16 Octubre 2005
"¿Listos?", pregunta el director de la obra a sus actores antes de que se levante el telón. "No, todavía falta algo", señala uno de los protagonistas.
Entonces, el asistente de dirección repite la rutina de todos los estrenos: controla que nadie vista prendas color amarillo, que no haya claveles en la sala y recomienda una vez más que nadie silbe durante la obra.
Después, corre a la boletería y prende un sahumerio de color violeta.
Este ritual, arraigado en los actores de todo el país, suele repetirse casi idénticamente en todos los teatros tucumanos. Sucede que el mundo del espectáculo tiene sus propias reglas para atraer la buena fortuna en cada función.
Algunas tienen su origen en un hecho concreto y otros son simples caprichos que, a lo largo de la historia del teatro, fueron imponiéndose casi como una leyenda urbana. Y por eso, cualquiera que participe en el estreno o en la puesta de cualquier obra, deberá cumplir a rajatabla estas cábalas, bajo pena de "exilio artístico".
Una de las prácticas más arraigadas es la de no vestir ninguna prenda de color amarillo.
Aunque, en realidad, esta creencia no se trata de un capricho: tiene que ver con el famoso actor, dramaturgo y director del siglo XVII, Molière, cuya última obra se llamó "El enfermo imaginario". El autor se reservó para sí mismo el papel principal, ya que de hecho estaba enfermo: lo aquejaba una avanzada tuberculosis.
En la cuarta representación de la obra, el 17 de febrero de 1673, Molière sufrió un terrible ataque de tos. Tan fuerte tosió que se le rompió una vena y su traje amarillo se manchó de sangre. Perdió el conocimiento sobre el escenario y murió unas horas después. Aquel infausto episodio cambió la historia del teatro, y no sólo por la pérdida del comediante: a partir de ese momento, vestirse de amarillo en escena pasó a ser sinónimo de mala suerte.
Nada de víboras ni flores
Otras cábalas muy respetadas tienen que ver con los saludos. Por ejemplo: desear suerte paradójicamente trae mala suerte, según afirman los artistas. En vez de eso se debe recurrir al conocido "merde", cuestión que también tiene su explicación racional.
Esta costumbre fue forjada en épocas en las que el caballo era el medio de locomoción por excelencia. Entonces, tener mucho excremento en la puerta del teatro era sinónimo de que la sala estaba colmada con los propietarios de esos animales.
"Esta historia es cierta y la escuché durante un viaje que hice por España", señaló el actor Carlos Kanán. Y agregó: "Yo no tengo ninguna cábala, pero por si acaso, respeto a las clásicas. Por eso nunca dejo que nadie me desee suerte antes del estreno".
Mencionar la palabra "víbora", también es un signo de mala suerte. Y aún más. Si un actor o un técnico la pronuncia, puede ganarse la antipatía de todo el elenco. "Es una regla de oro. Nunca hay que mencionar a ese desdichado reptil", señaló una vez el legendario Osvaldo Miranda. Por eso la llaman "ese reptil" o "bicho".
El mismo destino de la víbora tienen los claveles. No importa cuán admirador de una actriz sea alguien: jamás hay que regalarle claveles. La superstición que le atribuye mala fortuna a esas fragantes y coloridas flores viene del siglo XIX, cuando los teatros contrataban en forma directa a los actores por toda la temporada.
Si el director de la sala quería decirle a la actriz que su contrato sería renovado, le enviaba rosas. En cambio, si eran claveles lo que mandaba, significaba que la artista pasaba a formar parte de la larga lista de desempleados.
Entonces, el asistente de dirección repite la rutina de todos los estrenos: controla que nadie vista prendas color amarillo, que no haya claveles en la sala y recomienda una vez más que nadie silbe durante la obra.
Después, corre a la boletería y prende un sahumerio de color violeta.
Este ritual, arraigado en los actores de todo el país, suele repetirse casi idénticamente en todos los teatros tucumanos. Sucede que el mundo del espectáculo tiene sus propias reglas para atraer la buena fortuna en cada función.
Algunas tienen su origen en un hecho concreto y otros son simples caprichos que, a lo largo de la historia del teatro, fueron imponiéndose casi como una leyenda urbana. Y por eso, cualquiera que participe en el estreno o en la puesta de cualquier obra, deberá cumplir a rajatabla estas cábalas, bajo pena de "exilio artístico".
Una de las prácticas más arraigadas es la de no vestir ninguna prenda de color amarillo.
Aunque, en realidad, esta creencia no se trata de un capricho: tiene que ver con el famoso actor, dramaturgo y director del siglo XVII, Molière, cuya última obra se llamó "El enfermo imaginario". El autor se reservó para sí mismo el papel principal, ya que de hecho estaba enfermo: lo aquejaba una avanzada tuberculosis.
En la cuarta representación de la obra, el 17 de febrero de 1673, Molière sufrió un terrible ataque de tos. Tan fuerte tosió que se le rompió una vena y su traje amarillo se manchó de sangre. Perdió el conocimiento sobre el escenario y murió unas horas después. Aquel infausto episodio cambió la historia del teatro, y no sólo por la pérdida del comediante: a partir de ese momento, vestirse de amarillo en escena pasó a ser sinónimo de mala suerte.
Nada de víboras ni flores
Otras cábalas muy respetadas tienen que ver con los saludos. Por ejemplo: desear suerte paradójicamente trae mala suerte, según afirman los artistas. En vez de eso se debe recurrir al conocido "merde", cuestión que también tiene su explicación racional.
Esta costumbre fue forjada en épocas en las que el caballo era el medio de locomoción por excelencia. Entonces, tener mucho excremento en la puerta del teatro era sinónimo de que la sala estaba colmada con los propietarios de esos animales.
"Esta historia es cierta y la escuché durante un viaje que hice por España", señaló el actor Carlos Kanán. Y agregó: "Yo no tengo ninguna cábala, pero por si acaso, respeto a las clásicas. Por eso nunca dejo que nadie me desee suerte antes del estreno".
Mencionar la palabra "víbora", también es un signo de mala suerte. Y aún más. Si un actor o un técnico la pronuncia, puede ganarse la antipatía de todo el elenco. "Es una regla de oro. Nunca hay que mencionar a ese desdichado reptil", señaló una vez el legendario Osvaldo Miranda. Por eso la llaman "ese reptil" o "bicho".
El mismo destino de la víbora tienen los claveles. No importa cuán admirador de una actriz sea alguien: jamás hay que regalarle claveles. La superstición que le atribuye mala fortuna a esas fragantes y coloridas flores viene del siglo XIX, cuando los teatros contrataban en forma directa a los actores por toda la temporada.
Si el director de la sala quería decirle a la actriz que su contrato sería renovado, le enviaba rosas. En cambio, si eran claveles lo que mandaba, significaba que la artista pasaba a formar parte de la larga lista de desempleados.