La tos ferina, conocida como tos convulsa, es una enfermedad respiratoria altamente contagiosa causada por la bacteria Bordetella pertussis. Afecta principalmente a bebés, niños pequeños y personas no vacunadas o que perdieron la inmunidad, pudiendo generar complicaciones graves.
En sus primeras etapas, los síntomas pueden confundirse con un resfriado común, presentando congestión nasal, fiebre baja y tos leve. A medida que avanza, la enfermedad provoca episodios de tos intensa y prolongada, a menudo seguidos de un sonido agudo al inhalar (estridor), vómitos producidos por los accesos de tos y dificultad para respirar. En bebés, los episodios pueden ser especialmente graves, causando ahogos y coloración azulada de la piel debido a la falta de oxígeno.
“La población más vulnerable son los bebés menores de seis meses, que aún no han completado su esquema de vacunación, las mujeres embarazadas sin vacunación reciente, los adultos mayores y las personas con enfermedades respiratorias”, explica la doctora Valeria El Haj.
Según la Organización Panamericana de la Salud, el aumento reportado de casos se deba a una disminución significativa en la cobertura de la vacunación contra la difteria, el tétanos y la tos ferina (DTP), principalmente durante el período de la pandemia. En 2021, la cobertura de la primera y tercera dosis de esta vacuna en las Américas alcanzó su nivel más bajo en 20 años, con 87% y 81% respectivamente. La forma más efectiva de prevenir la tos convulsa es mediante la vacunación: en bebés y niños, hay que colocar la cuádruple, quíntuple o séxtuple se aplica a los 2, 4, 6 y 18 meses, con un refuerzo a los 5-6 años. También se deben inmunizar las embazarazas y los adultos y personal de salud (refuerzo con vacuna triple bacteriana cada 10 años).