán. "El tango es un duelo eterno entre la desesperanza y el ansia de estar vivo. Y, en las milongas de Buenos Aires, se vive esta dualidad. Por eso, durante más de 15 años estuve recorriendo distintos locales en los que la gente se reunía a bailar. Pero, la verdadera milonga no está en el centro de la ciudad, sino en los barrios. Y muchas veces es difícil entrar porque funcionan como guetos. Por eso, al principio iba sin cámara. Una vez que me ganaba la confianza de ellos, llevaba la máquina y los retrataba en su ambiente", dice.
La intención de Groisman fue retratar la verdadera cara del tango. No la que se muestra a los turistas o la que se exporta a Europa, sino la que entusiasma a la gente común. "Como sucedía en el siglo pasado, los compadritos de hoy no son galanes impecables con el pelo engominado y un cigarrillo en la boca. El apasionado por el tango suele tener a veces una gran barriga, le faltan dientes y viste de una manera poco glamorosa. Pero, en la pista, se comportan como verdaderos ases. Y eso es lo que quise retratar en mis trabajos", dice.
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