Terminemos de una vez con la ciencia y, sobre todo, con los científicos

Terminemos de una vez con la ciencia y, sobre todo, con los científicos

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Terminemos de una vez con la ciencia y, sobre todo, con los científicos

Pasó el Día del Investigador Científico, el jueves pasado. Solía ser una fecha de celebración, pero en estos tiempos casi no hay motivos para hacerlo. Qué triste. Y qué preocupante.

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Podría afirmarse que todo empezó con Bernardo Houssay, primer latinoamericano ganador del Premio Nobel de Medicina y mentor del sistema científico nacional. La arquitectura del Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) se debe en muy buena medida a la sabia conducción que ejerció Houssay desde su presidencia. Lo hizo desde la fundación del Conicet en el verano de 1958 -plena dictadura de Pedro Eugenio Aramburu- hasta su muerte, en 1971. Pero podría decirse también que todo había comenzado antes, en 1951, cuando se creó durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón el Conityc (Consejo Nacional de Investigaciones Técnicas y Científicas), organismo al que la motosierra de la Revolución Libertadora desmanteló en 1955. De uno u otro modo, había una convicción: que la Argentina contara con un desarrollo científico propio, soberano y de extrema calidad. Ese consenso ya había entrado en discusión en los ‘90, cuando Domingo Cavallo mandó a los científicos a lavar los platos, y hoy está directamente cuestionado, sin eufemismos, por la fuerza de los hechos. Se llama desfinanciamiento.

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Es una lástima que la abrumadora mayoría de los tucumanos desconozca el volumen y la riqueza de la ciencia que se hace en la provincia. Seguramente serviría para erradicar muchos prejuicios o lugares comunes del discurso. La Universidad Nacional de Tucumán (UNT) sigue siendo la principal usina generadora de conocimientos del norte a través de sus cátedras y de sus institutos de investigación, que son más de 90, varios de ellos de doble dependencia con las unidades ejecutoras del Conicet. En ese ecosistema se forman recursos humanos de altísimo nivel, en varios casos trabajando con equipamiento de última generación. Si conociera al menos una parte de todo esto -con un par de laboratorios bastaría- más de un crítico se silenciaría para siempre. Todo esto corre un serio riesgo.

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Días pasados LA GACETA visitó las instalaciones del CIME (Centro Integral de Microscopía Electrónica), que funciona en la Finca Manantial Sur de la UNT. Cuenta con dos microscopios -uno de transmisión, otro de barrido- importados de Alemania e instalados respetando todos los estándares internacionales de infraestructura. Nada de esto le salió barato al Estado. Las autoridades del laboratorio contaron, con mucho de resignación, que el desfinanciamiento a la ciencia se llevó puesta la compra de nuevos equipos. Era una inversión de 2 millones de dólares, ya acordada, que taló la motosierra. El caso viene a modo de ejemplo: por ahora la consigna en los institutos de investigación es sobrevivir con lo que hay y rezar para que no se rompa nada.

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Le explicaron a LA GACETA los responsables del LISA (Laboratorio de Integración y Servicios Analíticos, ubicado en la Facultad de Bioquímica) que el equipo de resonancia magnética nuclear con el que trabajan debe permanecer encendido sí o sí. Si se apagara, volver a encenderlo resultaría tan costoso como comprar uno nuevo (y valen entre 700.000 y 900.000 dólares). Esto implica una vigilancia permanente y su óptimo mantenimiento, que no sale gratis. Pues bien, uno similar que tienen en la Universidad de Buenos Aires (UBA) efectivamente se apagó. Y aún así, en esas condiciones, se sigue haciendo ciencia de la buena.

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Para que el desfinanciamiento encuentre un sostén en la opinión pública son imprescindibles las campañas de desprestigio. Campañas que funcionan como un reloj, consistentes por lo general en lanzar títulos de investigaciones de forma aislada y sacada de contexto. Lo del “ano de Batman” es un caso testigo: a nadie le interesó saber de qué se trata el trabajo del cientista social Facundo Saxe (que ni siquiera estuvo financiado por el Conicet). “Yo soy un docente universitario que da clases y que investiga temas que tiene que ver con ciencias humanas, sociales y estudios de género y no estoy preparado para todo esto”, sostuvo Saxe en una de las pocas entrevistas que concedió. El “todo esto” al que aludió es el acoso -incluyendo amenazas de muerte- que no deja de padecer. La vicepresidenta Victoria Villarruel se agarró de este tema para demoler a la ciencia argentina en su conjunto. Hay mucho más, sistemáticamente emanado desde las entrañas del poder y replicado por el ejército de trolls que habitan las redes sociales.

