

“Estamos todo de 10 para el partido”. La frase, lanzada con naturalidad y optimismo por Ulises Vera al ingresar al aeropuerto Benjamín Matienzo, reflejaba más que un simple estado de ánimo. En sus palabras se notaba la confianza y la ilusión de San Martín, que se preparaba para emprender el viaje hacia Mar del Plata, donde este sábado a las 15.30 se enfrentará a Alvarado en una nueva fecha de la Primera Nacional. Pero también, sin proponérselo, Ulises mencionó un número que en Argentina remite inevitablemente a una figura icónica: el “10”. Y en ese contexto, la casualidad quiso que apareciera en escena otro amante del fútbol y de Diego Maradona: Andrés Calamaro.
El reconocido músico, que había tocado la noche anterior en el Palacio de los Deportes, llegó al aeropuerto a las 12.50, apenas unos minutos antes de que comenzara el embarque del plantel “santo”. Su presencia sorprendió a todos: pasajeros, empleados del aeropuerto, e incluso al cuerpo técnico. “El Salmón”, con su estilo inconfundible, pasó como una ráfaga por el hall. No hubo tiempo para fotos ni saludos; se dirigió rápidamente a otro sector del edificio. Algunos intentaron seguirlo con la mirada, incrédulos de haberlo cruzado tan de cerca, pero enseguida retomaron su rutina. Cada uno tenía su propio destino: Calamaro debía volver a Capital Federal para continuar con los preparativos de sus próximos conciertos, y San Martín tenía una misión más terrenal, pero igual de intensa: sumar de a tres en “La Feliz”.

El itinerario del “Santo” incluía una escala en Aeroparque y luego un traslado en colectivo hasta Mar del Plata. Nada fuera de lo común para un equipo acostumbrado a las travesías. Sin embargo, cada viaje tiene su historia, sus momentos y sus personajes. Y este, claramente, no fue la excepción.
Cerca del mediodía, el colectivo que transportaba a la delegación “rojiblanco” llegó al aeropuerto. El primero en bajar fue Ariel Martos. El entrenador, con una amplia sonrisa, se dirigió directamente a la zona de confitería, acompañado por sus colaboradores. La buena energía del técnico contrastaba con los rostros más serios de algunos jugadores, quienes mostraban esa concentración silenciosa que suele preceder a los partidos importantes.
Las mochilas, los termos y los kits materos comenzaron a poblar las mesas del bar del aeropuerto. El almuerzo fue simple pero sustancioso: una vianda que incluía un lomito con papas al horno, repartida entre risas y charlas distendidas. En una de las mesas se acomodaron Gustavo Abregú, Nicolás Carrizo, Agustín Prokop, Guillermo y Gonzalo Rodríguez, Ulises Vera, Alan Cisnero y Mauro Verón. En otra, Juan Cuevas, Darío Sand, Nahuel Cainelli, Hernán Zuliani, Matías García y Gabriel Hachen repasaban sus teléfonos o conversaban entre sí.
Buenos deseos
Un poco más alejados, cerca de las puertas de ingreso, Juan Cruz Esquivel, Federico Murillo y Martín Pino pasaban el tiempo mirando las pantallas de sus celulares. Parecían completamente abstraídos del entorno, hasta que dos mujeres se acercaron para descansar en una mesa vecina. La curiosidad no tardó en surgir.
¿Son jugadores? ¿A dónde viajan? preguntó una de ellas con amabilidad. Pino se quitó los auriculares y, con gesto cordial, respondió. Agradeció los buenos augurios con una sonrisa, y la charla quedó ahí, breve pero cálida.
Minutos después, Hernán De Camilo fue sorprendido por un empleado del aeropuerto -un señalero o “marshall”, como se los denomina técnicamente- que lo abordó con una pregunta futbolera. Se trataba de un fanático, con chaleco fluorescente y todo, que no quiso revelar su identidad pero no se privó de pedirle una foto al “Turbo” Rodríguez. El jugador accedió sin problemas, fiel a su estilo cercano y distendido.
El clásico rival
El aeropuerto parecía teñido completamente de rojo y blanco. Pero poco después, otra delegación apareció en escena: la de Atlético Tucumán. El plantel dirigido por Lucas Pusineri también emprendía viaje hacia Buenos Aires, donde visitará a San Lorenzo. El cruce entre los dos equipos tucumanos fue breve. Unos pocos saludos, algún cruce de miradas, y cada grupo siguió con lo suyo. Respeto mutuo, pero sin demasiadas palabras.
“Me voy a poner la campera porque dicen que allá corre brisa”, bromeó en voz alta Gonzalo Rodríguez, quien vivía el viaje con entusiasmo. Su comentario provocó algunas risas, un respiro más en medio de la tensión previa a un partido clave.
Un imprevisto en Aeroparque
El vuelo transcurrió sin inconvenientes. Pero al aterrizar en Aeroparque, a las 15.20, una voz se escuchó por los altoparlantes de la cabina:
“Señores pasajeros, nos cambiaron de pista y todavía no hay escalera para desembarcar. Les pedimos disculpas. En cinco o diez minutos se resolverá la situación”. La demora fue breve, aunque generó cierta inquietud entre los pasajeros. Afortunadamente, no pasó a mayores. El plantel de San Martín bajó del avión, abordó el colectivo dispuesto para el traslado y emprendió el tramo final hacia Mar del Plata. En el horizonte, un nuevo desafío, otro capítulo de esta larga temporada.
El equipo de Ariel Martos sabe que no será fácil. Ningún partido en esta categoría lo es. Pero el grupo viajó con la convicción de que se puede. Con la mente puesta en el objetivo y un entorno cargado de señales, desde la frase de Vera hasta el fugaz cruce con Calamaro.