Ikuji: cómo es la crianza japonesa

Ikuji: cómo es la crianza japonesa

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Ikuji: cómo es la crianza japonesa

Para comprender a fondo el éxito del sistema educativo japonés, hay que analizar más allá de las escuelas. No basta con mirar las aulas, hay que mirar las casas. En este país, la formación en valores comienza desde la cuna, y la escuela solo refuerza un trabajo que viene en el hogar.

La filosofía de crianza está profundamente arraigada en la cultura: el Ikuji. Esta palabra se traduce literalmente como “crianza de los hijos”, pero detrás encierra un enfoque integral donde el respeto, la paciencia, la observación y la autonomía son los pilares centrales.

A diferencia de modelos más centrados en el control o, por el contrario, en la libertad plena, el Ikuji se basa en la idea de que los niños aprenden más por lo que ven que por lo que se les dice. Por eso, los padres japoneses cuidan sus reacciones y gestos: evitan gritar, no castigan con violencia ni amenazas, y suelen hablar en voz baja incluso cuando están poniendo límites.

Ikuji: cómo es la crianza japonesa

En este método el error no es castigado, se lo toma como una oportunidad de aprendizaje. Tampoco hay premios por cumplir con lo esperado, porque se parte de la base de que ayudar no es algo extraordinario, sino parte de vivir en sociedad.

En el Ikuji se enseñan normas claras, pero sin autoritarismo. Es fundamental que los niños desde muy pequeños, se hagan responsables de sus actos. Si cometen un error, deben arreglarlo.

Por otro lado, se les da espacio para tomar decisiones y explorar. Esta confianza temprana en sus capacidades fomenta la autonomía. En Japón, no es raro ver a niños de seis o siete años yendo solos a la escuela, viajando en subte o haciendo pequeñas compras. Por supuesto que la base para que esta práctica sea posible es la seguridad, otra estadística que no tiene buenos resultados en nuestro país.

Además, la autorregulación emocional también se trabaja desde la infancia. Enseñan a los niños a identificar lo que sienten y a expresarlo sin violencia, con herramientas que les permiten gestionar frustraciones sin depender de un adulto que “resuelva por ellos”.

Por otra parte, como en toda crianza, los roles familiares son fundamentales. En este caso, consideran que el de la madre es esencial durante los primeros años de vida. Es común que ellas se dediquen casi exclusivamente al cuidado de sus hijos hasta que alcanzan los tres años. No es común delegar esta responsabilidad en abuelos o niñeras.

Este enfoque busca fortalecer el vínculo afectivo y generar una base emocional sólida para el desarrollo a futuro. Después de todo, el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, consideraba que la personalidad de una persona se desarrolla en la primera infancia y que las experiencias de esta etapa influyen en el comportamiento de los adultos.

De todas formas, en el caso de los abuelos, quienes no asumen el cuidado principal, sí desempeñan un papel clave: la transmisión de valores. Con ellos, los niños aprenden a respetar y valorar a sus mayores, los cuales en Japón se consideran sabios y casi sagrados por su conocimiento.

Algunos hábitos cotidianos que implementan en las casas:

- Compartir la mesa es mucho más que comer juntos. La comida en familia es un momento de agradecimiento y buenos modales. Se enseña a valorar lo que se tiene y a respetar los tiempos del otro.

- Criar no es darlo todo, sino enseñar a valorar. Según su filosofía, evitar caer en los excesos y no ofrecer todas las comodidades ayuda a que los chicos aprecien más lo que tienen y desarrollen mayor resiliencia.

- En lugar de intervenir ante cada tropiezo, se les da espacio para equivocarse. Para ellos, el error no debe transmitirse como un fracaso, sino parte del proceso de crecer.

- No vivir por ellos, sino guiarlos desde el costado. En Japón se cree que resolverles todo no los fortalece, al contrario, enfrentarse a los desafíos les permite desarrollar herramientas propias para la vida.

- Fomentar la colaboración cotidiana desde pequeños. Se espera que los niños ayuden en la casa o cumplan con tareas específicas.

- El tiempo compartido, las conversaciones sin apuro y los momentos simples tienen más valor que cualquier juguete nuevo. Criar es estar, escuchar y acompañar con atención.

El resultado de este tipo de crianza marca una diferencia al llegar a la escuela: los niños ya saben respetar turnos, colaborar, cuidar lo común y controlar sus impulsos. Para el docente, esto significa trabajar en un entorno con mayor armonía, donde no es necesario imponer disciplina de forma constante. Y por supuesto que, la base emocional estable reduce los niveles de violencia escolar y mejora la convivencia de los chicos.

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