
Carlos Duguech
Columnista invitado
Dentro de 10 días se cumplirán 80 años del inicio de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Organización Internacional, en San Francisco (EEUU). Cincuenta naciones representadas por sus delegados, durante dos meses de reuniones, elaboraron la Carta de las Naciones Unidas. El día 25 de junio, al término de la Conferencia, se suscribió por unanimidad de los delegados la Carta, además del Estatuto para la Corte Internacional de Justicia. Cuando se cumplían las ratificaciones por parte de los cinco miembros del Consejo de Seguridad, EEUU, URSS, Reino Unido, Francia y China y la mayoría (simple) de los países que participaron en la Conferencia de San Francisco, conforme se había establecido, el 23 de octubre de 1945 se mostraba por fin al mundo la organización internacional por excelencia: ONU.
Algunas incongruencias
“Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas, resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la humanidad sufrimientos indecibles”. Párrafo con el que arranca lo que sería el preámbulo de la Carta de la ONU. Es dable observar que en su redacción consagrada el 23 de octubre de 1945 (ya se había rendido Alemania, en los primeros días de mayo) se habla de las dos guerras mundiales (la de 1914/1918 y la de 1939/1945) como hechos “ya sucedidos” expresándolo como “dos veces durante nuestra vida”. Claro que todavía faltaba el otro frente, el asiático, con Japón que se rendiría el 15 de septiembre de ese año. Sorprende, y mucho, que hasta el día 23 de octubre de 1945 -cuando hasta entonces la ONU era sólo proyecto a consagrar con las condiciones previstas desde la conferencia de San Francisco- y habiendo sucedido la más extraordinaria de las acciones bélicas con los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki- nada se incorporara a la Carta luego de las infaustas fechas del 6 y 9 de agosto de 1945. Se conformaba la ONU en una Carta suscripta en junio de 1945, mencionando la Segunda Guerra Mundial (IIGM) como ya sucedida, aunque faltaba Japón. Y se aprobaba 45 días después de que el mundo conocía un arma tan extraordinariamente destructiva como la “bomba atómica”, sin siquiera mencionarlo. Como si no fuera real. Tal vez en un intento inocente, primario, por “no nombrar al mal para que no se sienta convocado”. Lo presintieron, aun con elementales informaciones de los bombardeos atómicos (eran la prueba de campo de los artefactos ya probados en el laboratorio de Los Álamos (EEUU) el 16 de julio , semanas antes que en Japón).
Si la Carta de la ONU, desde sus inicios, hubiera centrado su mirada en esos hechos extraordinarios de destrucción y muerte y los hubiera incorporado antes de su proclamación, la historia sucedida en estos 80 años del arma nuclear sería muy diferente. Sorprende que semejante acontecimiento, final de la IIGM, “inicio de la era atómica”, no fuera incorporado in fine. Una oportunidad única, soslayada. No hacerlo era no atarle manos a EEUU, “victorioso” en el empleo concreto de un arma de poder descomunal “para ganar todas las guerras”. O para que nadie osara iniciarlas en su contra, por ejemplo. Bueno es saber que sólo cuatro años después (agosto de 1949) la URSS detonó su primera bomba atómica. De ahí en más se desarrolló la carrera nuclear, la que hoy consagra a nueve países.
¿Inoperancia de la ONU?
Sólo mencionar a Rusia invadiendo efectivamente el territorio soberano de la Ucrania independizada desde 1991 y luego de indisimulables aprestos bélicos linderos con la frontera entre ambos países para señalar que la ONU estaba tan lejos como le permitía, nada menos, que la propia Rusia. ¿Quién? ¿Ese miembro permanente de su Consejo de Seguridad (CS) del que forma parte desde la hora cero y cuando era la omnipresente URSS su antecesora y miembro fundador? Sí, ejerciendo el exclusivo poder de veto. El mismo que tienen los otros cuatro miembros permanentes. Desde hace 80 años. Así fuese que un asunto sometido a su consideración y tratamiento resulte con 14 votos a favor (de los 10 miembros no permanentes y de cuatro permanentes) con que sólo uno de los cinco privilegiados interponga el veto, la resolución ampliamente mayoritaria cae. El absolutismo irracional que desde hace ocho decenios luce como una mancha intacta en la ONU.
La Asamblea General y con los votos de las dos terceras partes de sus miembros presentes dicta resoluciones en asuntos que considera de importancia, aunque no tienen carácter vinculante.
Desde su fundación, la ONU, como entidad internacional, procuraba ser la voz y el ámbito del accionar y conexión entre sus miembros, donde priva el sentido democrático de un voto por cada país, cualquiera fuese, o EEUU, o la URSS, o Haití, o cualquier otro.
En el CS la ONU es otra cosa. Es un enclave férreo de cinco países poderosos que se otorgaron el “privilegio” en virtud del TNP (Tratado de No Proliferación Nuclear) de ser los únicos cinco países del mundo, que “pueden poseer” arsenales nucleares. Aunque hay cuatro más, rebeldes al TNP, que los tienen: Corea del Norte, Pakistán, Israel e India.
¿Cómo?, nos preguntamos. ¿Cómo EEUU pudo invadir Irak (2003), Rusia, Crimea (2014) e Israel, territorios no israelíes (palestinos en Cisjordania ocupada y Gaza)? Se explica como la suma de 2+2: porque los invasores en dos casos (EEUU y Rusia) son miembros del CS con voto y veto. Y porque Israel es el miembro pleno de ONU (desde su segunda petición, en 1949. Pero no se obliga). El día 14 de mayo de 1948 proclamó su nacimiento como nación, en Tel Aviv, en una muy emotiva ceremonia, al punto que en su Declaración de Independencia menciona siete veces a Naciones Unidas. En un párrafo expresa: “Este reconocimiento por parte de las Naciones Unidas sobre el derecho del pueblo judío a establecer su propio estado es irrevocable” (se refiere a la Res.181, “Partición de Palestina”). Sin embargo el estado de Israel es uno de los que más incumple casi todas las resoluciones de la ONU, a lo largo de sus 76 años de miembro.
ONU: reformas
En el aniversario 80 -y teniendo presente la casi inocua consecuencia de su intervención en los conflictos bélicos- será necesario, para la vigencia plena de su Carta y los propósitos que la consagraron, que se opere una necesaria y profunda reforma.
-Que los votos del CS para contribuir a una resolución válida y necesaria lo sean de tal manera que si uno de los miembros está involucrado (permanente o no) no tenga voto (ni veto, claro). Y que toda resolución para ser operativa y vinculante lo sea con la mayoría integrada por 3 de los 5 permanentes y 6 de los 10 no permanentes. Los 2/3 de cada sector.
Aranceles: otra munición
La diseñó en campaña y la produjo desde el primer día al asumir en la Casa Blanca. Trump mutó de arsenales. No está mal que deje algo de los tradicionales de muerte y destrucción. Pero con su desaforada vocación de liderazgo mundial con aranceles, escupe metralla.
Se mide con Putin. Margina a la UE. Se erige en un Napoleón universal. Arremete con todos los mercados. Mala cosa, mala, este juego de procurar paz mientras sigue armando a Israel y humilla, a su modo, al ucraniano Zelenski Y amenaza a Irán.
Paraguas nuclear: el mejor
La ONU deberá centrar sus esfuerzos en que se apruebe por todos los países nucleares el TPAN (Tratado de Prohibición de las Armas Nucleares) de 2021.