06 Junio 2006
CERCANDO EL PREDIO. Los obreros colocan la tela metálica alrededor del viejo edificio para cerrar el sitio donde se construirán 110 negocios. LA GACETA / JOSE NUNO
El desalojo del ex mercado de Abasto se hizo efectivo. Ayer, numerosos obreros de una empresa privada comenzaron a colocar postes y un alambrado para cubrir todo el perímetro del edificio donde el Banco Macro construirá un centro cultural y comercial -con más de 110 negocios-, para lo que destinará $ 24 millones.
Mientras tanto, los vecinos están expectantes; creen que la obra revalorizará mucho el sector y, con ello, sus propias viviendas. "Habrá más movimiento, y todo el barrio estará mejor. Pero lamentamos también que la gente que ha trabajado mucho tiempo en esta zona tenga que irse", dijo Marta Abregú, que vive a media cuadra del viejo edificio. Los puesteros abandonaron el predio sin protestar, pero no se fueron muy lejos: se ubicaron a lo largo de la calle Próspero Mena, a media cuadra del ex Abasto, detrás del Instituto Miguel Lillo.
Futuro incierto
Algunas personas que vivían en el viejo mercado aún no saben adónde irán a parar; hasta ayer continuaban en las galerías del edificio. Entre ellas, está Isabel Cristina Santillán, viuda y con siete hijos, el menor de apenas un año. "Yo de aquí no me voy. La gente del Instituto de la Vivienda me prometió que me iban a trasladar a un barrio. Me hicieron firmar una declaración jurada para darme la vivienda y hasta ahora no me dicen nada. Ellos sabían del plazo que tenía para salir del mercado. Yo no tengo adónde ir, así que de acá no me muevo", se defendió la mujer. Santillán dijo que lo que más le preocupa es que ninguno de sus hijos va a la escuela, ya que debe mantenerlos con una pensión que le dejó su marido, de $ 44 para cada hijo, y con la venta de chatarra. A pocos metros del lugar donde vive Cristina, dos mujeres y cuatro hombres ocupan parte de una galería que cerraron con colchas y papeles para cubrirse del frío. Mientras hacían fuego para calentarse, comentaron que son gente sin techo, sin familia y sin un lugar adónde ir. "No tenemos nada y tampoco nos prometieron nada. Nos dijeron que vayamos a la avenida Roca 255 -donde funciona una repartición de ayuda social de la Municipalidad-; nos dicen que busquemos un terreno para que nos pongan una casilla, pero no encontramos nada", señaló Héctor Marcelo Padilla. Con él viven la pareja de René Frías y Yolanda del Valle Masa; José Alberto Acuña, Miguel Angel Ruiz y una mujer que no dio su nombre. "El destino de esta gente es preocupante; supongo que pronto las echarán de ahí", dijo Fernado Lara, uno de los puesteros que vende verduras y frutas en la calle Miguel Lillo, frente al predio.
"Hace 9 años que trabajo aquí. Nosotros no somos una molestia para la obra; esperamos que nos permitan seguir", señaló. Sin embargo, las autoridades aclararon que estos verduleros también fueron intimados para que abandonen sus puestos. Quienes se trasladaron a la calle Próspero Mena -explicó Carlos Rodríguez, uno de ellos- lo hicieron porque el municipio no les dio ninguna respuesta, y ellos necesitan seguir trabajando en la zona, porque allí están sus clientes. Otros adelantaron que se instalarán en el microcentro como ambulantes.
Mientras tanto, los vecinos están expectantes; creen que la obra revalorizará mucho el sector y, con ello, sus propias viviendas. "Habrá más movimiento, y todo el barrio estará mejor. Pero lamentamos también que la gente que ha trabajado mucho tiempo en esta zona tenga que irse", dijo Marta Abregú, que vive a media cuadra del viejo edificio. Los puesteros abandonaron el predio sin protestar, pero no se fueron muy lejos: se ubicaron a lo largo de la calle Próspero Mena, a media cuadra del ex Abasto, detrás del Instituto Miguel Lillo.
Futuro incierto
Algunas personas que vivían en el viejo mercado aún no saben adónde irán a parar; hasta ayer continuaban en las galerías del edificio. Entre ellas, está Isabel Cristina Santillán, viuda y con siete hijos, el menor de apenas un año. "Yo de aquí no me voy. La gente del Instituto de la Vivienda me prometió que me iban a trasladar a un barrio. Me hicieron firmar una declaración jurada para darme la vivienda y hasta ahora no me dicen nada. Ellos sabían del plazo que tenía para salir del mercado. Yo no tengo adónde ir, así que de acá no me muevo", se defendió la mujer. Santillán dijo que lo que más le preocupa es que ninguno de sus hijos va a la escuela, ya que debe mantenerlos con una pensión que le dejó su marido, de $ 44 para cada hijo, y con la venta de chatarra. A pocos metros del lugar donde vive Cristina, dos mujeres y cuatro hombres ocupan parte de una galería que cerraron con colchas y papeles para cubrirse del frío. Mientras hacían fuego para calentarse, comentaron que son gente sin techo, sin familia y sin un lugar adónde ir. "No tenemos nada y tampoco nos prometieron nada. Nos dijeron que vayamos a la avenida Roca 255 -donde funciona una repartición de ayuda social de la Municipalidad-; nos dicen que busquemos un terreno para que nos pongan una casilla, pero no encontramos nada", señaló Héctor Marcelo Padilla. Con él viven la pareja de René Frías y Yolanda del Valle Masa; José Alberto Acuña, Miguel Angel Ruiz y una mujer que no dio su nombre. "El destino de esta gente es preocupante; supongo que pronto las echarán de ahí", dijo Fernado Lara, uno de los puesteros que vende verduras y frutas en la calle Miguel Lillo, frente al predio.
"Hace 9 años que trabajo aquí. Nosotros no somos una molestia para la obra; esperamos que nos permitan seguir", señaló. Sin embargo, las autoridades aclararon que estos verduleros también fueron intimados para que abandonen sus puestos. Quienes se trasladaron a la calle Próspero Mena -explicó Carlos Rodríguez, uno de ellos- lo hicieron porque el municipio no les dio ninguna respuesta, y ellos necesitan seguir trabajando en la zona, porque allí están sus clientes. Otros adelantaron que se instalarán en el microcentro como ambulantes.