08 Marzo 2006
La destitución de Aníbal Ibarra no solamente es histórica para la Ciudad de Buenos Aires, sino que además marca un antes y un después para el ejercicio del gobierno en sus distintos niveles, nacional, provincial y municipal. Se trata de un antecedente que será siempre tenido en cuenta a la hora de juzgar el desempeño de los gobernantes, sobre todo cuando de por medio exista una tragedia.
De por medio hubo, y habrá también, mucho dolor. Pero la destitución de Ibarra también encierra otra verdad: un gobernante no puede llevar adelante con éxito su gestión si no cuenta con una fuerza política sólida que lo respalde. Y que ese aval se exprese claramente en el Poder Legislativo. Ibarra había llegado al poder porteño de la mano del Frente Grande, en los tiempos en los que la Alianza gobernaba el país. Pero esa construcción política estalló en mil pedazos en 2001 e Ibarra nunca pudo reemplazar sus apoyos por otros duraderos. Se alió entonces con el Gobierno de Néstor Kirchner en 2003, cuando obtuvo la reelección superando a Mauricio Macri en segunda vuelta. Por eso, la destitución de Ibarra también tiene un costo político inocultable para la Casa Rosada.
Sin ganadores
Macri, por su parte, no puede decir que ganó esta batalla: su figura política se desdibujó durante el proceso de juicio a Ibarra, que fue extenso y registró altos niveles de tensión.
Pero como la política tiene sus vueltas, es probable que el año próximo Macri e Ibarra puedan enfrentarse en las urnas porteñas. En medio de esta situación inédita, el peronista Jorge Telerman quedó ahora a cargo de un gobierno que tiene que gestionar hasta mediados de 2007 con escaso apoyo político, por lo cual deberá abrirse a otros sectores para mantenerse en pie.
Telerman entendió durante el proceso que no debía reemplazar a Ibarra y postergó decisiones durante su gestión. Hace una semana que no firma ninguna resolución. Ahora deberá tomar las riendas, y lo primero que encontrará en su escritorio hoy será la renuncia de todos los miembros del Gabinete. De las decisiones que tome en los próximos días dependerá la suerte de una gestión que aparece muy complicada, de cara a un futuro incierto. (NA)
De por medio hubo, y habrá también, mucho dolor. Pero la destitución de Ibarra también encierra otra verdad: un gobernante no puede llevar adelante con éxito su gestión si no cuenta con una fuerza política sólida que lo respalde. Y que ese aval se exprese claramente en el Poder Legislativo. Ibarra había llegado al poder porteño de la mano del Frente Grande, en los tiempos en los que la Alianza gobernaba el país. Pero esa construcción política estalló en mil pedazos en 2001 e Ibarra nunca pudo reemplazar sus apoyos por otros duraderos. Se alió entonces con el Gobierno de Néstor Kirchner en 2003, cuando obtuvo la reelección superando a Mauricio Macri en segunda vuelta. Por eso, la destitución de Ibarra también tiene un costo político inocultable para la Casa Rosada.
Sin ganadores
Macri, por su parte, no puede decir que ganó esta batalla: su figura política se desdibujó durante el proceso de juicio a Ibarra, que fue extenso y registró altos niveles de tensión.
Pero como la política tiene sus vueltas, es probable que el año próximo Macri e Ibarra puedan enfrentarse en las urnas porteñas. En medio de esta situación inédita, el peronista Jorge Telerman quedó ahora a cargo de un gobierno que tiene que gestionar hasta mediados de 2007 con escaso apoyo político, por lo cual deberá abrirse a otros sectores para mantenerse en pie.
Telerman entendió durante el proceso que no debía reemplazar a Ibarra y postergó decisiones durante su gestión. Hace una semana que no firma ninguna resolución. Ahora deberá tomar las riendas, y lo primero que encontrará en su escritorio hoy será la renuncia de todos los miembros del Gabinete. De las decisiones que tome en los próximos días dependerá la suerte de una gestión que aparece muy complicada, de cara a un futuro incierto. (NA)
Lo más popular