Sin escondidas ni pilladitas

Por Lucía Lozano - Redacción de LA GACETA

26 Junio 2006
Sus manos son pequeñas. Inflan y desinflan bolsitas. No es el clásico juego que terminará asustando a alguien cuando reviente el globo. Pero ellos se divierten haciendo esos movimientos. Se marean. Sus ojos dan vueltas. Están perdidos. Esperan que alguien pase por allí cerca. Las zapatillas, el reloj o algo de lo que lleve puesto esa persona servirá para salir corriendo a comprar más pegamento. O quizá les alcance para un porro. No es difícil encontrarlos. Pero pocos quieren verlos. Son los hijos de los barrios violentos. De las familias disgregadas. Algunos ni siquiera cumplieron los 10 años. Sus adicciones no brotan de la nada. Pueden ser fruto de desviaciones. Pero también de una sociedad que no da respuestas y de un Estado que mira para otro lado y que prefiere dejarlos en la “ciudad oculta”, cuyas calles han perdido la connotación de lugar de convivencia; son las calles de los despreciados.
“Las drogas no son un juego de niños”, reza el lema de las Naciones Unidas este año. Aunque, quizás, para estos chicos “fuera del sistema”, el juego haya sido siempre el mismo: sumergirse en la locura instantánea de la droga para olvidar tanto vacío. Sin escondidas ni pilladitas. En la puerta de sus casas o en la esquina. A esta hora, ya empezó la ronda.