Hace unos cuantos años atrás, junto a mi esposa y nuestros hijos, visitamos el Pozo de Vargas, en el que pudimos ver el gigantesco trabajo realizado por el Equipo del Camit (Colectivo de Arqueología, Memoria e Identidad de Tucumán), que -hasta la fecha- determinó los restos de casi 150 personas secuestradas, torturadas, asesinadas y desaparecidas, de las cuales más de 120 ya fueron identificadas gracias a la ciencia y, sus restos (o lo que quedaba de ellos), restituidos a sus familiares, que transitaron casi cinco décadas de ausencias, silencio y no justicia, lo que no fue motivo para que dejaran de persistir en sus legítimos y humanos reclamos. La idea era que esta nueva generación supiera lo que puede llegar a hacer y destruir un Estado Terrorista que hace del terrorismo de Estado una política de Estado. Y esta redundancia en la palabra “Estado”, no responde a una limitación en mi vocabulario, ni mucho menos, sino a un modo de poner énfasis en lo que realmente quería transmitir y enseñar a nuestros tres hijos: que hubo ausencia de Estado de Derecho, tanto en un gobierno democrático como en otro dictatorial militar. En ambos casos, en lugar de dar lugar a que la Justicia actuara, optaron por la noche y la muerte, por la ilegalidad. En el caso del Gobierno militar -que asumió luego del Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, con los pocos grupos armados subversivos que había ya arrasados- la criminalidad del terrorismo de Estado se multiplicó para criminalizar la militancia política, estudiantil, social y barrial, sea ésta la de laburantes, estudiantes, religiosos y religiosas, amas de casa, etcétera. Había que destruir la conciencia colectiva e imponer el sálvese quien pueda, para abrir las puertas al primer ciclo de neoliberalismo del consenso de Washington en la Argentina. Esa tarde, con mi mochila de emociones rebalsada, al ver las de nuestros hijos tan llenas de preguntas y de conciencia, escribí lo siguiente: “La memoria colectiva es la que nos salva de los individuos desmemoriados; de los que pretenden una Justicia manipulada y la imposición de una verdad tergiversada. Que el tiempo no nos borre la Memoria; que el cansancio no nos deje sin Justicia y que las nuevas generaciones conserven la Verdad como nuestro mayor tesoro”.
Javier Ernesto Guardia Bosñak
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