Rojas Paz y el recuerdo

Rojas Paz y el recuerdo

La bisabuela memoriosa y centenaria. Por Por Carlos Páez de la Torre (h) - Redacción LA GACETA.

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PABLO ROJAS PAZ. El escritor fotografiado en la década del 30, en uno de las tantas veces que regresó a su Tucumán natal. LA GACETA PABLO ROJAS PAZ. El escritor fotografiado en la década del 30, en uno de las tantas veces que regresó a su Tucumán natal. LA GACETA
01 Julio 2006
“El recuerdo es poesía, es tradición, es historia y es resurrección”, escribe el gran literato tucumano Pablo Rojas Paz  (1896-1956) en “El patio de la noche”. Esto, porque el recuerdo es “lo único verdadero de la vida, como lo único verdadero de la flor es el perfume”. Es esa “flor seca que duerme en un arcón antiguo; parece embalsamada, bastaría un golpe de aire para destruirla, como esos objetos que se sacan de la tumba de los faraones. Pero basta una lágrima, una sonrisa, una mirada para que esa flor adquiera vida, como antes, para que vuelva a tener perfume y color”. A su juicio, el recuerdo debía cultivarse. “Es el alma de la patria. Recordar es revivir, es alimentar el alma de los seres”, escribió.
En su caso particular, había tenido “una mensajera del recuerdo”. Se llamaba Gerónima Paz. “Cuando yo era niño, esta bisabuela había pasado los cien años. Pero desde el fondo de la noche del tiempo llegó hasta mí con una flor de recuerdo”, narra Rojas Paz.
La señora tenía “la memoria fresca como los llanos de junto al Guasayán, donde había nacido. Su mirada era ciega, quemada desde niña por el resplandor de la salina; su voz sonaba a hueco como la brisa golpeando en los frutos negros del pacará”. Su mano era “pequeña y nudosa”. Ocurría que una mañana cualquiera -“frágil como el cristal, sonora como una campana, con pájaros en los naranjos floridos, con rocío en los débiles tallos”- se producía el milagro, y doña Gerónima empezaba a recordar. Entonces, “en un quieto desfile de friso, iban pasando las grandes figuras heroicas y mágicas, terribles y sacrificadas de la historia del norte argentino. Le había resucitado la memoria a la noble anciana. Evocaba a Oribe, terrible y cruel, al baquiano Alico, a Marco Avellaneda, el mártir de Metán. Y no faltaba asimismo la fábula sugestionante, como la destrucción de la ciudad de Esteco”.



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