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Desde su atril, el vocero presidencial Manuel Adorni hizo el ridículo al mofarse de una investigación realizada por el CIEH (Centro de Investigaciones en Ecología Histórica, con sede en Horco Molle). Haciendo gala de una contundente exhibición de ignorancia y mala fe, Adorni cuestionó el trabajo por su título (“Hacia la deconstrucción de palimpsestos en el sector oriental del Valle de Santa María”). La palabra palimpsesto le hizo ruido a Adorni y la encontró ideal para justificar su tesis: en esa clase de pavadas están gastando la plata de los argentinos. Carolina Somonte y Carlos Baied, doctores en Arqueología y responsables del CIEH, le respondieron a Adorni en LA GACETA con altura, sin ánimos de polemizar y con evidente desazón. Su proyecto explora 13.000 años de actividad humana en Tucumán -en la zona de los Valles- y su impacto es identitario, educativo, histórico y turístico. Y de paso se pusieron en la tarea de explicar qué es un palimpsesto:

“Un manuscrito en el que se detectan rastros de una escritura previa, borrados para permitir su reutilización. Hay muchos palimpsestos famosos, en los que se descubrieron textos de la antigüedad clásica. El concepto se emplea en distintas ciencias, como la arqueología, la geología y la arquitectura”.

A todo esto Adorni pudo haberlo descubierto googleando.

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Claro que hay otras maneras de desprestigiar. Las operaciones comunicacionales dan muchos réditos en ese sentido. Por estos días es noticia el caso de una mujer enjuiciada por asesinar a un amigo durante un juego sexual. La particularidad es que, invariablemente, se presenta el tema como “la científica del Conicet acusada de matar”. Pueden faltar datos o precisiones sobre el episodio en sí, pero en lo que se hace hincapié es en la condición de científica de ella. Y su pertenencia al Conicet. ¿Qué tiene que ver con el crimen? Nada. Pero el goteo informativo no deja de penetrar, incesante, asociando a la ciencia y el Conicet con el comportamiento delictivo.

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“La ciencia no es ciencia hasta que se comunica. Nosotras la contamos en los artículos científicos, en los congresos, en las clases; pero también tenemos que contarla a la comunidad, y mucho más si estamos en alguna institución del Estado, como el Conicet o una universidad pública. Se trata de una devolución obligatoria esto de contar y rendir cuentas, no podemos escaparnos. No es una buena excusa ‘no tengo tiempo’ o ‘no sé hacerlo’ o ‘no me interesa’. Hay que cambiar esa mentalidad, porque una parte pequeña -pero una parte al fin- de lo que está pasando ahora con la ciencia tiene que ver con no contar. Cuando no tenés esa respuesta del científico pregnan con más facilidad otros discursos”. (Diego Golombek, entrevistado el año pasado durante una visita a Tucumán)

De esta cuota de responsabilidad numerosos científicos no se hacen cargo. “Te paso el paper”, dicen algunos; otros pecan de soberbios (“¿para qué vamos a entrevistarnos si después la gente no entiende?”, le dijo un investigador a LA GACETA); otros directamente piden que no los molesten porque están muy ocupados. Lo que están haciendo en estos casos es darles la razón a quienes los critican.

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Al debate central suele llevárselo la hojarasca. Es una pena, porque lo que se discute es un modelo de país. ¿Queremos contar con desarrollo científico o nos conformamos con traer todo empaquetado del exterior? Esto parecía zanjado hace más de 70 años, pero claramente no es así. El desfinanciamiento es un camino que inevitablemente conduce a la extinción del sistema científico, más tarde o más temprano. Los proyectos se frenan, los insumos no llegan, los equipos se deterioran, las becas languidecen, los salarios caen en picada y la gente termina yéndose. En el exterior los reciben con alfombra roja, porque -quedó dicho- se trata de recursos humanos de excelencia. Mientras tanto se distrae con otras discusiones, que son pertinentes pero de segunda instancia (las áreas y los temas a privilegiar a la hora de investigar) en la medida en que el Estado no cumpla con su obligación primaria: financiar. En todo caso, sería más honesto bajar la cortina de una vez y atenernos -todos- a las consecuencias.

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Houssay nació el 10 de abril de 1887. Es por ese aniversario que se instituyó el Día del Investigador Científico. Por las dudas, para quienes todo lo ideologizan, valga el dato de que Houssay, a fin de cuentas el padre del sistema científico nacional, era un acérrimo y convencido antiperonista.

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