20 Marzo 2006
DE BUENA FACTURA. Maita trabaja en su telar de madera de álamo.(LA GACETA /Franco Vera)
La naturaleza parece haber conspirado contra él. Sin embargo, la imaginación fue su aliada para ganar todas las batallas que le puso en frente la adversidad. Aurelio Eduardo Maita nació con una malformación en los brazos. Quien lo mira por primera vez jamás podría imaginar que sus manos atrofiadas son capaces de manejar el telar tan bien como cualquier otra persona. Y los tapices que teje son el medio que le permite ganarse la vida.
Este hombre de 37 años comenzó a trabajar la lana a los 17. Aprendió mirando a quienes tejían en Santa María, Catamarca, donde vive, según admitió. No trabaja en los grandes telares, sino que utiliza otros más pequeños, a pesar de que LA GACETA pudo comprobar que también maneja con habilidad los más grandes.
"Cuando era chico comencé a fijarme cómo tejían los demás. Después de mucho mirar decidí intentarlo yo mismo. Y con la práctica fui aprendiendo de a poco. No me costó demasiado; sólo es cuestión de darse maña", aseguró Maita.
El proceso de tejido en telar implica cierta complejidad. Porque no sólo se usan las manos, sino también los pies. El instrumento, que es fabricado con madera de álamo (un árbol común en el Valle del Yocavil) tiene dos pedales que mueven otra pieza llamada peine; esta permite que se haga el tejido.
"Cuando uno teje va imaginando el motivo que quiere representar. Y de esa manera se van colocando las lanas de distintos colores. Un tapiz de un metro de largo por un metro de ancho puede demandar alrededor de una semana de trabajo. Pero es una labor que requiere mucho esfuerzo físico, y uno no puede pasarse el día tejiendo porque eso genera muchos dolores en el cuello y en la espalda", explicó Maita.
En Santa María hay tejedores que llegan a vender los tapices que fabrican en el exterior, pero no son la mayoría.
Maita aseguró que es muy difícil colocar los tapices, incluso en el mercado interno. Uno de los mayores inconvenientes son los precios que deben cobrarles a los clientes, que son altos. De todos modos -dijo-, hay tejedores que venden sus productos al exterior por medio de contactos o de particulares extranjeros que se llevan los tejidos a sus países.
Este hombre de 37 años comenzó a trabajar la lana a los 17. Aprendió mirando a quienes tejían en Santa María, Catamarca, donde vive, según admitió. No trabaja en los grandes telares, sino que utiliza otros más pequeños, a pesar de que LA GACETA pudo comprobar que también maneja con habilidad los más grandes.
"Cuando era chico comencé a fijarme cómo tejían los demás. Después de mucho mirar decidí intentarlo yo mismo. Y con la práctica fui aprendiendo de a poco. No me costó demasiado; sólo es cuestión de darse maña", aseguró Maita.
El proceso de tejido en telar implica cierta complejidad. Porque no sólo se usan las manos, sino también los pies. El instrumento, que es fabricado con madera de álamo (un árbol común en el Valle del Yocavil) tiene dos pedales que mueven otra pieza llamada peine; esta permite que se haga el tejido.
"Cuando uno teje va imaginando el motivo que quiere representar. Y de esa manera se van colocando las lanas de distintos colores. Un tapiz de un metro de largo por un metro de ancho puede demandar alrededor de una semana de trabajo. Pero es una labor que requiere mucho esfuerzo físico, y uno no puede pasarse el día tejiendo porque eso genera muchos dolores en el cuello y en la espalda", explicó Maita.
En Santa María hay tejedores que llegan a vender los tapices que fabrican en el exterior, pero no son la mayoría.
Maita aseguró que es muy difícil colocar los tapices, incluso en el mercado interno. Uno de los mayores inconvenientes son los precios que deben cobrarles a los clientes, que son altos. De todos modos -dijo-, hay tejedores que venden sus productos al exterior por medio de contactos o de particulares extranjeros que se llevan los tejidos a sus países.
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