19 Abril 2006
“Quiero que mañana estén todos”. La frase de Fernando Juri sonó como una orden, y por eso, a pesar de que muchos no estaban de acuerdo, el recinto de la presidencia de la Cámara quedó chico. Su primo, Fernando Juri Debo, tomó el control y confió en que podría controlar a su viejo amigo Alberto Lebbos. Se equivocó. Dos minutos después de que comenzara la reunión, el padre de Paulina les hizo sentir todo el rigor de la palabra. Citó tratados hititas, el Deuteronomio de la Biblia y juramentos hebreos, para decirles mentirosos o traidores. Los oficialistas no salían de su asombro. Se los notaba confundidos. No podían creer que el “compañero” Lebbos los estuviera acusando de ser cómplices del crimen de su hija. Algunos intentaron una reacción, más preocupados por el ataque a su persona que por dar las explicaciones que toda la sociedad se merece. No están acostumbrados a que en su propia casa alguien les grite los errores en la cara. Los opositores desde hace semanas piden que se cite al ministro de Seguridad Ciudadana Mario López Herrera. Ellos fueron ayer los únicos que recogieron el guante y apoyaron a Lebbos. En un gobierno que no tiene miramientos para los que piensan distinto, darles la razón es el peor de los pecados. Lebbos quiere explicaciones, busca apoyo y necesita escuchar autocrítica. Pero encuentra silencios. El caso, ya todos lo saben, marcará un antes y un después en Tucumán. Ayer, en la casa de las Leyes, los parlamentarios sintieron en carne propia el precio de su inacción a lo largo de más de dos años de gestión. Sólo pudieron mostrar proyectos, respecto de los cuales nunca se sabe si se concretarán. Es hora de que hagan honor a su título de representantes del pueblo.